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El buen vivir de las mujeres


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El masculinismo, que ha caracterizado la historia de la humanidad, ha reducido a la mujer a una sirvienta, en otros tiempos condenada a vivir solitaria y despreciada dentro en un núcleo familiar en el que el padre era el poderoso y omnímodo amo y sus hijos, meros vasallos. En el medio siglo último las condiciones materiales, sociales y personales de las mujeres ha mejorado pero lejos está de haber alcanzado esta mayoría de población del mundo una vida de alta calidad. El servilismo, la esclavitud y discriminación cambiaron de ropaje, más no han desaparecido del mundo de las mujeres que siguen siendo discriminadas y caprichosamente manejadas por otras tiranas que no por aparentemente inofensivas continúan siendo un obstáculo para que la felicidad, el bienestar y la buena vida sean el sello de la existencia de millones de mujeres que sueñan con ellos pero sin que les sean fácilmente accesibles.

En otras épocas la iglesia, los padres y la sociedad en general condenaban a las mujeres a una vida poco atractiva y confortable. En la actualidad están ellas bajo el control de la moda, los mitos, el poder avasallador de los medios de comunicación, y últimamente, juguetes robóticos de instagram, facebook y las innumerables aplicaciones que se apoderaron del mundo y sus habitantes. Las ilusiones, sueños y proyectos de las mujeres las hace ver que pueden fácilmente alcanzar el paraíso existencial, empero muchas sucumben a una pesadilla que las lleva a tener una vida triste y una vejez horrible e inhumana. En el amor, en el trabajo y en muchas otras facetas de la vida de las damas se viene imponiendo la tecnología y las pobres no pueden ser ellas mismas pues el aparato electrónico les regula sus vidas sin que se conozcan a ellas mismas ni que tengan la oportunidad de acceder a una vida auténtica, personal e individual, sin una programada por quienes manejan y crean toda la parafernalia cotidiana de ellas. La inteligencia personal, emocional y de otro tipo ha desaparecido progresivamente de la humanidad de estos tiempos, pero especialmente de muchas mujeres que se contentaron con la artificial, la virtual, la de esos adminículos rectangulares sin los cuales ni pueden vivir, ni amar, ni relacionarse con el mundo exterior.

Ya no se les diseña solamente vestidos, zapatos, bolsos, relojes y accesorios de todo tipo a las mujeres del siglo XXI, sino su intelecto, su emocionalidad, su capacidad laboral por medio de diseños supuestamente virtuales inteligentes. Las neuronas de hombres y mujeres, pero más las de ellas, se están muriendo no por uso o paso del tiempo, sino por la incapacidad asombrosa de pensar, de crear, de investigar y estudiar, todo lo están dejando en el apéndice cibernético en el que se convirtieron los móviles, tabletas y demás aparatos electrónicos que invaden el planeta. No estamos los humanos evolucionando, sino involucionando; marchamos a pasos agigantados hacia la autodestrucción emocional, espiritual e intelectual.

Las mujeres han sido objeto de posesión de los hombres, víctimas de un modelo exagerado de belleza corporal, de la maternidad como vehículo de autorrealización personal. Nada hay más mentiroso, nocivo y dañino para las mujeres que las consideren, valoren y estimen solo por su apariencia física y por la bobalicona idea que todas han de ser reinas. No existe halago mayor para una dama que la traten de bella y le den el título o rótulo de reina. Veneno encierra este trono creado por el hombre como señuelo de buena vida, pero que no pasa de ser más que la engañifa y estafa superior del sexo masculino que les crea esa falsa expectativa de acceder a un buen vivir si son o se comportan como reinas. Veremos en artículos futuros como las mujeres que mejor se lo han pasado en este tránsito por la tierra son las rebeldes, las inconformes, las salidas del patrón cultural de belleza física y atractivo personal como señuelo para conquistar al hombre de su vida.

Los pecados capitales también atenazan el espíritu y el alma de las mujeres, pero ninguno como la soberbia, enmarcada en lo que el Eclesiastés bíblico llama vanitas, vanitatum, omnia vanita (vanidad de vanidades, todo es vanidad) el pecado supremo, capital y demoníaco del género femenino. La soberbia, el orgullo y la vanidad llevan casi siempre a la mujer al abismo. Lo reafirma la historia: la caprichosa, vanidosa y despilfarradora hija de los reyes austríacos, Francisco I y María Teresa, tuvo una vida corta y la perdió en sus desvaríos por el poder y el malgasto excesivo hace más de dos siglos.

Que ser reina es una desquicia antes que un privilegio lo prueba también la parábola de vida de la emperatriz austríaca, Elizabeth o Isabel de Baviera, conocida también como la Sisi, tuvo una vida de lujo descomunal, poseyó palacios, castillos, joyas, viajó incansablemente, se dió innumerables caprichos y sin embargo era triste y desgraciada en su vida matrimonial con su esposo Francisco José, emperador de una de los imperios más grandes del siglo XVIII, quien gastó su vida trabajando y sin gozar la vida como debe hacerse.

Las ingenuas e incautas mujeres de este siglo que se sientan halagadas y se creen el cuento de hadas del príncipe azul y que aspiran a tener el título pseudonobiliario de reinas, desconocen un proverbio antiguo: “Los príncipes y las princesas son simplemente esclavos de su posición”. Tampoco probablemente desconocen lo que sentenció otra famosa de la realeza francesa: “No tengo por muy feliz la condición de reina, se padece la mayor de las coacciones y no se disfruta de ningún poder, una es como un ídolo, debe aguantarlo todo y encima sentirse contenta”. Se dice que mejor se la pasan las condesas. La cantante Madona, que ha utilizado su cuerpo y su sensualidad sin ser un espectáculo de belleza, se ha proclamado la “reina del mundo”, aun cuando agregó que nadie ha dejado su trono por ella.

Hace poco falleció la duquesa de Alba, mujer que a pesar de tener muchos títulos, fue rebelde, irreverente y desafiante; supo vivir sin importarle el qué dirán, ese enemigo supremo del buen vivir femenino.

Chavela Vargas, la exitosa cantante costarricense que se hizo en México, fue la típica mujer indómita, auténtica, que le importó poco los corsetes y las creencias que la sociedad impone; se bebió la vida hasta una edad avanzada; supo sacarle provecho a su talante musical y sus ansias de enfrentar rabiosamente el machismo del país azteca. Un gran ejemplar del buen vivir.

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