La vida placentera y lúdica

Cierto es que necesitamos hacer algo para sobrevivir, pero hacer del trabajo o la labor que se haga algo placentero y satisfactorio es el principio básico del buen vivir. El trabajo como tal tiene la connotación de una tortura, de un sacrificio ajeno a la satisfacción. Trabajo es un vocablo que viene del latín que significa tripalium, que era en otros tiempos un instrumento de tortura. En el antiguo testamento el trabajo es considerado una maldición divina. En Grecia fue tenido como una actividad de esclavos.

El francés Charles Fourier fue uno de los precursores de la idea de tener un oficio poco penoso para el alma, concibió inteligentemente un modelo rotativo y poco rutinario del trabajo a fin de evitar el desagrado que conlleva realizar tareas mecánicas dentro de las industrias. No ha sido posible, sin embargo, ejecutar los nobles ideales laborales expuestos por Fourier y por el contrario las máquinas y los elementos cibernéticos lejos de haber aliviado la dura carga laboral de millones de obreros, lo que ha hecho es incrementar desmesuradamente el desempleo o el paro laboral. Lo triste es que muchos obreros y empleados llevan el vacío existencial trabajando excesivamente durante muchas horas diarias. Sigue siendo un karma que la humanidad luche a través de un oficio, tarea o labor por la mera subsistencia. Debería ser el lema de hombres y mujeres gozar, vivir y existir plenamente. Los políticos han preferido legarnos frases y sentencias inhumanas: trabajar, trabajar y trabajar, fue el ideal de un expresidente colombiano. El inglés Winston Churchill no pensaba diferente y pidió a los trabajadores de su país durante la postguerra, sudor y lágrimas, no alegría. De nada sirvió al dirigente británico que sus paisanos del Reino Unido, especialmente ilustres irlandeses como Bernard Shaw y Oscar Wild, pregonaran una vida más serena en la que la amistad, el juego, el amor, el humor, la conversación y la lectura, y en general la diversión, sean el epicentro de ella.

Muchas de estas humanísimas, agradables y balsámicas actividades han desaparecido de la vida de millones de personas de este atareado siglo XXI. No olvidemos que muchas de estas ideas que hacen la vida mucho más agradable han sido las bases filosóficas de los sabios griegos, egipcios e indios durante varios milenios. Otro gran pensador, Blas Pascal, dijo en su momento lo que hoy día es una verdad incontrastable: “Toda la infelicidad de los hombres proviene de una sola cosa: no saben estar inactivos dentro de una habitación”.

Sería una bendición para mucha gente no tener que trabajar solamente para satisfacer las mínimas necesidades de manutención y realización personal. Miro con aprecio a quienes ejercen profesiones liberales y principalmente aquellos que ejercen actividades que desarrollan a través del llamado free lance, esto es, quienes trabajan desde sus casas, sin horarios impuestos y no sometidos al implacable rigor de un jefe, el tedio de una oficina o la dictadura de un malgeniado gerente. Saben quienes trabajan en oficinas públicas, puestos oficiales o empresas privadas lo amargas que son las horas en esos fríos y sombríos lugares donde un capataz impone su disciplina. Existen compañeros de trabajo que se alían con éste y reina muy a menudo un ambiente de envidia y competitividad feroces. El trabajo así llevado constituye un germen de desdicha y un abrevadero de enfermedades físicas y mentales. La arrogancia y prepotencia de quienes ejercen como jefes, carentes a menudo de la hermosa virtud de la humildad, hacen de quienes allí trabajan lo hagan bajo la tiranía y ajenos a una satisfactoria actividad laboral.

Sabios eran nuestros abuelos y padres que nos educaron en ideales laborales en los que no se tuviera la necesidad de depender de un patrón y no mendigar puestos otorgados por los politiqueros de turno. “El puesto de hoy es hambre de mañana”, y “la felicidad consiste en ser patrón”, fueron y son adagios de la sabiduría popular que deben ser aplicados y practicados por quien aspira al buen vivir.

Gozar sin autodestruirse, no comprar placeres al precio del dolor o trabajar con desgano y por un mísero salario, fueron prédicas filosóficas de eximios pensadores como como Montaigne, Epicuro y Séneca, actualmente difundidas por el excelente pensador español Fernando Savater. Atendamos a sus enseñanzas.