Navidad, regocijo de los infantes

En la última noche de noviembre el pueblo paisa ha tomado la costumbre de celebrar alegremente la llegada de la navidad. En este 2016, con ocasión de la tragedia del desastre del avión que conducía el equipo brasilero Chapecoense, la quema de pólvora y la manifestación de alegría de miles de personas que le dan la bienvenida al mes más alegre, parrandero y bullanguero del año, estuvo menguada y por respeto a los dolientes del absurdo accidente no fue igual al de los años anteriores.

No puede todavía decirse con certeza cuál es el origen de la fiesta de alborada que data en nuestra Antioquia de las dos últimas décadas. Quizá por instinto humano volvemos a tener una conducta distinta en el mes de diciembre, pues sabido es que antes que la iglesia cristiana se apropiara de estas festividades de la natividad, los pueblos antiguos de Grecia y Roma celebraran rituales al Sol y a otros Dioses, jolgorio y alegría que coincidía con la llegada del solsticio de invierno en el hemisferio occidental y los famosos saturnales muy paganos y ajenos a cualquier connotación religiosa.

Pocos conceden la importancia merecida a los rituales, las fiestas y las celebraciones paganas y religiosas sin las cuales el alma y el espíritu humano serían menos felices y la vida terrenal más dura y tediosa. ¡Qué sería de nosotros los humanos sin los momentos de esparcimiento, regocijo y expresividad de la alegría! Si aun con tantas festividades, carnavales y rituales de todo orden, el mundo tiende a ser un manicomio gigantesco, cuál no sería la realidad de nuestra existencia sin estos momentos de descanso, asueto y manifestación de felicidad.

Gozo inefable percibimos en nuestras almas con el advenimiento del bellísimo mes de diciembre, propicio para revivir en cada uno de nosotros el infante o el niño que llevamos dentro, el que jamás debe desaparecer hasta el día de nuestra muerte.

La alborada con la que recibimos alegres el mes dedicado al rememorar el nacimiento del hijo humanado de Dios, el cristo judío del que muchos decimos tenerle devoción, tiene la connotación especial de ser celebrada con pólvora, globos y luces navideñas que engalanan las fachadas de nuestras moradas en este departamento antioqueño tan celebrado y animado en los sectores medios y populares.

Las autoridades regionales acompañadas de un coro repetitivo y monótono anual que propende por celebrar la alborada sin pólvora. (Entiéndase la pólvora administrada y quemada por particulares no profesionales por cuanto en los eventos oficiales se realizan las mismas quemas sin que ellas sean objeto de rechazo).

No han podido frenar ni reprimir el ánimo alegre de quienes han hecho de esta festividad una de las más bellas y famosas del continente suramericano. El ámbito especial de los ritos navideños eran la aldea y los pueblos en otros tiempos en que los mayores y niños hacíamos de la navidad el epicentro de nuestros sueños, alegrías y esperanzas.

Siempre serán los recuerdos de nuestra infancia y nuestra navidad los más caros a nuestra alma. Navidad era, es y seguirá siendo la mejor temporada, pues llenamos de energía esperanzas, ilusiones y además es la época de los grados, las primeras comuniones y la mejor temporada para darnos a nosotros mismos y al prójimo regalos materiales y espirituales. En nuestros años infantiles se llamaba el aguinaldo navideño, el que daban personas naturales y empresas como la desaparecida Coltejer, que homenajeaba a sus trabajadores y sus hijos con regalos propios de la natividad.

Rutilantes fiestas matizadas de árboles, pesebres y alumbrados al son singlar y hermoso de los villancicos que afortunadamente todavía perdura en pueblos y barrios populares y de clase media de nuestras ciudades, que dedicamos a diciembre los rituales que el pueblo andaluz del sur de España conceden a la Semana Santa. Maravillosa, asombrosa y majestuosa sencillez y simplicidad del espíritu navideño que nos hace más humanos y nos conduce nuevamente a nuestras raíces y ancestros, jolgorio y festividad sin las cuales no seríamos más auténticos, infantiles y desprovistos de cualquier falsa postura o distinción social odiosa.

Los niños del ayer y del hoy, unidos en una confraternidad grande en diciembre el alma gozosa que nos hace sentir al menos por unos días la presencia divina en nuestros espíritus.

Loado y glorificado sea el mes de diciembre y sus fiestas navideñas.