No todo es negativo en estos modernos tiempos que corren correspondientes a los albores del siglo XXI. Cierto es que existe crisis económica, política y social, especialmente en algunas naciones, empero algunas de ellas se las arreglan para vivir gozosa y felizmente, aun a pesar de las dificultades financieras.
Con los pueblos ocurre lo mismo que con las personas: muchas veces los pobres o carentes de recursos viven mejor que los detentadores de dinero o ricos. Y es que los conceptos de riqueza o de pobreza son tan amplios que dentro de ellos juega papel importante la mente, la cultura, el cinismo, el espíritu y otros factores no necesariamente materiales. Hemos aprendido equivocadamente a llamar hombre rico a aquel personaje, masculino o femenino, con millones en sus cuentas, el ejecutivo agresivo, el político con poder, el deportista triunfante.
La cultura oriental, antes que la China, Japón y la India tomaran rumbos capitalistas, concebía la felicidad personificada en el poeta vagabundo, el ermitaño o anacoreta dedicado a los rituales religiosos o el ser carente de recursos, pero dedicado a la contemplación de la vida y de sí mismo.
Nosotros, los occidentales, cercanos al modo de vida americano, perdimos la esencia del concepto de felicidad, pues creemos que las cosas, los objetos y las posesiones nos llevan a la misma y por eso hemos caído en la tentación de convertirnos en consumistas y materialistas.
De los griegos, los persas, los egipcios, los romanos y de los asiáticos del lejano oriente aprendimos que la felicidad no viene desde afuera hacia adentro, sino lo contrario, que emerge de cada uno y que lo importante, como lo describe con sabiduría el escritor catalán Luis Racionero, es con el corazón y con el espíritu que se disfrutan las cosas. No se ha podido superar la fórmula del filósofo chino Liu-An: “La mayoría de las personas son infelices y están inquietas, porque no usan el corazón para disfrutar de las cosas, sino que usan las cosas para regocijar el corazón”.
Bajo esta óptica y con este prisma, cabe pensar que en la felicidad juega papel fundamental la mente, el estado de ánimo, la cultura, el carácter, etc., por lo que la sola razón de existir, de vivir, de ser, son suficiente motivo para vivir alegremente. Así es la forma en la que viven algunos pueblos que sin ser los más ricos en lo económico, exhalan a cada minuto aires de felicidad, serenidad y tranquilidad. Como no recordar como pueblo alegre, feliz, dichoso, sensual y gozador pleno, el andaluz. Su capital, Sevilla, ciudad moderna con aires de urbe, conserva aún sus encantos gitanos del tradicional barrio de Triana, en cuya calle principal se encuentra incrustada una placa en reconocimiento a la raza calé que, con algunos en Europa oriental, se ha extendido por todo el mundo.
Los gitanos sí tienen sabor, pregona una vieja canción y son muchos de ellos los que nos recuerdan que pocas razas en el mundo son tan felices, alegres y gozosas de la vida, aún siendo un pueblo económicamente precario. En alegría, festividad, sensualidad y ganas de vivir, los cíngaros o gitanos se llevan el trofeo en el mundo.
Nada más regocijante y estimulante para el viajero que contagiarse de las ansias de vida alegre en Córdoba, Cádiz, Sevilla, Granada, Jaén y otras provincias de la antigua Híspalis, epicentro en otros tiempos del Califato de Córdoba, segundo en importancia después del de Bagdad y según algunos superior al del Imperio Otomano que terminó siendo el turco.
Es irrefutable que para vivir bien se necesita dinero, pero algunos nativos de España, Italia, Francia y Grecia, se las arreglan con poco dinero para darse una vida de príncipes. La regla contraria a veces no aplica, esto es, muchísimos millonarios son infelices y desgraciados. En este círculo de millonarios desdichados están los infortunados avaros que acumulan por miedo a un futuro con carencias económicas y que viven un presente apegados a los bienes y desprovistos de alegría, ternura y buenas relaciones con sus amigos, parientes y vecinos.
Tres opciones ha tenido la humanidad para acceder a la felicidad: la hedonista y placentera del filósofo griego Epicuro; la asceta o de renunciación a los placeres y bienes terrenales de Zenón o los estoicos; y la del acumulador de tesoros o ambicioso, que representan bien los japoneses, los judío-americanos y los alemanes. Cada cual concibe la vida como quiere y busca de ser feliz como le plazca.
En nuestro medio millones tienen la vía de los estadounidenses, otros quieren imitar a los alemanes o los ejecutivos japoneses. Por descartado está que quien esto escribe se queda con las enseñanzas de Epicuro, un tanto recogidas por el santo cristiano San Francisco de Asís, cuando sentenció: “Necesito pocas cosas para vivir bien y las pocas cosas que necesito, las necesito en poca cantidad”.
Creo haber percibido que los italianos del sur, los napolitanos y de la región de la Calabria, viven como lo enseñó el gran santo de Asís. Los romanos llevan una vida más complicada que los habitantes de la región costera del mar tirreno, especialmente los de los pueblos edénicos de Sorrento, Amalfi, Positano, Ravello y Salerno.
Los franceses llevan una vida más serena y tranquila, principalmente en regiones como la Provenza, ya que su capital Aix-en-Provence, es considerada la ciudad más sexi y alegre de Francia.
Un griego hubo de contarme hace tres años en Atenas que la crisis de ese bello país obedecía a que la juventud andaba de fiesta, quería trabajar poco y no gustaba demasiado del estudio o la preparación académica. Cavilando en las palabras de otro marinero griego que topé en la mítica capital griega y decía más o menos lo mismo, puedo concluir que es apenas lógico cómo viven los jóvenes helenos de hoy, pues el inteligente y práctico Epicuro les dejó lecciones magistrales en el arte del buen vivir.