Repensar la familia

No tengo la vana pretensión de esbozar en estos comentarios o ideas aquí expresadas una tesis sociológica que exponga la necesidad de recomponer la vetusta y añeja familia tradicional, sencillamente diré que los modelos familiares comunitarios, existentes aún en algunos países africanos y que dan importancia al núcleo familiar amplio y extenso y no basado en la pareja como la conocemos en nuestra cultura, es un buen ejemplo de convivencia familiar.

En mi natal municipio de El Santuario vivimos en nuestra infancia una forma de familia extensa y colectiva, especialmente en los actos cotidianos y en las costumbres sociales, ya que si bien pertenecíamos a una determinada familia, en la práctica compartíamos con miembros de otros hogares sintiéndonos cada uno como allegados a ese núcleo familiar. Los problemas hogareños eran resueltos a veces por vecinos y amigos, quienes acudían a prestar ayuda y ser solidarios en dificultades, tragedias o problemas menores.


Esta forma de convivencia y cohabitación amigable, aún cuando no se vivía bajo el mismo techo, creaba lazos y sentimientos de hermandad entre muchas personas del barrio, la vereda, la calle o la plaza. Sin percibirlo fácilmente tuvimos un aprendizaje de valores esenciales como la solidaridad, el respeto y la admiración. Grupalmente teníamos muchas cosas en común y compartíamos ideales y sueños conjuntamente, lo que sirve para reducir el ego de muchos y tener sensibilidad frente a las dificultades, penas y problemas del prójimo. Allí, en nuestras familias y la de nuestros vecinos, familiares y amigos supimos aprender a convivir y mirar la vida de forma comunitaria.


Por entonces hubo una institución que aglutinó centenares de personas en torno de lo que se llamaba la acción comunal, agrupación que convertía a aldeas, barrios y poblados en familias unidas para obtener solución a múltiples problemas de la comunidad. Esta miniatura de repúblicas socialistas, en donde el espíritu solidario servía para unir esfuerzos en beneficio de múltiples personas, hizo que quienes crecimos en tal ambiente seamos en nuestras vidas personas menos egoístas que quienes se han criado en las sórdidas, aisladas y estrechas viviendas de las grandes ciudades.

La consolidación del capitalismo, en su expresión máxima como es su rama financiera, el desplazamiento de millones de personas del campo a la ciudad y el hacinamiento inhumano de las grandes urbes desde hace más de medio siglo, no han hecho más que estrangular y aniquilar la familia tradicional, unida, tranquila y pacífica.

La forma de compartir en la convivencia de la familia rural, de vida aldeana, facilitaba la aprehensión del conocimiento de la naturaleza, la forma de vida de los animales. Un niño aprendía la sexualidad, el apareamiento y otras formas de comportamiento de los animales, por cuanto tenía contacto directo con la naturaleza, los animales y la vida al aire libre. A sí mismos los niños de otras generaciones no éramos educados como lo son los de la era actual, crecimos en la estrechez económica, rodeados de necesidades materiales y económicas no satisfechas, lo que sirve para forjar un espíritu luchador, disciplinado y valorador de las cosas materiales que obteníamos a veces en forma precaria. Los lujos no existían al igual que los niños de las familias de la India, crecimos bajo una estricta economía de la escasez y la falta permanente de recursos monetarios, al menos hasta alcanzar la mayoría de edad. Quienes así fuimos educados y formados estamos mejor preparados en la vida para luchar y vivir una existencia con lujos desmesurados y desprovistos de un sentimiento de solidaridad y apoyo a quienes nos necesitan.

Los niños y jóvenes de estos tiempos han sido castrados en la mayoría de las veces de su capacidad de iniciativa, de emprendimiento y muy poco aptos para enfrentar las frustraciones que el vivir reporta. Es muy difícil que en el futuro surjan líderes y seres excepcionales que en las viejas naciones alcanzaban prestigio y respetabilidad y los convertía en auténticos orientadores de la sociedad Se hace necesario rehacer la familia y mutar los valores tradicionales y la educación primaria, secundaria y universitaria convencionales, mientras esto no suceda viviremos en ese maremágnum de problemas y conflictos de esta pulverizada y caótica sociedad del siglo XXI.