“¡¿Cómo me llamo?!”, fue la pregunta que Muhammad Ali le hacía a Floyd Patterson mientras lo destruía con golpes certeros en el cuadrilátero. Tiempo antes, Ali había decidido cambiar su nombre de Cassius Clay –argumentando que era un nombre otorgado a esclavos- y decidió llamarse Muhammad Ali tras convertirse en practicante del islam por influencia de Elijah Muhammad. Patterson antes de la pelea declaró que iba a seguir llamando a Ali por el nombre con el que lo habían registrado. Precisamente, la venganza de Ali fue preguntarle muchas veces cómo se llamaba mientras lo golpeaba. La historia se repitió con Ernie Terrell el 6 de febrero de 1967. A pesar de eso, Ali no noqueó a su contrincante ¿La explicación?, quería verlo humillado todos los asaltos de la pelea, pues según él noquearlo era evitarle sufrimiento.
Este miércoles 3 de junio se cumplen 4 años desde la muerte del boxeador que ha sido catalogado como el mejor de la historia, y se ha vuelto viral su entrevista con Michael Parkinson de la BBC en 1971. En este diálogo le dio eco a las enseñanzas de su mentor Elijah Muhammad y reflexionó sobre el racismo de aquella época.
“Robaron nuestros nombres. Fuimos esclavizados, robaron nuestra cultura, nuestra historia. Nos hicieron como muertos vivientes”, señaló Ali. También relató los cuestionamientos que se hizo de pequeño al ver el maniqueísmo de la percepción entre lo blanco y lo negro en una sociedad racista como lo era Estados Unidos en los años 50 y 60. “Siempre me preguntaba cosas, era muy curioso. Y le pregunté a mi mamá, ¿por qué todo es blanco? ¿Por qué Jesús es blanco y tiene ojos azules? ¿Por qué en la última cena todos son blancos? ¿Por qué los ángeles lo son?”, dijo. Y son interrogantes que hasta el momento permanecen vigentes. Ahí expuso el racismo inminente que hay en películas como Tarzán, que si bien se fijan tiene escenas racistas muy marcadas. Por ejemplo, la de un negro que cae de una montaña al vacío y la preocupación de “El Rey de la Selva” se centra en si su mercancía está bien, sin importarle la muerte accidental de quien le acompañaba en su expedición.
Por otra parte, varios artículos señalan que Ali fue el primer rapero por excelencia, aunque no rapeara. Esto, porque tuvo cualidades que hoy son cruciales para un MC: resistió y luchó contra el establecimiento, se hizo escuchar por todos los medios posibles, lograba alardear de él y sus cualidades sin que se viera mal visto, y en el ring batalló como un guerrero dejándolo todo allí. Nunca aceptó el statu quo y se dio cuenta rápido que el racismo era un problema que si bien había que combatirlo, su solución estaba lejos de llegar.
En 1960 Muhammad Ali quedó campeón de los Juegos Olímpicos de Roma. Según cuenta en su autobiografía, desde que le colgaron la presea de oro no volvió a quitársela y pensaba que ese galardón era el punto final del racismo en su país, pues creía que los estadounidenses al verlo en lo más alto del podio no tenían cómo seguir ejerciendo el racismo. Lo cierto es que cuando regresó a su tierra natal –Louisville, Kentucky- en un restaurante se negaron a atenderlo por ser negro. Después de ese suceso corre el mito de que fue al río de Ohio y botó su medalla.
Pronto se involucró en lo político. Cuando Muhammad Ali se refirió a Malcolm X fue muy diciente con lo que podría pasarle a los activistas por los derechos de los afroestadounidenses. “Mi primera impresión fue: ¿cómo es que un hombre negro puede hablar sobre el gobierno, las personas blancas, ser tan atrevido y no recibir un balazo?”, dijo en una entrevista de 1989, 24 años después de la muerte del líder negro.
Su legado sigue vívido. De él se habla de igual manera tanto en lo deportivo como en lo político. Para la muestra el documental de The Last Dance, donde fue comparado en múltiples veces con la grandeza deportiva de Michael Jordan. En lo político ni hablar, se le pone a la altura de líderes de la talla del mismo Malcolm X, Nelson Mandela o Martin Luther King.
Sus reflexiones siguen vigentes por la coyuntura, dado que como bien lo demostró Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad, parece que vivimos en un bucle en el que las atrocidades se repiten sin que haya un cambio sustancial de fondo.
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