En el corazón del litoral Pacífico colombiano, donde la selva se entrelaza con el mar y la historia palpita en cada rincón, Diani ha convertido el arte del tejido en una expresión de resistencia y memoria. Su historia es la de una herencia ancestral que, desde su bisabuela hasta ella, ha sido tejida con la fibra natural de la tetera, una planta nativa que da vida a sombreros y accesorios que cuentan la historia de su pueblo.
Diani no solo es artesana, sino también una líder comunitaria que ha sabido transformar el legado de sus ancestros en una iniciativa de desarrollo sostenible. La creación de la Asociación Arte y Sí ha sido el resultado de generaciones de saberes transmitidos con paciencia y amor. «Nuestra labor va más allá de la artesanía, es una forma de reivindicar y reconocer nuestra identidad», dice con orgullo.
Pero su camino no ha estado exento de dificultades. En 2011, su familia sufrió un despojo forzado que los obligó a dejar atrás sus tierras y huertos. «Nos quemaron tres hectáreas de cultivos y tuvimos que trasladarnos a Cali», recuerda. En la ciudad, su conocimiento sobre la tetera parecía no tener cabida. «Allí, la gente no usa sombreros de fibra natural, no conocen la tetera. Pero en vez de abandonar la tradición, decidimos innovar y diseñar más de 100 estilos de sombreros para introducirlos en el mercado».
El camino de retorno a sus raíces fue inevitable. «Nosotros cultivamos nuestra propia materia prima», explica. Actualmente, la comunidad mantiene dos parcelas en la parte baja del río Saija, en el Cauca, donde cultivan la tetera de manera sostenible. Este modelo de forestería comunitaria les ha permitido no solo garantizar la materia prima para su arte, sino también preservar el ecosistema.
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La asociación, que hoy reúne a 140 familias, ha diversificado sus actividades más allá del tejido. «Tenemos actividades de pesca, cultivo de coco, frutas naturales, producción de biche y turismo comunitario», explica Diani. Esta integración de saberes ha permitido el empoderamiento económico de las comunidades afro e indígenas que habitan la región.
Para Diani, la forestería comunitaria es un acto de corresponsabilidad con la naturaleza. «Nosotros no hacemos tala indiscriminada. Solo tomamos lo necesario. Cada tres o cuatro meses tenemos que cruzar una hectárea de monte con machete porque la selva crece rápido. Sería más fácil quemarla, pero elegimos cuidarla porque sabemos que nuestro futuro depende de ella».
El compromiso con la conservación se refleja en la manera en que la comunidad maneja sus recursos. «El cambio climático nos afecta a todos», advierte. «Si no rescatamos las prácticas de nuestros ancestros, perderemos nuestro legado». Su llamado es también para los jóvenes, muchos de los cuales han migrado en busca de oportunidades en las ciudades. «Es importante volver a las raíces. Tenemos tanto potencial en nuestra tierra y, muchas veces, creemos que el futuro está afuera, cuando en realidad está en lo que siempre hemos sido».
Diani misma experimentó este dilema. Se formó académicamente, pero al final entendió que su verdadera vocación estaba en su herencia. «Me di cuenta de que lo que aprendí en la universidad podía aplicarlo en mi comunidad», dice. «Nosotros no crecemos solos, crecemos juntos».
A tres años de la fundación de la asociación, el impacto de su trabajo es tangible. «Nosotros vivimos de nuestra tierra, de lo que sembramos, de lo que producimos. Nuestras primeras lecciones no están en libros, están en el monte, en reconocer cada planta, en saber cuáles son medicinales y cuáles nos alimentan».
Para Diani, cada sombrero tejido con la tetera es un símbolo de resistencia, un testimonio de la conexión entre el pasado y el presente, entre el ser humano y la naturaleza. «La naturaleza es sabia», dice. «Si la escuchamos, siempre nos va a mostrar el camino».
Esta es una historia que hace parte de la recopilación de experiencias de la Mesa de Forestería Comunitaria.

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