En días pasados se dio a conocer el “Índice de Percepción de la Corrupción 2020” publicado por Transparencia Internacional, en donde a Colombia, otra vez, nos va como a los perros en misa. Ocupamos un deshonroso puesto número 92 entre los 180 países que fueron evaluados. Lo terrible no es tanto estar en la mitad de la tabla, sino que parece que es lo mejor que podemos hacer, pues desde el 2012 no nos movemos mucho. Triste, porque pareciera que el tema se nos volvió paisaje.
El estudio analiza 8 tipos de fuentes distintas en donde se toman las percepciones de inversionistas extranjeros, personal académico y analistas, entre otros. Este trabajo presenta una escala en donde 100 corresponde a una ausencia total de corrupción y 0 quiere decir que existe una alta presencia de esta. Colombia para el año que se medía, el 2020, tuvo un puntaje de 39 sobre 100, lo que nos deja, además, por debajo del promedio de todo América: 43/100.
Que a los demás también les vaya mal solamente demuestra el pésimo vecindario en el que vivimos y el gran trabajo que hay por hacer, en dos frentes. El primero tiene que ver con esas famosas reformas estructurales de las cuales se habla mucho, pero se hace poco. Claramente representan un desgaste gigantesco que muy pocos políticos están dispuestos a hacer. Entre esos ajustes están, como lo resalta el informe, acciones para “fortalecer los órganos de control con suficientes recursos e independencia; asegurar una contratación pública abierta y transparente, libre de conflictos de interés y bajo precios justos; defender la democracia y facilitar el control ciudadano; y garantizar el acceso a información pública”.
Aunque lo anterior me parece altamente complejo de lograr, no lo veo imposible. Lo que se requiere aquí, es realmente alguien que sepa del funcionamiento del Estado y tenga los pantalones bien puestos. Esa persona debe rodearse no solo de buenos gestores de lo político, sino del mejor personal técnico posible. Los amigos, de no ser unos “genios” en los temas necesarios, no deberían estar invitados. Las capacidades conjuntas de buenos estrategas políticos con los mejores técnicos se tendrán que poner a disposición para empujar permanentemente sin desfallecer. Porque los que abusan, viviendo de pedir mordidas y enriqueciéndose de lo que nos pertenece a todos, empezarán a amenazar y boicotear el trabajo.
El gran reto estará en lograr construir una transformación social, en donde los colombianos entendamos que lo público no es el camino para enriquecernos a nosotros y a nuestras familias. Este sí me parece que es un desafío mayor, en donde no solamente se necesitarán pantalones bien puestos, sino que exista un acuerdo social para que esos pantalones se mantengan ajustados, y se pasen de mandatario a mandatario, como una gran apuesta nacional.
Todo el aparato social debe subirse en la misma conversación y sumarse en acciones constantes de cambio. ¿Cómo hacerlo? Tal vez podamos tomar la mayor enseñanza que nos deja esta pandemia, en donde todos los canales (me refiero a todo tipo de medio, virtual o tradicional), se han activado para reiterarnos los comportamientos que debemos seguir para cuidar nuestras vidas. A esto se han sumado las empresas, los hogares, el sector público y privado, así como casi todas las corrientes ideológicas. Es decir, que sí se puede.
Lo anterior requerirá que busquemos y apoyemos a esos líderes que vean en lo público no un escalón superior en su afán de figurar, sino un peldaño más para que otro pueda continuar construyendo. Esto es en lo que hemos fallado, con total éxito, en Colombia, agrandando el espacio para que la “venta de favores” se vuelva la moneda corriente que ha remplazado a la construcción de confianza.
Me niego a creer que unos pocos nos mantengan en ese deshonroso lugar 92, cuando veo a tanto empresario y empleado haciendo hasta lo imposible para salir adelante.