Dice el adagio popular que consuelo de muchos, consuelo de tontos. Cada vez que alguien plantea seriamente el problema de la corrupción campante que nos ha contagiado profusamente en todas las instancias de la vida nacional, alguna voz se levanta y dice que corrupción hay en todas partes y que siempre ha habido. Con esa frase nos aliviamos y preferimos concluir que es una condición humana y que por eso la sufrimos y la aceptamos, como la muerte, por ejemplo. No hay nada que hacer, así es la vida. O la típica: compararnos con los vecinos y decir que hay países en Latinoamérica que están mucho peor. Y poco a poco terminamos aceptando el consuelo de tontos, y se nos ha vuelto la corrupción parte del paisaje. Nada más equivocado y funesto que impactará negativamente nuestro futuro.
Recientemente fue publicado el Índice de Percepción de Corrupción calculado para 180 países, que produce anualmente Transparencia Internacional (se puede consultar libremente en www.transparency.org/cpi) que “combina datos de distintas fuentes que recogen la percepción de empresarios y expertos en cada país sobre el nivel de corrupción en el sector público”. Una valiosísima herramienta, que nos provee una medida sobre el nivel de corrupción del país, de una forma comparable con todos los demás países. Por ser precepciones, no se puede darle el carácter de absoluto, pero hacen un gran esfuerzo que hacen para que la relatividad entre los datos sea muy útil para comparaciones entre países y grupos de países, análisis de tendencias en el tiempo y correlaciones con otros indicadores clave. Es a la corrupción como la medición de la oxigenación en la sangre cuando hay contagio de Covid-19. Importantísimo. Sin embargo, me temo que podría afirmarse que tal información valiosa pasó sin pena ni gloria.
Es probable que salvo los economistas estudiosos nadie use los resultados del informe anual, porque nos hemos auto inoculado que la corrupción es parte de la vida cotidiana, un problema con el cual estamos condenados a convivir, y que no hay nada por solucionar. Y si no hay nada por solucionar, ninguna acción por emprender. Es posible que no entendamos por qué la corrupción generalizada nos afecta a todos. Y es dolorosamente posible también que si lo entendiéramos, en el juicio moral personal entre luchar contra un monstruo enorme para que no nos afecte a todos y que además, todo el mundo practica, o mejor participar de la fiesta pero que me vaya bien personalmente sin importar los demás, sin dudarlo se escoja lo segundo. Tenemos una cultura arraigada aunque sea vergonzoso reconocerlo abiertamente. Viene profundizándose y perfeccionándose desde los tiempos de la colonia con las precarias instituciones que nos legaron los conquistadores (que no se crea que solo fueron los mercenarios españoles; los alemanes presentes también querían participar de la fiesta, y qué se puede decir de los piratas ingleses de la época que estaban esperando la oportunidad de saquear todo). Medio milenio de arraigo.
Esto es parte de la poquísima inteligencia colectiva que tenemos. Somos inteligentes individualmente, sin duda, pero colectivamente torpes. En el cortísimo plazo y en el ámbito individual, la corrupción es un acto de inteligencia; el menor esfuerzo para obtener el botín, es un camino que el cerebro humano siempre privilegia en forma natural. Durante mucho tiempo las religiones y las buenas costumbres erigieron un muro de contención para que la mayoría de la población, la mayoría, no todos, se comportara como se suponía que era más fácil la convivencia. En nuestras latitudes la justicia no ha sido prácticamente nunca otro muro de contención, dados los elevados niveles de impunidad selectiva que presentan (aquello de que la justicia es para los de ruana, resulta cierto). Pero no en todos los países, cuyo nivel de moralidad se gestó en forma diferente, y el avance en las estrategias de supervivencia inicialmente, y de bienestar en al menos el último siglo, ambas cuestiones más de corte colectivista que individualista, derivaron en instituciones más sólidas que sí contuvieron la corrupción de una mejor forma. No se puede perder de vista que la justicia es un bien común básico para que todos los demás bienes comunes florezcan empezando por la democracia y todo lo que de ella se desprende. Esos países han logrado una mejor inteligencia colectiva, y con ella resultados mucho mejores en bienestar, calidad de vida, y claro, menor corrupción. Es cierto que en todas partes hay corrupción, pero no resulta cierto que sea la misma intensidad ni mucho menos.
Cruzando los resultados del Índice de Percepción de la Corrupción con los de ingreso per cápita (como medida de la riqueza), con los del índice de Gini (para relacionar la desigualdad, ya que el indicador de riqueza es solo una falacia si la desigualdad es enorme: aún en los países pobres hay mega ricos…) y la esperanza de vida (como un indicador del bienestar) se encuentran las respuestas que tenemos que repetirnos permanentemente sobre por qué es muy importante que bajen los niveles de corrupción. Para ilustrarlas, las siguientes dos gráficas a partir del índice y de datos del Banco Mundial para algunos países con los cuales configuré una muestra.
La primera relaciona la corrupción (en el eje horizontal) con el indicador de desigualdad (total desigualdad sería 100, total igualdad sería 0) y el ingreso nacional bruto per cápita (el ingreso bruto dividido por la población) en el tamaño de las esferas. Para aquellos cuyas disciplinas no tienen que ver con gráficas, no piensen que hay mucha complejidad en su elaboración, por lo cual mejor vayamos a la observación evidente que de allí se desprende:
A menor corrupción, menor desigualdad y mayor riqueza del país (ingreso nacional per cápita). O mejor, a mayor corrupción, mayor desigualdad y mayor pobreza del país.
La segunda gráfica relaciona la corrupción (en el eje horizontal) con la esperanza de vida y el ingreso nacional bruto per cápita en el tamaño de las esferas. En esta también la observación salta a la vista:
A menor corrupción, mayor riqueza, mayor bienestar (representada como esperanza de vida).
Esta es la lógica de la inteligencia colectiva. Es sencilla de expresar pero casi imposible de hacerle entender a personas que han vivido toda su vida en un mismo contexto fuerte. Si tuviéramos bajos niveles de corrupción, lo mas seguro es que tendríamos una mucho mejor calidad de vida, mayor ingreso, menos pobreza y menor desigualdad.
¿Qué le puede eso interesar a alguien que pertenece ya a las capas más pudientes de la sociedad, y que ya cuenta con todas esas buenas características en su vida? En que viviría en una sociedad con mayor capacidad de consumo, y por lo tanto sus negocios tendrían mucha mayor posibilidad de ser aún más prósperos, primero, y segundo, que viviría con una mayor calidad de vida al desaparecer la amenaza latente de ser rico en medio de una sociedad paupérrima (siempre su seguridad estará amenazada). Y a todos los demás, un impacto muy positivo en su calidad de vida en todo sentido; especialmente a aquellos que viven en pobreza, porque el nivel mínimo podría ser asimilable a lo que conocemos como estrato 3 o 4 (en la odiosa escala socioeconómica que manejamos) si fuéramos como Australia. Todos tenemos para ganar en esta cruzada, y por ende, todos tenemos que poner esfuerzo.
Pero hay todavía mas observaciones fuertes al repasar las cifras comparadas entre corrupción, desigualdad, riqueza y bienestar. Colombia toda su vida ha sido gobernada por la derecha, pero sus resultados son pésimos. Países absolutistas como Corea del Norte propician la corrupción de manera notable; casos parecidos a Venezuela y Nicaragua, donde por vía de la venta de una ideología de izquierda extrema cayeron en sin salidas también de corte absolutista campeonas en corrupción. Ninguno de los países Latinoamericanos ha logrado mejores resultados que puedan asignarse a orientación política. Pero el caso de Uruguay es notable, y tenemos que estudiarlo en profundidad para saber qué cosas han hecho mejor que todos; otros casos buenos para estudiar son Chile y Costa Rica. Tal vez las fórmulas fuertes que aplicaron en Singapur se basen en su cultura oriental, milenaria, que permitieron una calificación espectacular en el índice. Sin embargo, China que también cuenta con unas raíces de cultura similares está enfrascada en una posición por debajo del lamentable promedio mundial. Por su lado, los países que caen en guerra y en confrontaciones internas presentan mayor corrupción que los que no las tienen, y por supuesto, peores resultados en los indicadores vitales que estamos analizando.
El mejor conjunto de países en todos los resultados está en el norte de Europa, en su mayoría con sistemas políticos más avanzados que el resto del mundo conocidos como socialdemócratas, con un gran equilibrio entre valores colectivistas y capitalismo. Así podríamos ir derivando conclusiones mas específicas. Pero además de las ya mencionadas, aquí hay una muy importante también: la corrupción no distingue bien entre derecha e izquierda, en cambio si se correlaciona claramente con la robustez de las instituciones. USA, con un enorme ingreso no es el país de mejores resultados, posiblemente porque pese a tener un sistema de justicia que funciona bien para la mayoría de la población, escapa a la corrupción “legal” en la que el poder económico abiertamente condiciona al poder político e incluso lo contamina directamente. Cuando se degrada la democracia caen los resultados de bienestar de los ciudadanos.
Tenemos un reto superior para ir mejorando la inteligencia colectiva que nos permita mejores resultados. Es difícil se sabe, pero todos los días podemos reclutar al menos un conciudadano a través de explicarle lo que en el mediano plazo representa la no tolerancia con la corrupción, con el ascenso posible a una mejor calidad de vida, la oportunidad de heredarles a nuestros hijos y nietos un país mejor en todos los sentidos y la responsabilidad que tenemos cada uno en esta cuestión de vida.