Un rítmico viaje por nuestra Latinoamérica desde 1950 hasta la fecha, es la invitación de Netflix con “Rompan todo: La historia del rock en América Latina”. Son seis dosis de inmenso aprendizaje, reconocimiento e historia, narradas por quienes fueron sus protagonistas. El documental presenta una visión de cómo ha evolucionado este género, que a muchos nos ha dejado una marca auditiva imborrable.
A lo largo de sus capítulos es evidente como la convulsionada historia de nuestros países hace parte fundamental del desarrollo del rock en español. Gracias a ese ritmo frenético de cambios políticos y sociedades en construcción, la música se convierte en un megáfono de expresión cultural, demostrando la inconformidad de los jóvenes con los esquemas vigentes. La represión hace aún más fuerte a quienes son atacados por expresarse con melodías poco ortodoxas y con estilos de vida que desafiaban lo hasta entonces habitual.
Desde su lanzamiento, “rompan todo” se ha convertido en una discusión permanente. Algunos lo critican por estar fuertemente centrado en Argentina y México, como epicentros del nacimiento del rock en español y posteriormente su consolidación. ¿Pero acaso habrían podrido ser de otra forma? Aunque en otras fronteras se vivían las mismas convulsiones sociales, es evidente que el impulso al ritmo rockero en lengua castellana tenía tres grandes epicentros: México, Argentina y España. Sin ser un experto, y conociendo poco de este género que marcó mi adolescencia y el resto de mi vida musical, las influencias de otros países son pocas y no lograron trascender, como lo hicieran las bandas de estas tres nacionalidades. Tal vez la mayor excepción es Chile, que vio crecer grandes agrupaciones y solistas, que aún hoy son un delicioso plato fuerte.
Es evidente que la narración de la historia siempre cae en estas grandes discusiones, donde otros protagonistas, creen que fueron excluidos a propósito o ignorados por su origen o estilo. Lo cierto es que una recopilación, así sea de seis episodios, en algún punto se tiene que quedar corta. En este caso podremos extrañar la mención a más bandas locales o mayores amigos de Perú, Ecuador o Venezuela, por mencionar algunos mercados, sin embargo, creo que ha sido una magnífica producción que es totalmente recomendable, tanto para los grandes “catedráticos” del rock, como para los inexpertos transeúntes que encuentran, como yo, en sus notas y ritmos, una vibración que pone a latir cada fibra de nuestro ser.
Se ha despertado una conversación nueva sobre el rock, su pasado, su presente y su futuro, cosa que me parece reconfortante. Ahora bien, es entendible que siempre aparecerán los que buscan encasillar esta conversación en pequeñas cajitas: si el documental es bueno o malo, si es exacto o impreciso, si es completo o apenas una pequeña mirada. Me parece que esta conversación es superflua e irrelevante, porque lo que está en evidencia es que somos muchos los que nos resistimos a creer que el rock se está esfumando y, como lo dice el mismo Gustavo Santaolalla, productor y protagonistas del documental: “el rock no está muerto, eso lo escuché montones de veces, está en cuarentena como todo el mundo”.
Entretenido documental que llega para que podamos disfrutarlo en medio del cierre de uno de los años más complejos y emotivos, en donde muchos hemos querido romper todo, pero en el fondo sabemos que, como el rock, seguiremos adelante a pesar de los cambios.