No se recuerda en Colombia una vaciada semejante a la que Gustavo Petro le metió a su ministra de Vivienda, Catalina Velazco, acusándola de no haber hecho nada para dotar a Quibdó del acueducto que necesita con urgencia. Y ese regaño, utilizando su habilidad retórica para tocarles las fibras a pobres y negros, como él los llamó, lo calculó para sacarle aplausos a una comunidad que lleva décadas luchando por un acueducto decente (enlace 1). Porque al actual apenas están conectados la mitad de los habitantes de la ciudad y esos solo reciben unas cuatro horas de agua al día. Una vergüenza mundial.
Lo que Petro no explicó –o mejor, que ocultó–, porque se le dañaba el discurso efectista que tenía preparado, fue por qué, en los 17 meses que lleva de Presidente, él nunca le dijo a la ministra que arrancara a construir el acueducto por el que lucha Quibdó desde hace décadas, como lo confirman los tres grandes paros cívicos de 2000, 2016 y 2017 con los que los gobiernos nacionales se comprometieron a construir un acueducto por gravedad –el actual opera por bombeo–, para poder garantizarles agua a todos los quibdoseños, 24 horas al día y a precios bajos.
Petro además no puede decir que ignoraba tan grave problema de salud pública. Porque en la pasada campaña electoral se reunió con voceros de la comunidad de Quibdó que le explicaron, documentos en mano, la urgencia del acueducto, las características técnicas que debía tener y los compromisos que asumieron y violaron los gobiernos nacionales en los paros realizados, proyecto al que Petro como presidente no le gastó ni un minuto, mientras le sobró tiempo para sus cuarenta viajes al exterior, innecesarios en casi todos los casos.
Existen más pruebas del desinterés de Gustavo Petro por las necesidades insatisfechas de los chocoanos, uno de los departamentos más atrasados y pobres del país y que por razones obvias más recursos necesita del gobierno nacional: la palabra Quibdó no aparece en su Plan de Desarrollo y la asignación presupuestal para el Chocó (2023-2026) la disminuyó en 24% sobre la del gobierno anterior, al reducirla en $3,6 billones, de 15,6 a 11,6 billones.
Se necesita cara dura para lavarse las manos cómo se las lavó Gustavo Petro en Quibdó, engañando e irrespetando así a los afros del Chocó y de toda Colombia, que tantos votos le pusieron para su presidencia.
En su paso por la costa Pacífica, además, Petro volvió a pelar el cobre. Cuando en Guapi le rechazaron y preguntaron sobre el radar de guerra de Estados Unidos en el Parque Natural Isla Gorgona, se escabulló y los dejó plantados sin darles ninguna respuesta (enlace 2). Y no dio la cara porque él tiene que saber que a un parque natural se le hace un daño intolerable con esas instalaciones y porque, una vez puestas a funcionar, la última palabra de lo que pase en esa isla al respecto no lo dirá el gobierno colombiano. Otro irrespeto a las comunidades afro de esa región y a los colombianos.
Coletilla 1: lo que faltaba. Petro terminó de jefe de la oposición a los gobiernos anteriores y a su propio gobierno, convirtiéndose en el ser único en Colombia.
Coletilla 2: hasta septiembre de 2023, en 30,5% disminuyeron los pozos exploratorios de petróleo en Colombia, la sísmica se redujo en 49% y se perdieron 19.500 empleos (enlace 3). Todo por el autoritarismo antipetrolero de Petro, quien ni explica sus absurdas decisiones más allá de un par de frases huecas que ningún país petrolero del mundo comparte.
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