Ya en la misma Antigüedad, Catón el Viejo dejó fama de hombre de moral estricta e intachable. Según el historiador griego Plutarco, los que eran reprendidos por alguna causa respondían que ellos no eran Catones, es decir, que no eran perfectos. Un siglo después de su muerte, Cicerón, en su diálogo Sobre la vejez, introducía como personaje a Catón, a quien presentaba como un anciano de espíritu juvenil; otro de los personajes del diálogo, Escipión, elogiaba su «sabiduría», que «nunca he visto que te resulte pesada».
Catón, el viejo (Marco Porcio Catón, 234-149 A.C) es uno de los hombres más célebres de la antigua Roma. No fueron sus conquistas, sus excesos, ni sus amoríos, sino fue su honestidad y apego a la ley que lo hicieron conocido. Al ser miembro del Senado, fue testigo y protagonista del paso de Julio Cesar de gran General, conquistador de Galia (hoy Francia) y administrador en varias provincias, a ser uno de los políticos más avezados y míticos de Roma.
Julio Cesar, a pesar de su incuestionable liderazgo, su genio militar en la batalla contra Vercingetórix (Galia), Rey de los Cengetos, sus importantes reformas y programas sociales (algunos siguen hasta hoy), su sagacidad política para formar el triunvirato y luego utilizarlo como trampolín hacia su poder absoluto, fue quien de facto acabo con la Republica Romana, dando origen al Imperio. Se hizo nombrar dictador vitalicio antes de su muerte, acabando con la democracia (a la romana), e instaurando un gobierno represor.
Pero en esa transición de General a Dictador, hubo otro protagonista, Catón. Nació en el año 234 A.C. en Túsculo, era un labriego fornido, trabajador y con grandes dotes para la oratoria. Debido precisamente a su don de palabra y a los pleitos en que empezó a defender a sus paisanos, se dejó de lado su apellido (Prisco) y comenzó a llamársele Cato o Catón, que significa «sabio».
Catón el “joven” inició su carrera política en el cargo de cuestor. Durante ese año, sorprendió a todos por el rigor con el que se tomó su responsabilidad, cuando en realidad la mayoría de los romanos consideraban su paso por este cargo como un mero trámite, logrando recuperar una gran parte del dinero robado a las arcas públicas en los tiempos de las proscripciones de Sila.
En su paso durante las guerras púnicas, cuestionaba a Escipión el Africano por la inmensa cantidad de dinero que gastaba y lo puerilmente que perdía el tiempo en las palestras y los teatros, a lo que el africano le respondía airadamente que contara las victorias, y no el dinero. Esto los llevo a la enemistad.
En el año 199 A. C. ingresó al Senado, fue elegido edil plebeyo y dos años después fue gobernador en Cerdeña. En estos años se labró una reputación de gobernante honrado, que jamás tocó una moneda que perteneciera a la República, y también obtuvo una gran fama como orador.
Tras su exitoso gobierno de Cerdeña, en el año 195 A.C. fue elegido para la más alta magistratura romana: el consulado. En la Guerra de Ampurias derrotó a una coalición de rebeldes y se dice que tomó trescientas localidades enemigas. Lo conseguido por Catón fue a parar completamente a las arcas públicas, salvo una cuantiosa recompensa que otorgó a sus soldados. Fue tan desprendido de sí, que dejo a su querido caballo, con el que había conseguido tantas victorias, en Hispania (España) para no encarecer el transporte de vuelta a Roma.
Una vez en la capital, en vez de dedicarse al retiro que su carrera política y militar le aseguraba, decidió volver a empezar y se ofreció como simple oficial o legado a otros generales y gobernadores provinciales. Así, acompañó como tribuno militar al cónsul Manio Acilio Glabrio a Grecia para luchar contra Antíoco III de Siria, quien había invadido la región y derrotado a varias ciudades griegas.
Así mismo se vio destinado a enfrentarse a Julio César (de su misma generación) que representaba con su personalidad extravagante, su showpolítica, y su deseo infinito por un poder absoluto, la antítesis de Catón. El viejo ejercía su oposición a través del ejemplo. Sin excesos, siempre mostrando sus excelentes resultados de gestión, con altos estándares éticos, su gran oratoria, afirmando que las instituciones de Roma eran para el pueblo y no para sus gobernantes, y haciendo oposición desde el Senado, por medio de la palabra.
En estos coronatiempos, donde cada vez más presidentes o primeros ministros (remedos de Cesar) asumen sus roles como dictadores, se hacen necesarios cada vez más Catones, quienes no solo desde el Senado, sino desde la burocracia, la empresa privada o el ejército, defiendan los valores de la democracia y el respeto por las instituciones, que necesariamente llevaran a un respeto por la ciudadanía.
El deber de cada ciudadano es llevar a Catón en cada una de sus acciones, respetando lo público, honrando lo que se ha conseguido colectivamente, y edificando día tras día el valor de la honestidad.
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