Carta al niño Dios

Bogotá, D.C. diciembre 20 de 2020

Queridos Niño Dios y Papá Noel,

A cuatro días de que llegue la noche buena y recemos la última novena de este año, quiero ofrecerles disculpas por no escribirles en, más o menos, unos 38 años, seguro lo tienen más claro que yo. No vayan a creer que me faltaron ganas o que perdí la fe, creo más bien que fue la idea de creerme el cuento de “ser grande”. Hoy me doy cuenta de que el papel de adulto es aburridísimo.

Espero que mi carta les alcance a llegar, porque este 2020 he aprendido muchas cosas y más que pedirles algo específico, quiero agradecerles por todo lo que me enviaron durante estos meses. Fueron múltiples enseñanzas que, en algunos casos, me costó reconocer y valorar. Un año complejo, retador y que me deja navegando en un planeta que entiendo hoy menos que antes, pero que valoro más y en donde aprecio mejor cada segundo que tengo en él.

El mundo se frenó, al menos el mundo de nosotros los “grandes”. Por ello, cientos de personas tuvieron que cerrar sus negocios. Muchos se dieron a la difícil tarea de despedir a sus colaboradores y tratar de mantener a flote sus empresas. Todos fuimos invitados a vivir meses enteros rodeados de nuestros seres queridos, nuestras mascotas o nuestras soledades. La vida en el 2020 se puso en perspectiva para todo el planeta, y hubo otros que, en el camino, vieron partir a los suyos desde la distancia.

Los adultos tuvimos que, a fuerza, volver a reconocer la simplicidad de la vida. Este año se nos quitó la posibilidad de jugar, jugar a creernos adultos. Empacar los útiles, subirnos a nuestros carritos, ir a los lugares de trabajo y jugar con nuestros compañeros de oficina a resolver problemas. Salir a las calles a recorrer kilómetros para reunirnos con otros adultos, e inventarnos nuevas reglas, firmando contratos y escribiendo condiciones para poder extender la diversión. Pero el tablero de ese juego cambió, y como a cualquier niño que le quitan su juguete, lloramos, nos pusimos furiosos, nos deprimimos y nos tomó meses adaptarnos. Aún lo estamos haciendo.

Entonces llega la Navidad y como cada año, todos estos “grandes” adultos queremos reunirnos con los nuestros y en la mayoría de los casos, recibir el abrazo de mamá y papá, o de esos seres amados. Queremos comer la comida de nuestra casa y sentirnos seguros, porque estaremos rodeados por el afecto de los que sabemos nos cuidarán. Por su puesto, llegan ustedes dos, figuras que no deberíamos olvidar nunca porque siempre traen cosas buenas, la mayoría inmateriales.

Debería estar prohibido crecer y perder la capacidad de asombro constante. Convendría seguirles escribiendo para que puedan continuar maravillándonos como cuando teníamos seis años. Es más divertido poder sorprenderse con cosas sencillas y reírse a carcajadas por trivialidades, en vez de estar preocupados por responder un correo electrónico o llegar a tiempo a una reunión. En el fondo, a ningún adulto, estas tareas nos gustan tanto como jugar de verdad.

Espero esta carta llegue a tiempo y puedan ver que el regalo ya me lo dieron. Pusieron en el camino a las personas correctas, a esas que necesitaba para estar seguro. Me entregaron problemas y retos, para hacerme más fuerte. Me devolvieron la confianza para escribirles y no sentir que estoy haciendo el ridículo.

Les deseo una feliz Navidad y gracias por regalarnos un espacio, año a año, para valorar lo más importante.

Reciban un abrazo lleno de agradecimiento,

Alfonso Castro Cid

PD. ¿Si les queda fácil me pueden traer unos tenis nuevos para correr? No estarían de más (.

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