Hace algunos años, unos amigos se reunieron cuatro días antes de las elecciones populares para alcaldes, para hacer un balance de la campaña que uno de ellos adelantaba con esa aspiración. Al término de conocer los resultados de los pregoneros, de los publicistas, de los recolectores de recursos, de los periodistas, de los puerta a puerta, del programado desfile de carros, de los boletines y de los comentarios populares, antes de despedirse, el candidato soltó esta frase, que se convirtió en una máxima: “Y si ganamos, ¿qué nos ponemos a hacer?”.
Esta frase parece copiada por Iván Duque cuando enfrentaba la campaña a la presidencia.
Le tocó a Iván Duque Márquez, a la fuerza, ejercer el cargo de presidente, para el que se postuló, presentó y se hizo elegir. Muy seguramente apenas por estos días de crisis de mayo mandó pedir el programa de gobierno que inscribió, para saber que dice, con el cual ganó y programa que según la Constitución tiene que cumplir porque allí está escrito que la gente vota por el programa y no por el candidato.
No nos alegra tener que decir unas cuantas falencias del actual mandatario de los colombianos, pero es preciso que quien quiera este cargo, sepa que tiene que llegar preparado, sepa que si improvisa es para tomar una solución y no para aparentar que sabe, preparado para que no pase carreras y preparado para que sepa que su solo cargo, per se, no le da las soluciones. Es una lección para el futuro, lo que quiere decir que a nuestro actual presidente le llegaron muy tarde esas recomendaciones. Ojalá a los electores les llegue bien y a tiempo estos consejos y elijan a uno que sepa lo que debe hacer en esos puestos.
Sin más ideas que la de ser presidente, Duque ocupó el cargo haciendo uso de la paciencia de los colombianos que lo vieron actuar como un hombre cuyo cargo era el de presidente y nada más. Pero para decir la verdad, no se le veía actuando como gobernante y esa es la diferencia.
La frase utilizada para estos casos, viene desde la antigua Roma republicana, cuando se reunían a principio de cada mes de diciembre, las mujeres de las clases altas para celebrar los ritos de la buena diosa o Bona Dea, sin admitir en esas fiestas a ningún hombre, hasta que Publio Clodio Pulcro, disfrazado de mujer se coló en esas reuniones, encontrándose con que allí estaban la madre y la esposa del Cesar, amenazando contar lo que allí pasaba. Enterado el Cesar y lleno de vergüenza, el César repudió a su mujer, con el pretexto de que “la mujer del Cesar no solo debe serlo, sino también debe parecerlo”, es decir, siempre debe manejarse bien sin importarle que no le había sido infiel como tampoco cometió desafueros.
Pues bien, el presidente de la República no solo debe serlo, también debe parecerlo. Los últimos días del presidente Duque han sido terribles, fatales para él y su ego; todos los colombianos lo miran esperando que él solucione todos los problemas. Nos hemos acostumbrado a esperar que bien o mal, o mal o bien, los presidentes solucionen todos los problemas de los colombianos, porque siempre prometen solucionar todos los problemas. Y para eso los elegimos.
Esa impreparación para el cargo es la que ahora un grupo de colombianos, que por cierto poco a poco han ido acabando con la economía del país, acabando con el esfuerzo de miles de empresarios y acabando con el empleo de miles de colombianos, es de la que ahora se aprovechan. Poco o nada les ha importado lo que pase de aquí en adelante, así como poco o nada les importó a los promotores de Duque su campaña y su puesto. Simplemente había que elegirlo. Tenemos problemas muy grandes para resolver, un presidente sin buenos asesores, solamente acompañado por una cantidad de compañeros universitarios y unos tigres enfrentándolo en sus peticiones para tratar de resolver las disputas sociales, ahora trasladadas a las calles, avenidas y carreteras.
No es fácil lo que el país vive hoy. Miremos todo lo que ha sucedido por estos días, todo por culpa de no elegir un buen presidente, que es muy distinto a elegir a un buen muchacho.
El país se sacudió para evitar la reforma tributaria. Se había podido evitar.
El país se sacudió para sacar del cargo al ministro Carrasquilla, quien nos iba a dejar sin plata para pagar los impuestos. Se había podido evitar.
El país protestó el nombramiento de ministro de Comercio en cabeza de Juan Alberto Londoño, socio de Carrasquilla, quien se presentó ante todos los noticieros del país diciendo que “si un colombiano gana un millón doscientos mil pesos, es de clase media”. Se había podido evitar.
El país se sacudió para evitar la nueva reforma a la salud, la que mejoraba profundamente el negocio a los empresarios y a nosotros nos dejaba más enfermos.
El país se sacudió para evitar la Copa América de Fútbol, lo que llevaba a distraer los verdaderos problemas de la nación.
Y esos problemas llevaron a renunciar a la ministra de Relaciones Exteriores, aunque ese retiro solamente le duele a sus parientes.
Los congresistas están aprendiendo a reconocer la furia de la gente y por eso decidieron hacer lo que les pedían; rechazar la reforma tributaria y la reforma a la salud, porque también temen perder sus reelecciones.
Los problemas hicieron renunciar al comandante de la Policía en Cali, y es lógico porque la Procuraduría se le viene encima por actuar y por no actuar.
Carrasquilla nos dijo que la plata alcanzaba para pocos meses y sin embargo la matrícula para los estudiantes de las universidades públicas será gratis para los estratos uno, dos y tres. ¿No pues que el Estado estaba sin plata?.
Mientras todo eso sucede, nos llegan dos noticias; la primera que los protestantes pedirán rebaja o eliminación de ese bandidaje en los que se han convertido los peajes y del precio de la gasolina, y la segunda noticia nos cuenta que el grupo AVAL en los primeros noventa días de este año, ha recibido casi 9 mil millones de pesos de utilidad, cada día. El grupo AVAL es uno de los protegidos del Estado, mientras que los 50 millones de colombianos estamos desprotegidos del Estado.
Hoy se recuerda la frase de un debate, cuando el entonces candidato presidencial Duque le dijo al también candidato Germán Vargas Lleras, “que usted es el copiloto de un avión en picada y se durmió en todo el vuelo”.
Imagino hoy a Duque cada vez que aborda el avión presidencial recordando ese debate y preguntándose si él subiéndose a ese avión lo hace en calidad de piloto, copiloto o pasajero. Todo nos hace pensar que quiere sentarse en una silla, no como piloto, ni copiloto; simplemente a escuchar las instrucciones de cómo utilizar una máscara de oxígeno en caso de emergencia. Hoy más que nunca la necesita, mientras en Colombia todos esperamos que ya que se hizo elegir presidente, restablezca la autoridad y comience a gobernar.