Semana tras semana en Colombia aparecen “escándalos” que tumban las prioridades de la opinión pública. La discusión se reorganiza para nuevamente ser sustituida por lo que más convenga al tráfico digital y a ciertos intereses políticos. Tal comportamiento parece indicar que nuestro país sufre un trastorno por déficit de atención.
El trastorno por déficit de atención dificulta a quienes lo padecen concentrarse en tareas específicas y prestar atención. Entre los síntomas notables están la impulsividad, desorganización y problemas para establecer prioridades; características que describen el comportamiento de buena parte de las instituciones del país.
La ciudadanía suele distraerse, afortunadamente cada vez menos, con temas de coyuntura que poco o nada afectan el futuro de la mayoría de las colombianas y colombianos. Nos la pasamos de chisme en chisme y de escándalo en escándalo y al mismo tiempo los temas de importancia real permanecen estancados y sin mayor trascendencia.
Las últimas dos semanas fue el caso del ex presidente, la próxima semana se la tomará una nueva tensión diplomática con Venezuela por el cierre fronterizo, que no solucionará la crisis que atravesamos ambos países, y no demora en aparecer un nuevo caso de corrupción.
Entre tanto, los problemas del campesinado, de salud y de educación, enfrentan el recrudecimiento ocasionado por la pandemia y no es clara la voluntad del Gobierno y las instituciones por ofrecer soluciones que satisfagan con suficiencia las necesidades en cada una de estas áreas.
Hay que decir que estos problemas no son nuevos. La negligencia en este sentido no es única de este gobierno. Lamentablemente, pese a poder hacerlo, no se vislumbra la llegada de soluciones en los próximos dos años que restan de este mandato.
Buen ejemplo de la desatención que enfrentan estos sectores es el septenio que ya se cumplirá de la célebre expresión “ese tal paro agrario no existe”. Resulta indignante que 7 años después, varios agricultores y campesinos en la periferia se siguen enfrentando al ESMAD aún esperando garantías de empleo y de seguridad tanto económica como alimentaria.
Los colombianos y colombianas estamos corriendo una carrera en la que vemos con claridad y certeza la meta, sin embargo, no dejamos de detenernos a contemplar cuanta nimiedad y accidente se nos atraviesa.
No podemos perder de vista las prioridades, aun más ahora que debemos reparar los estragos que nos deja la crisis más profunda de la historia reciente de la humanidad.
Son ineludibles el fortalecimiento de todo el sistema de seguridad social en salud y la recuperación económica, objetivos que aún se ven lejanos si se toman decisiones apresuradas, tal como sucedió con la venta de las reservas de oro, y si se siguen anteponiendo insulsas discusiones.
En el primer mes de esta nueva legislatura han sido estas discusiones banales las que no han permitido avanzar en una dirección que verdaderamente le tienda la mano a la ciudadanía.
Aprovecho para reiterar el llamado a mis colegas congresistas a mantenernos conectados con las necesidades reales de las regiones, en lugar de servir a estas ciegas discusiones.
Y así, de coyuntura en coyuntura se satura la agenda legislativa, los últimos turnos en ese trancón de iniciativas no serán discutidos y los que se benefician de este trastorno seguirán haciendo lo posible para mantener el ‘pimponeo’ que sufre la atención de la opinión pública.
A falta de terapia, seamos el orden y la disciplina que le hacen falta a varias de nuestras instituciones.