El patriotismo es un concepto histórico que evoca salvar la patria de intrusos y usurpadores, mediante la guerra, y cuyo objetivo era salvar a su pueblo y a sus medios de vida. La guerra implica la disposición de ofrendar la vida y esa era su esencia y la de los héroes que se distinguían por su valor y arrojo en esos escenarios violentos y lograban hazañas. Todo en el contexto de un mundo más primitivo.
Es necesario hacer una actualización de este concepto antiguo que ha logrado llegar incólume a nuestros días trascendiendo en el tiempo a través de las guerras, que pese al mayor desarrollo relativo de los humanos persisten como expresión de los más primarios y básicos instintos de los pueblos de dominar por la fuerza, en dirección contraria al intelecto que debería haber florecido superiormente en este mayor desarrollo.
En términos modernos amar a la patria se debe expresar en toda función inteligente que los ciudadanos cumplan en forma correcta, que produzca un aporte real y valor positivo para la sociedad en que viven. O en la forma bella de expresarlo por Borges: “Nadie es patria. Todos lo somos”.
El héroe moderno es el empresario que se distingue entre todos por su arrojo y esfuerzo al tomar riesgos a los que muy pocos están dispuestos. En el modelo económico que seguimos es el empresario que, compitiendo en mercados libres y abiertos, genera oportunidades y riqueza, y a través de ellas contribuye a sacar de la pobreza a los muchos que interactúan con él en el negocio. El empresario así, que además paga sus impuestos y que no corrompe a nadie para aumentar sus ingresos, es el primer verdadero patriota. La teoría se va al traste cuando se corrompen algunos de sus postulados y converge hacia la concentración de los ofertantes de los mercados en monopolios (tendencia natural observada del capitalismo) en donde los precios de competencia no garantizan que su función social reguladora ayude a que no se genere desigualdad. De ese punto en adelante, la espiral descendente se acelera con la presión e intromisión del poder económico sobre el poder político para lograr tratamientos especiales para sus negocios a través de exenciones de impuestos y barreras para los competidores, y alejando la regulación del Estado, dando como resultado la concentración de la riqueza en detrimento de la función distributiva del libre mercado y por ende, pobreza. Todo aquel que rompa las delicadas reglas del libre mercado ya no podría considerarse como un patriota verdadero porque no está asumiendo la función social de salvar a su patria de la pobreza que es el principal intruso moderno de los pueblos del siglo XXI, por más que intenten y pregonen manipulativamente sus balances de responsabilidad social empresarial y sus intentos de filantropía.
Al empresario lo acompañan los ciudadanos que trabajan para sacar adelante sus vidas y sus familias, que cuando lo hacen en forma correcta son patriotas que a través de todos sus actos contribuyen con el desarrollo general de la sociedad que se refleje en una prosperidad relativa para todos.
El obrero que cada día se levanta a las 4 am para poder llegar a tiempo a la obra que ayuda a construir en el otro extremo de su ciudad, está construyendo a la vez a su patria. Lo mismo podríamos ensamblar para cualquier oficio o profesión, desde la persona que cuida niños en una sala cuna hasta un empresario. No es un concepto que sólo se aplique a quien preste sus servicios en el Estado y tampoco exclusivo para aquellos que están dispuestos a ofrendar su vida para salvar a la patria de violencia, narcotráfico y delito que son parte de los usurpadores modernos.
Sólo que soldados y policías deben tener un especial reconocimiento y agradecimiento de la sociedad a la que sirven. Pero todos, en cualquier oficio o profesión, que aporten a que la patria sea la mejor para vivir, tener prosperidad y bienestar generalizados, son patriotas verdaderos siempre y cuando sus aportes sean los correctos, libres de toda corrupción relativa a sus actos y alcance. De no cumplirse esta condición necesaria ya no estamos hablando de patriotas.
Por supuesto que no lo es aquel servidor público que usando su posición de decisor participa en actos corruptos para robar recursos públicos. No lo son tampoco los estafadores, los contrabandistas, menos que nadie los narcotraficantes y cualquier tipo de hampones. No lo podría ser tampoco algún empleado que roba recursos de la empresa en la que presta sus servicios. De la misma manera no lo son los soldados y policías que participan en actos atroces, en los que extralimitan la delegación de autoridad que les hemos conferido como sociedad y no actúan correctamente. Al igual que todos los anteriores, traicionan el encargo y misión que la sociedad les ha confiado y espera de ellos.
Con esta diáfana claridad no resulta válido que nos evoquen el patriotismo buscando que nos olvidemos de todos los defectos de comportamiento de una parte de la sociedad y los apoyemos en su causa para ganar poder político. Tampoco resulta válido que expresen su apoyo irrestricto a la fuerza pública, sea lo que sea, o a un caudillo, pase lo que pase. Esto es el patrioterismo. El burdo intento de recurrir al amor que le tenemos a nuestra patria con fines manipulativos tratando de anular nuestra racionalidad a punta de emocionalidades y contando con la ignorancia que el pueblo usualmente tiene sobre su propia historia.
Rechazar a rajatabla las críticas y los análisis de los hechos terribles en que se ven involucradas instituciones como el Ejército y la Policía, no es precisamente un acto de patriotismo. Por el contrario, es negarle a esas instituciones la posibilidad de que busquen la excelencia que sería lo que cualquiera que las amara desearía desde lo más profundo de sus sentimientos. Prueba también de que las usan y las manipulan sin que tengan en cuenta su honor y misión constitucional a los que tanto se refieren sus directivos. Una verdadera torpeza estratégica. Lo sabe el mundo desde hace décadas: el más importante componente de la búsqueda de la excelencia es el reconocimiento de los problemas para encontrarles soluciones, ojalá de raíz y erradicarlos para siempre en lo posible. Que mejor para cualquier colombiano que contar con sus policías y soldados, que cuiden a nuestra patria en la confianza total de que sus actos siempre se ceñirán a la Constitución y a los principios de priorización de la vida, de la libertad y de la democracia. Los hechos hacen pensar que el Gobierno no tiene interés en buscar la excelencia de las fuerzas armadas de la patria y solo usarlas para sus fines, que se apartan del patriotismo por consecuencia.
Lo que menos necesitamos es un patrioterismo a ultranza y en cambio, urgentemente sí, requerimos que cada colombiano se vuelva un buen y verdadero patriota. Es necesario que evolucionemos pronto de épocas bárbaras, que desafortunadamente siguen siendo nuestro presente, a unas en que nos logremos encontrar todos los colombianos y a pesar de nuestras diferencias estemos de acuerdo en buscar prosperidad relativa para todos como corresponde a unos verdaderos patriotas modernos.