Desigualdad ¿qué significa? (para no economistas) (5): la espiral descendente

Llegamos a este momento de la historia del país, y de nuestra explicación, con una desigualdad enorme, impuestos regresivos y un monto importante en exenciones, que hacen que el recaudo sea muy bajo para los requerimientos de inversión social que puedan ayudar a reducirla, y ya enunciamos que las trasferencias tienen problema de eficiencia del gasto público. Vamos a ahondar en las trasferencias que es la otra cara de la misma moneda.

Las trasferencias son las inversiones en que se usan parte de los impuestos (fuera de los gastos de funcionamiento y del pago de la deuda incluyendo sus intereses; las tres salen de los recursos que recauda el Estado por impuestos) y que deberían dirigirse a atender las necesidades más urgentes e importantes de la población mas necesitada. Pero no sucede así en nuestro país por diversas razones: algunas, como pensiones y educación superior terminan beneficiando a personas de mayores ingresos; inversiones sociales en nutrición, educación, salud básica, agua y saneamiento y subsidios directos a personas en condición de pobreza pueden ser desviados por falta de priorización (andenes y parques cuando falta agua potable y saneamiento básico); o malgastados en proyectos mal planeados que cuestan mucho más, o no sirven bien para lo que se pensaron o por proyectos que no terminan (elefantes blancos); o el desvío de los recursos por corrupción (las cifras de los “expertos” dicen que pueden ir desde 50 hasta 200 billones al año; nadie lo sabe realmente). Es terrible. Como se nota, las trasferencias tienen problemas de mal diseño de la política (cómo debieran ser), de falta de priorización de su uso, de falta de planeación, de mala ejecución y/o de que se roban la plata en la contratación.

Una verdadera espiral descendente: no alcanza la plata por muy poco recaudo, mala asignación (mala priorización), la corrupción, un Estado ineficiente que cuesta más de lo que haría uno que trabajara eficientemente y el servicio a la deuda. A su vez, esta deuda crece para conseguir lo que falta para el funcionamiento del Estado y las inversiones, que no alcanza porque hay muy poco recaudo, corrupción y servicio a la deuda. Con el grave problema adicional de no tener un verdadero doliente, ya que los Gobiernos son transitorios al fin y al cabo, y los errores y delitos que cometen los políticos poco se derivan en algún castigo sobre ellos, pero eso sí, mientras están a cargo se creen y se empoderan de su papel como si fueran los dueños para gastar mal y a ruedos. El botín por el que se pelean tan duramente.

Con respecto a la desigualdad y dicho en resumen, tenemos dos problemas y no uno solo: uno, por el bajo recaudo (la plata que se recoge por impuestos no alcanza para todo lo que se debería invertir, porque el recaudo es bajo y además hay que pagar primero el funcionamiento del Estado y el servicio a la deuda) y dos, por la pésima inversión que no llega, ni en monto ni en calidad, a donde debería llegar para bajar la desigualdad. Por eso, medida por el índice de Gini después de impuestos y trasferencias, la desigualdad no se arregla casi nada (como sí pasa en muchísimos países, salvo en Latinoamérica donde campea la desigualdad por los mismos problemas; ver artículo 4).

El primer problema surge del escaso recaudo como señalan las comparaciones en los países del mundo y de la región en % sobre el PIB, y como lo señala Urrutia, es fundamental que la política tributaria no esté desconectada de la política de gasto que incluya las metas sociales establecidas en derechos en la Constitución política. Pero es políticamente difícil incrementar la tributación efectiva de las personas (por el trámite de la reforma en el Congreso) como lo observamos en la cita del BID. Se requiere una reforma tributaria (ver más en artículo: 8 reformas estructurales…) que aumente el recaudo con una tributación progresiva, corrigiendo la estructura basada en las personas naturales y no en las empresas y en tributos a la renta y no al consumo (IVA). En el Congreso históricamente se ha ejercido la influencia del poder económico sobre el poder político como hemos anotado (los economistas los llaman “los ricos”; pero son los más ricos en realidad: menos del 1% de la población de mayor ingreso). La causa del problema y parte del meollo de la desigualdad está entonces en la comprensión que tenga este pequeñísimo grupo de poder económico sobre la situación real y las afugias de los pobres a los que corresponde atender y ayudar el Estado (no debería ser para toda la vida si la política fuera realmente orientada a sacarlos de la pobreza y que pudieran integrarse a una economía virtuosa en la que encuentran oportunidades de mejora, desarrollo y bienestar).

Parte de esa comprensión pasa por entender que pagar más impuestos no significa “perder su dinero”. No hay duda de que la primerísima prioridad es reducir la corrupción y ojalá acabarla para que los ingresos del Estado no se desperdicien en los bolsillos de unos pocos corruptos. Suponiendo que bajara la corrupción, (con base en Urrutia, letras inclinadas) bajar la desigualdad reduce también la inestabilidad política y económica, la incapacidad de llevar a cabo reformas (las sociedades desiguales son más propensas a “capturas” del Estado por parte de grupos de interés particulares: que es el susto permanente de los del poder económico), y el “desperdicio” del capital humano, todo lo que puede afectar de manera negativa el crecimiento económico y la productividad, sin olvidar que los países más desiguales crecen menos y por períodos más cortos. Todo lo anterior se traduciría en que los ricos pueden ser aún más ricos pero disfrutando de un país estable y seguro, lo cual dispararía su rentabilidad y bienestar.

Cuando los más ricos comprendan que pagar impuestos no es un gasto sino una inversión, que su influencia sobre lo político debe ser a través de los gremios y con mecanismos transparentes que no se basen en lobby (la presión que hacen los del poder económico a los del poder político; o cabildeo en español) sino en la exposición abierta de argumentos a ser tenidos en cuenta por los legisladores (poder político sin presiones o relaciones corruptas con el poder económico), que sus beneficios sean reinvertidos en nuevas inversiones de riesgo en nuestro país, entonces podríamos iniciar una transición sin traumas (en paz primordialmente) al primer mundo en pocas décadas. Son los más ricos y los economistas que han trabajado para su servicio, quienes han “ajustado” la política económica para favorecer sus intereses y nos han conducido a la mala situación actual, y han podido hacerlo porque han actuado con la complicidad y servilismo de una clase política que ha traicionado al pueblo que representa y debía haber defendido[i]. Pero al mismo tiempo, también son quienes pueden desatar esa transición.

Será en el próximo artículo de esta serie que podremos terminar de deshilvanar esta complejidad en torno a qué significa realmente la desigualdad. Solo entendiendo, individual y colectivamente, podremos decidir los cursos de acción necesarios para avanzar y vencer a la pobreza, y enfilarnos a construir un mejor país entre todos. Y no se puede esperar a que suceda algún milagro. No lo habrá.

@refonsecaz

[i] Siempre habrá excepciones a generalizaciones hechas con base en la mayoría de los datos en un conjunto.