El cerco diplomático a Venezuela, la opinión de Jaime Polanco


Estupefactos quedaron los millones de personas que vieron en televisión o en redes sociales las declaraciones del Presidente Duque al periodista Bricio Segovia, sobre si Colombia albergaría tropas norteamericanas en su territorio. Como si fuera un “remake” de la película ‘El día de la marmota’, el presidente una y otra vez, se empeñó en utilizar ese viejo recurso de decir y decir las veces que sean, lo que sea, para no contestar a una pregunta incómoda.

Estaba claro que después de su visita a Washington llena de simbología y un cierto grado de provincianismo, la pregunta era obligada. ¿Hasta donde se involucraría Colombia, en un posible conflicto bélico con Venezuela?

Un par de semanas han bastado para despejar algunas de esas incógnitas. Después de los incidentes llevados a cabo el día 23, entre los voluntarios venezolanos y colombianos que apoyaban a el Presidente interino Guaidó y la guardia bolivariana en la frontera, ha quedado de manifiesto, que no había un plan B.

En el fondo lo que les mueve por encima de la racionalidad y el sentido común es desalojar a Maduro por la fuerza. Ese es el plan B. Alejándose de la diplomacia y abandonando cualquier resquicio para que salgan por alguna puerta que les lleve a algún destino. Acompañados eso sí, por las tropas militares norteamericanas, acostumbradas a este tipo de operaciones, con el consiguiente desgaste internacional tanto de ellos como sus socios de turno.

El famoso “cerco diplomático” está lejos de funcionar. Maduro, de momento, resiste al bloqueo americano, pero hasta que todos y cada uno de los países interesados no lo inicien, será difícil que baje la guardia para ponerse a negociar una elecciones libres y sin trampas.

La esperanza de que el “cerco diplomático” cambiaría los corazones del ejército venezolano, tampoco funcionó. Solamente, dos centenares de miembros han abandonado las filas, dentro de una compleja trama militar que alberga más de 250.000 personas.

La tan traída y llevada ayuda humanitaria, como era de esperar, se quedó trabada en la frontera. Nadie con un mínimo de experiencia en este tipo de situaciones, podría pensar, que la ayuda iba a ser recibida con los brazos abiertos por las fuerzas militares venezolanas.

Para que el “cerco diplomático” funcione la oposición tiene que estar unida. Sus mensajes no son unánimes y están empezando a repartirse la torta. Vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Los protagonismos vuelven a aflorar entre los que no quisieron ver a Guaidó jurar como presidente interino y los que han visto en este gesto un acto de generosidad y nada exento de peligros personales.

La intervención armada no es viable. Nada la justifica en estos momentos y los países de la coalición de apoyo a la oposición venezolana, obtendrían muy difícilmente el respaldo de sus bancadas parlamentarias, para dar luz verde a semejante disparate. Como han confirmado los cancilleres del grupo de Lima, menos comprometidos en habilitar política exterior versus problemas domésticos, la intervención militar, no es, ni deseable ni factible.

Pero realmente el “cerco diplomático” no funciona si la sociedad venezolana no actúa conjuntamente. Todavía hay una mitad muy numerosa que siguen apoyando al régimen por diferentes motivos. Cambiar ese comportamiento es trabajo del resto de políticos nacionales que acompañan a la oposición. Cada uno en sus regiones, e intentando hacer entrar en razón a los diferentes líderes locales y regionales. Esa sería su mayor aportación. Conseguir la conversión de la sociedad civil chavista, para que esté dispuesta a apostar, por una verdadera democracia sin trampas ni cartón.

El mundo entero espera más dosis de presión, más diálogo, más compromiso por parte de toda la sociedad venezolana y por supuesto templanza en las manos de los vecinos, que si no toman las medidas correctas, pueden terminar con heridas abiertas de las que se pueden arrepentir por largos años.

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