Los falsos positivos tienen una connotación más grave aún que los asesinatos de personas por parte de guerrilleros, bandas criminales y demás malhechores, todos siendo terribles para los afectados. Es comparable a la diferencia entre la violación de una niña por su padre que por un extraño; siendo ambos actos de un terrible impacto las probabilidades de recuperarse del primero son mucho menores que del segundo. Los expertos dicen que “los abusos sexuales intrafamiliares suelen ser más traumáticos, ya que para el niño suponen, además, sentimientos contradictorios en cuanto a la confianza, la protección y el apego que se espera y se siente con relación a los propios familiares” (El abuso sexual infantil…, Psicogente, Universidad Simón Bolívar, Barranquilla, 2013).
En los falsos positivos pasa algo similar. Al igual que la niña que debía poder confiar en su padre para que la protegiera, y el protector se tornó en el más feroz agresor que contó con la no resistencia de la víctima en razón a la confianza natural existente, la ciudadanía debía poder haber confiado en su Ejército que usando el poder que se le confirió por la misma ciudadanía, se tornó en su contra para asesinar a unos de sus miembros. Es un acto de sumo engaño que socava la confianza del pueblo en forma grave.
Siempre hay que advertir en estas situaciones, que no es toda la institución la que ha cometido estos actos pero no se puede evitar que aquellas manzanas podridas, como habitualmente las llaman sus superiores a quienes ejecutaron los asesinatos, la salpican completamente ante la opinión pública. Por eso hay que cuidar los actos de todos los soldados hasta en el mínimo detalle. Sin embargo, lamentablemente con las investigaciones de la JEP (Justicia Especial para la Paz) se está llegando a la conclusión que no era un asunto de unas pocas manzanas podridas, sino una práctica sistemática (como ya lo había señalado Human Watch Rights citado en La Silla Vacía, La JEP apunta a que, más que manzanas podridas, los ‘falsos positivos’ fueron sistemáticos, 2021-febrero). Los 6402 casos que ahora registra la estadística entre 2002 y 2008, y que seguramente seguirá subiendo, muestra que efectivamente había un doloroso subregistro (apenas 2248 casos reportados por la Fiscalía entre 1988 y 2014); el crecimiento de los casos inicia en 2003, hasta llegar a un enorme pico en 2007 y empieza a declinar en 2008 hasta regresar a los niveles iniciales en 2009, que fueron simultáneamente ocurridos en 6 diferentes departamentos del país, coincidiendo con la política de Seguridad Democrática. Difícil argumentar en contrario.
Era de esperarse que el expresidente Uribe hubiera salido a defenderse de las acusaciones indirectas o directas que le hacen. Al fin y al cabo, durante sus mandatos sucedieron la enorme mayoría de los casos registrados hasta el momento, y él era el comandante supremo de las fuerzas armadas; por lo menos le cabría la responsabilidad de no haber ejercido el control necesario para que no sucediera en la frecuencia y en la progresión en que sucedieron. Pero no se puede olvidar que hubo la política de premiar a la fuerza por dar de baja a guerrilleros (ministro Ospina), como parte de su lucha frontal contra las guerrillas otorgando recompensas en dinero y días libres, lo cual fue el incentivo perverso para que esta atrocidad sucediera. Se le puso precio a la vida de unos muchachos compatriotas… ¡un permiso de fin de semana! Brutal. Y como la investigación de la JEP va de abajo hacia arriba, debido a que los Generales no han reconocido ninguna participación, y en cambio se cuenta con testimonios provenientes de las condenas de soldados en la justicia ordinaria y de mandos medios que se han sometido a este mecanismo de justicia transicional, existe la probabilidad que escale la cadena de mando hasta el expresidente. Esto explicaría por qué todos sus ataques a la JEP y sus no pocos intentos de acabarla.
Como sal en la herida caen las palabras del General Montoya (comandante de la época), que no solo parecen jugando al ingenuo sino que resultan insultantes para la inteligencia de todos los colombianos. Achaca el asesinato de los jóvenes engañados a una interpretación equivocada de parte de los soldados, puesto que eran ignorantes y no entendieron las directivas, pero al mismo tiempo afirma que la cúpula militar hizo todo lo posible para que tales directivas se entendieran correctamente; es decir, se contradicen sus débiles argumentos. En todo caso, es cierto que ha debido asegurarse de la comprensión exacta de sus órdenes. Su cargo exigía eso. Los militares son expertos en estrategia y planeación, y saben que cuando se fija bien el objetivo de una misión, los planes van hasta el detalle de la calidad de las personas y de su entrenamiento, y cuentan con la disciplina de la tropa para lograrlo. Luego las frases del general no solo parecen endebles sino que además está contradiciendo la esencia de la milicia.
La institución del Ejército Nacional debería ser la más respetada y querida por los ciudadanos, en razón a que la obligación el Estado de protegerlos se materializa a través de sus instituciones castrenses y la seguridad es una prioridad para todo el mundo. Pero estos sentimientos de respeto y cariño son una consecuencia y hay que ganárselos todos los días con las acciones acertadas de todos sus integrantes; no se puede ordenar a la población que los sienta. Claro que lograr acciones acertadas de todos los integrantes de la fuerza es una misión dificilísima, pero es la misión más importante de un comandante y su razón de ser, y además porque con la ciudadanía de su lado, sus acciones podrían ser más precisas y más contundentes. Y si es dificilísima, entonces necesitamos a los mejores colombianos liderando al Ejército, sin tacha alguna, sin ninguna filiación ni preferencia política, y desde luego, con la ausencia total de dudas sobre corrupción.
Caen muy mal entonces las recientes declaraciones del General Zapateiro, actual comandante de las Fuerzas Armadas, mostrándose amenazante contra un órgano de justicia como es la JEP, prácticamente en rebelión, en donde se fincan todas las esperanzas de saber lo ocurrido para que sea el comienzo de una reconciliación de fondo entre los colombianos. Con esto se declara a sí mismo como todo lo contrario de lo que necesitamos del General superior. En vez de estar diseñando cómo hacer que el Ejército fuera por lejos la mejor institución de la patria (en el lenguaje que usan) y con ello llenándonos de la esperanza que todos necesitamos. Bien tenía razón Jung (el famoso psicoanalista) cuando afirmaba que “las personas podrían aprender de sus errores si no estuvieran tan ocupadas negándolos”. Tal cual y en forma exacta así está.
Por supuesto, la necesidad de contar con los mejores colombianos aplica a toda la cadena de mando y exige que el comandante en jefe, el Presidente de la República, sea también una persona excepcional, a quien la justicia y la rectitud le sean la forma natural de actuar, y que estos pilares guíen siempre sus acciones como líder de las Fuerzas Armadas.
Estamos acostumbrados a los terribles sucesos que acontecen permanentemente, masacres, asesinatos de líderes ambientales y sociales, y todo tipo de injusticias que se quedan en la impunidad; los falsos positivos de igual manera fueron parte del macabro paisaje. Cuando más, nos quejamos de toda esta desgracia en la que vivimos, pero realmente no hacemos mayor cosa para mejorar en algo. Lo primero que tenemos que reconocer es el error permanente en el que hemos caído de elegir a los políticos de siempre, o a los que nos dicen los políticos de siempre. Y dejar de negarlo. Todos. La gran estrategia que nos enderece el país requiere que cambiemos el rumbo, y eso sólo se logra si cambiamos todas las corporaciones nacionales, departamentales y municipales, y no solo la del Presidente. Todos tenemos parte de la solución, y entre todos, la solución completa. Seamos conscientes del error que hemos repetido una y otra vez, no lo neguemos, y aprendamos a construir un mejor país. Reconocer, pensar, votar bien, cambiar al país para bien.
@refonsecaz – Ingeniero, Consultor en competitividad.