Aunque en Colombia no se usa mucho, en buena parte del mundo hispanohablante, gracias a las redes sociales, se ha puesto de moda una palabra que particularmente me fascina: Postureo. La RAE incluso ya la aceptó en su Diccionario de la Lengua Española; y definió el famoso postureo como la “actitud artificiosa o impostada que se adopta por conveniencia o presunción”, el concepto es brillante, maravilloso, porque refleja en buena medida a la sociedad actual.
Sin duda estamos en la era del postureo. Es posible que siempre hayamos vivido en un mundo hipócrita y de apariencias. Pero la sobreexposición de nuestras vidas y opiniones en la Red ha multiplicado de manera ridícula todo esto. La sociedad que nos empuja diariamente a mostrar nuestra cara más amable hacia todo lo que huela políticamente correcto hace que las personas pierdan su esencia, su naturalidad.
El político o cargo público tiene que evitar decir o hacer cualquier cosa que pueda herir susceptibilidades de cualquier colectivo, por insignificante que sea, y por tanto muchas veces gobierna para la minoría, contraviniendo el principio más básico de la democracia. Las estrellas de rock, el cine o el fútbol (hombre o mujer) no pueden hacer comentario alguno sin que una turba de millones de ‘haters’ los acosen y maltraten por lo dicho, sea por la bobada que sea. Ni que decir tiene del simple ciudadano de a pie, como usted o como yo, usuario de Facebook o Instagram, que está ‘obligado’ a hacer su mejor mueca 10 veces al día para sacar el mejor lado en la foto que comparte en la red social. ¿Para qué? Pues para mostrarse más alto, más guapo o más feliz de lo que seguramente es en ese momento, porque eso es lo que nos demanda la sociedad.
Toda esta dinámica nos conduce a estar permanentemente en alerta, a una autocensura de la que a veces no somos conscientes. Ya no sabemos cómo expresarnos para quedar bien con todo el mundo. Nunca en los tiempos modernos hubo tanto miedo a errar, a equivocarse, a ofender, a fallar a los nuestros y a los ajenos, miedo a expresarse. Y resulta paradójico, cuanto menos. Es ese miedo al escarnio público el que nos mete en esa dinámica postiza. El error sale caro, es humillante y te puede destrozar la imagen de por vida.
Me juego doble contra sencillo con cualquiera de ustedes a que mucha gente no está de acuerdo con las campañas que diariamente se lanzan en contra de personas o instituciones que osaron a equivocarse. Pero aún así, ¿quién se atreve a ir en contracorriente? Se me viene a la cabeza el Caso Oxfam, por ejemplo. Ninguna personalidad relevante en el mundo ha sacado la cara por esta organización de ayuda para erradicar la pobreza, que durante décadas, cuanto menos, ha hecho más bien que mal, porque un reducido grupo de sinvergüenzas manchen su nombre con un caso (grave y denunciable pero puntual). O que me dicen del renombrado movimiento #Metoo en Hollywood, capaz de acabar con brillantes carreras artísticas trabajadas durante décadas por simples acusaciones de abusos (sin juzgar, por cierto). ¿En serio alguien se cree que muchos artistas o actrices no defenderían públicamente a Kevin Spacey si no fuera porque ese ruidoso movimiento ‘dictatorial’ lo aplastaría de inmediato?, pues eso es, nadie, ni siquiera sus amigos han salido a defenderlo públicamente por físico miedo a traspasar esa línea roja de la falsa moral y, por supuesto, el postureo, que también los arrastre a ellos.
¿Quién se atreve a ir en contra de esa corriente de la dictadura políticamente correcta? Pues ojalá muchos sean valientes. Yo lo intentaré. Me cansé de la cobardía general de esta sociedad porque, aunque me encanta la palabra postureo, no me gusta nada, pero nada, ejercerlo.