He estado reflexionando sobre el camino que como mujeres hemos tenido que recorrer para abrirnos paso en nuestra sociedad y sobre mi formación como mujer, en particular. Tuve la fortuna de nacer en una familia, donde las mujeres hemos sido mayoría, y digo la fortuna, porque ese hecho ha marcado mi vida de manera definitiva.
Vengo de una familia de mujeres líderes, fuertes, empáticas, irreverentes y empoderadas, que marcaron un hito, tanto en lo personal como en lo laboral, para muchos a su alrededor, en una época donde la voz masculina prevalecía. Mujeres que fueron para mí, modelo e inspiración. Y no porque no hubiera también hombres líderes, amorosos y con grandes capacidades en mi familia, sino porque ellos tuvieron la inteligencia, la sensibilidad y la visión para promover que estas mujeres fueran e hicieran la diferencia para sí mismas y para otros.
Soy el resultado también de una educación femenina que creyó en el rol esencial de la mujer en la sociedad. Una educación que nunca nos puso un techo, que creyó en nuestras capacidades como mujeres, que promovió el que soñáramos en grande y que abrió mundos posibles para cada una de nosotras. Porque cuando nos muestran que los únicos límites son los que nosotras mismas nos imponemos, todo es posible.
Hoy, como líder de una institución femenina, tengo el inmenso privilegio de formar de manera intencional, en un liderazgo femenino que fortalezca el poder transformador de la mujer en la sociedad y en una educación que promueva y desarrolle el máximo potencial de cada una de nuestras estudiantes. Una educación que reconozca y privilegie la diferencia como un valor, que tenga en cuenta, como varias investigaciones lo indican, que hombres y mujeres somos distintos, que tenemos formas diferentes de ver el mundo, de relacionarnos, de aprender y que cada uno puede llegar a ser todo aquello que sueña, cuando cuenta con las herramientas que le permiten reconocerse desde sus fortalezas, desde sus habilidades, potencialidades y particularidades.
En un mundo donde la educación mixta es lo común, cobra relevancia reconocer y destacar los beneficios inherentes de una educación específicamente dirigida a las mujeres, en el siglo XXI. La educación femenina ofrece una plataforma poderosa para el desarrollo del liderazgo, la promoción de la equidad de género y la ruptura de estereotipos profundamente arraigados. Hoy, más que nunca, es importante reflexionar acerca de cómo una educación centrada en las mujeres no solo fortalece su voz, sino que también contribuye al progreso y a la transformación social y económica en general, hacia una sociedad más justa, más equitativa, más sostenible y sobre todo, más humana.
Las mujeres que se gradúan de un colegio femenino tienen grandes ventajas, frente a las que se gradúan de un colegio mixto.
Estudios realizados por la ICGS (International Coalition of Girsl Schools), demuestran que un ambiente femenino promueve:
Mujeres que hacen oír su voz
Son mujeres que participan activamente y fortalecen su voz, al estar en ambientes en donde experimentan un intercambio más abierto y seguro de ideas que promuevan hablar libremente sin interrupciones.
Los programas académicos femeninos crean un ambiente en el que las estudiantes pueden expresarse más libremente y con mayor frecuencia, esto las lleva a desarrollar habilidades superiores de pensamiento. Además, su capacidad para aprender de forma independiente las conduce a explorar temas por su cuenta con mayor regularidad.
Mujeres con confianza en sí mismas
Las estudiantes de colegios femeninos confían más en sí mismas, pues el ambiente les brinda mayor comodidad. Normalmente obtienen mejores resultados académicos, ya que buscan con mayor frecuencia soluciones alternativas a problemas y respaldan sus argumentos con lógica. Por otra parte, ellas afirman que, en la mayoría de sus clases, las desafían a alcanzar su máximo potencial académico y por eso tienen un mejor rendimiento estudiantil.
Mujeres con mayores habilidades de liderazgo
En los colegios femeninos las niñas demuestran una gran confianza en su capacidad de ser líderes y se interesan cada vez más en lograr serlo a futuro en su vida profesional. Los programas en los colegios femeninos se centran en el desarrollo del trabajo en equipo, así como también en las cualidades de confianza, compasión y resiliencia.
Mujeres con un mayor interés en desarrollar habilidades STEM
Los entornos de aprendizaje femeninos defienden las necesidades educativas de las mujeres y por ello consideran de suma importancia su preparación en carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas). Las mujeres que se gradúan de un colegio femenino reportan una mayor autoconfianza científica que sus pares con educación mixta.
En entornos de aprendizaje femenino no existen estereotipos sobre lo que les gusta a las niñas y jóvenes o en qué se destacan, razón por la que se sienten mucho más motivadas para emprender actividades y carreras novedosas.
Mujeres que se preparan para un mundo real
Las alumnas de colegios femeninos tienden a manejar de forma más efectiva el estrés, la presión, la oportunidad y el desafío. Casi la mitad de las mujeres que se gradúan de colegios femeninos califican sus habilidades verbales como altas. Tienen gran capacidad para escribir y para hablar en público, entre otras.
Mujeres que desarrollan más su empatía
Las mujeres en ambientes femeninos desarrollan con mayor facilidad la empatía y esto les permite tener mayores competencias culturales, sociales y políticas, ya que entienden las diferencias y promueven el trabajo colaborativo y diverso. También, suelen involucrarse en causas medioambientales, de voluntariado y trabajo social, impactando positivamente en sus comunidades.
Los beneficios enunciados anteriormente, deben abrir paso a que nos hagamos nuevamente la pregunta: ¿Por qué no ofrecerles a nuestras niñas y jóvenes la oportunidad de que se formen en un contexto que les ofrece las condiciones para que desarrollen su máximo potencial como mujeres?
Por: María del Rosario Concha, Rectora colegio Santa Francisca Romana