Por: Juan Camilo Clavijo


Juan-Clavijo

Es como si todo el mundo después de la muerte de George Floyd se preguntara ¿aquí hay racismo? Pasó en Alemania, en Canadá, en el Reino Unido, en Australia, etc., creyendo que solo en Estados Unidos existe el abuso sistémico contra los afrodescendientes. Pero en Colombia no solo hay racismo, tenemos un coctel de prácticas que hacen de nuestra sociedad una de las más opresoras socialmente. No solo el racismo aparece en las calles colombianas, lo acompañan el clasismo, el machismo y como la cereza en el pastel, frases como “el vivo vive del bobo” o “marica el ultimo”.

En Colombia sorprende que todavía existan personas que creen que no existe racismo. Varios artistas afro como Goyo (Chocquibtown) o la periodista Mabel Lara tuvieron que salir a afirmar que evidentemente en Colombia existe racismo, y es sistémico. Increíble que fueron los medios quienes tuvieron que poner este tema en la agenda, y no los ciudadanos (entiendo la situación económica, pero esto también influye en las posibilidades de recuperación). Sin embargo, en el país a lo largo de nuestra historia existen códigos que en algunos casos alimentan, en otros apoyan y en otros complementan ese racismo denunciado.

Una de las prácticas sociales que tenemos es el clasismo. Definido por la RAE como: actitud o tendencia de quien defiende las diferencias de clase y discriminación por ese motivo. ¿Les suena conocido? En la sociedad colombiana, existen claros ejemplos como el famoso ¿usted no sabe quien soy yo?, que ya marca una diferencia entre los interlocutores, o puede ser más soterrado mediante un “pobrecita/o”, con un tono lastimero y “compasivo” hacia las personas con menos recursos, que tácitamente incluyen falta de educación, modales y en algunos casos valores.

Esto tiene consecuencias nefastas para la economía (para los arribistas, que solo piensan en el dinero) y para la democracia. Fabian Sanabria, ex director del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), señala que el clasismo no solo excluye, sino que genera ‘autoexclusión’: “Hay personas que se cohíben y no intentan acceder a ciertos bienes y servicios porque sienten que no les pertenecen por no hacer parte de cierta clase social”.

El machismo también aparece en este sancocho social, y como el racismo, es algo que las sociedades creen no tener. Este se camufla en el humor, comentarios fuera de lugar o simplemente miradas, que abre el camino a impactos tan diversos como en la economía. Según la Universidad Jorge Tadeo Lozano, las mujeres ganan 7 por ciento menos al mes que sus pares hombres. Además, en el grupo de trabajadores independientes, la diferencia de ingresos es mucho mayor, pues las mujeres reciben mes a mes entradas 35,8% inferior a la de los hombres, mostrando claramente que esto es algo sistémico.

Es más, la posición de poder histórica de los hombres que llevo a crear ese humor opresor le abrió camino al abuso. Según la Corporación Sisma Mujer, solamente en 2017 se realizaron 23.418 exámenes médicos legales por presuntos hechos de violencia sexual. De esta cifra, 20.072 correspondieron a mujeres, es decir el 85,71%, mientras que 3.346 a hombres, es decir el 14,29% de las víctimas.

El tercer elemento para este panorama árido son las frases como “el vivo vive del bobo” o “marica el ultimo”. Que se aprovechan de la vía opresivo-labrada por el racismo, clasismo o machismo, para explotar cualquier situación de ventaja, dejada por quienes son victimas de estas prácticas. Esto va desde el que no respeta la fila hasta el doctor que se roba un contrato, ambos usando la posición de poder dejada por el coctel criollo de prácticas sociales.

El racismo es absolutamente desdeñable, pero este viene acompañado de tres elementos, que de acuerdo con la situación y el contexto pueden tomar la delantera. Se intercambian de tal forma que nos dejan con el sistema más rígido de castas. Al mejor estilo de la India donde la casta Brahmánica conserva tímidamente sus derechos exclusivos y los Intocables (parias o dalits), siguen siendo víctimas de la exclusión.

Estanislao Zuleta en su Elogio de la Dificultad, describe exactamente nuestro estado hoy: En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido.

¿Y qué mejor que solucionar las incógnitas, mediante el silenciamiento de quien las hace? Es nuestra decisión seguir en nuestra sala-cuna jugando a los grandes con actitudes racistas, machistas, clasistas y ventajosas, o finalmente madurar, y asumirnos como iguales, partes de un todo, y conscientes de que no vamos a salir de este atolladero sin cambiar esto.

@Myloclamar