Dicen que nacer mujer en la antigüedad era una desgracia. Porque salvo para procrear, la mujer no contaba fuera de casa para nada. Tal era el caso de las mujeres en Roma, en Grecia, en Palestina…
La casa en la antigüedad lo abarcaba todo, salvo la política y la religión. Así que los dominios de la mujer eran grandes. Muy grandes. Trabajaba en la casa, recolectaba los frutos de la agricultura, sabía de especias, cocinaba, se ocupaba de remendar las túnicas y vestidos, tejía sus propias telas, sabía idiomas, podía aprender a leer y enseñaba a sus hijos, e imagino que a los de las otras, de vez en cuando, también. Trabajaba.
La importancia de la mujer
Más adelante, cuando la vida se fue sofisticando, cuando la vida discurría en los mercados y las plazas estaban atestadas de gente, las que estaban allí negociando eran mujeres. Imagino que lo hacían de forma natural; porque hablamos más, porque estamos acostumbras a intercambiar y porque durante las campañas (en las que los hombres marchaban a la guerra) ellas tenían que hacerse con aquello necesario para sobrevivir sin ellos, a veces años. Lo mismo tenían heno que debían cambiar por sal, o por un par de gallinas. Tocaba en ese tiempo cortar leña, matar y desplumar, tuvo que aprender a conservar la carne, para evitar que se pudriera, y a defenderse de las agresiones de los borrachos y maleantes que invadían las casas. También sabía empuñar armas, como afrontar partos, enfermedades, tenía conocimientos de hierbas curativas, de cataplasmas. No podía decidir en política, pero trabajaba sin cesar y cuando podía, cobraba por ello.
Hablo de la mayoría. Esa que dejó el campo para ir a los suburbios de las ciudades a trabajar. Esa que se dejó la piel en las fábricas de medio mundo, sin una pizca de derechos.
De allí salieron sufragistas y primeras políticas, mujeres conscientes de su igualdad social Ellas son las que empezaron pidieron el voto femenino y con los años se fue consiguiendo, no antes de la primera mitad del siglo XX. Y luego se alcanzaron los derechos laborales, la educación universal, pública y gratuita (curiosamente en la antigüedad los niños estaban obligados a ir a la escuela), la emancipación total del padre o el marido, el divorcio, la plena incorporación al mercado laboral. Se rompieron techos de cristal, llegó el aborto, la libertad sexual, trabajar en ‘mundos de hombres’; creo que todos hemos ojeado entrevistas a la primera mujer conductora de camión, piloto de avión, astronauta, científica de la NASA.
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Pioneras de verdad
Sabemos de aquellas que para cumplir sus metas, tuvieron que parecer hombres, y se cortaron el cabello y participaron en carreras de atletismo; hemos leído de aquella mujer española, torera, la Reverte, que para poder torear se hizo pasar por hombre y cuando se levantó la prohibición a las mujeres, volvió al ruedo como mujer porque así es como tenía más éxito. Conocemos la historia del WTA, Woman’s Tennis Association, la primera asociación en organizar un torneo femenino de tenis; hemos seguido, a través de la prensa y en YouTube, las aventuras femeninas en las montañas más altas del mundo, las de la coronación de los 14 ochomiles de la española Edurne Pasaban y la coreana Miss Oh (Oh Eun-sun), que quedó descalificada…
La mujer, que siempre ha estado ahí, ha conquistado todas las áreas que se ha propuesto y tanto política como socialmente en occidente, en los países de tradición cristiana, un ser de pleno derecho.
Dicen que en la actualidad nacer mujer es una desgracia. Porque salvo para procrear, la mujer no cuenta fuera de casa para nada. Tal es el caso de miles de mujeres en Afganistán, el peor país para nacer mujer, o en Irán, donde las envenenan con gas si acuden a la universidad o a la escuela, en otros, la mujer no tiene independencia económica, ni libertad social, ni participa de la política, ni siquiera puede mostrar su rostro o alzar su voz. No es menos preocupante lo que pasa en China, India… Países donde la mujer ni siquiera puede soñar con un mundo como occidente (la mayoría ni entiende a Occidente), y en muchos casos, si se sabe que un ser humano que se desarrolla en el seno de su madre va a ser mujer, no se la deja vivir.
Leyes de cuota
Si miran a un lado y a otro del mapa, verán que allá donde la educación, la libertad y la igualdad se han conquistado, se han desarrollado feminismos (de distinta índole) y han logrado, además, grandes cosas para las mujeres de hoy. No han sido sólo las manifestaciones, ni supurando odio hacia los hombres (ni siquiera a los de oriente) ni obligando por Ley a cuotas del 40% femenino en empresas públicas y privadas… Ha sido gracias a la educación, y yo me atrevo a decir que es la que viene de casa, que se ha conquistado la libertad y la igualdad.
El feminismo no es otra cosa que la lucha pacífica por la igualdad de la mujer frente al hombre, política y socialmente, lo demás, es ideología para confundir. Poco hemos tenido que luchar las de nuestra generación, aunque sigamos luchando por la igualdad salarial y por el reconocimiento como valor de la maternidad.
Nuestra tarea hoy tal vez sea mantener y mejorar ese legado, educando en igualdad a nuestros hijos. En libertad, como hicieron antes las madres de los hombres que siempre apoyaron a las mujeres en sus conquistas del mundo social, que los hubo, que los hay y que siempre los habrá. Porque hay muchas mujeres que carecen de ese conflicto interno y externo con lo masculino, que tan necesario parece hoy para llamarse feminista.
Deseo de futuro y presente
Ojalá en unos años se pueda decir: “Dicen que en la actualidad nacer mujer es una maravilla. Porque además de procrear, o no, la mujer anda dentro y fuera de casa. Elige libremente. Y ha ampliado la casa, y económicamente es solvente, y ha invitado al hombre a participar de ella. Y entre los dos han conquistado la lucha de la igualdad y la libertad. Y entre sus piernas corretean unos hijos que son la generación futura, que nace del amor y el respeto de ambos padres, que los educan en libertad”.
¿Utopía? En mi caso realidad. Así crecí yo. Y así educó mi suegra a sus hijos y lo hizo a pesar de ser viuda, sacando a todos adelante, sin llantos, sin quejas, sin dar monsergas. Aunque pueda parecer irreal, hay hombres que han sido educados en un feminismo tan perfecto que se llama igualdad real.