A continuación, con ligeros cambios, la carta que con el concejal Manuel Sarmiento le enviamos a Claudia López, alcaldesa de Bogotá, invitándola a modificar de fondo la propuesta para el Transmilenio por la Carrera Séptima y a suspender la licitación de las obras, que debe abrirse en los próximos días.
Es muy equivocado que las zonas peatonales complementarias del Transmilenio por la Carrera Séptima le impidan el flujo directo e ininterrumpido por esa vía al 86 por ciento de los automotores de la ciudad –en el sentido norte-sur y entre las calles 94 y 32–, es decir, a taxis, carros particulares, ambulancias, camiones de carga ligera, buses de colegios y motos (el llamado tránsito mixto)
Porque les hacen un gran mal a quienes usan la Séptima y a los que se mueven por otras vías de la ciudad –Circunvalar y carreras 11 y 13–, por donde tendrían que transitar los vehículos expulsados de ese corredor vial. Y muy dañino sería también para San Diego y el Centro de Bogotá, al empeorarles su comunicación con el Norte.
Estas son las obras que antes que valorizar los predios y los sectores, los desvalorizan, en razón de que les hacen todavía más difícil llegar y salir de ellos.
Eliminar este importantísimo flujo vehicular –con su altísimo costo también en tiempos perdidos e incomodidades– no puede justificarse con que habrá más áreas libres. Porque está bien mejorar la movilidad peatonal, pero si no se destruye el mejor sistema de tránsito vehicular posible en el sector.
El problema de fondo, señora alcaldesa, es que en el área relativamente escasa de la Carrera Séptima quieren imponer el Transmilenio y un espacio peatonal exagerado, proyectos que solo caben si se sacrifica el adecuado flujo vehicular de la zona y la ciudad. Es prueba reina de lo equivocado de la propuesta el hecho de que reducirá en un gran porcentaje el número de pasajeros que hoy se transportan por esa vía.
Lo anterior, además, cuando los bogotanos consideran que, después del desempleo, la pobreza, el hambre y la corrupción, el problema que más los molesta es transportarse de un sitio a otro de Bogotá.
Ante estos hechos –y la molestia que crece entre la ciudanía–, amablemente, le solicitamos aplazar la apertura de la licitación de este proyecto –convocada para los próximos días–, de forma que, cualquiera que sea la decisión que al final tome, tenga el respaldo de un análisis democrático que asegure el acierto técnico de unas decisiones que además nos costarán a los bogotanos la enorme suma de 2,5 billones de pesos y más.
Sería una catástrofe que, luego de inauguradas las obras, toda Bogotá se pusiera de acuerdo en que fue un error garrafal –que habría que echar atrás– destruir la Carrera Séptima como el irremplazable flujo vehicular que hoy es.
Hasta aquí la carta a la alcaldesa.
Las anteriores opiniones se apoyan en general en las de los arquitectos urbanistas de alto nivel Mario Noriega y Jaime Ortiz, quienes además opinan con actitud de servidores públicos y con más detalles demuestran el gran daño a la movilidad vehicular de la zona y la ciudad y el enorme desenfoque conceptual que está en la base de este proyecto.
Como ellos, también actúo genuinamente preocupado por la suerte de la ciudad y de los bogotanos, convicción reforzada porque soy un arquitecto que durante 26 años fue profesor de diseño en la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales.