Feódor Dostoievsky, primer bicentenario

Por: León Sandoval

En 2021 se cumplieron doscientos años del natalicio y ciento cuarenta de la muerte del literato ruso Feódor Mijáilovich Dostoievsky, uno de los más grandes escritores de la literatura universal. Dostoiesvsky nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821, según calendas gregorianas, y falleció en San Petesburgo el 09 de febrero de 1981; entre su prolija obra literaria destacan títulos de gran calado como, Pobre gente (1846), El doble (1846), La patrona (1847), Stepánchikovo y sus habitantes (1859), Memorias del subsuelo (1864), Crimen y castigo (1866), El jugador (1866), El idiota (1868-1869), El adolescente (1875) y Los hermanos Karamarazov (1879-1880), está última obra fue considerada por psiquiatra austriaco Sigmund Freud (1856-1939) como la más magnífica novela jamás escrita, y favorita de personalidades como el físico alemán Albert Einstein (1879-1955) y la escritora británica Virginia Woolf (1882-1941).

Dostoievsky caracterizó su pluma por la capacidad para trazar el alma humana mediante sus personajes cargados todos de consideraciones psicológicas de una humana imperfección; en donde la persona original es, en la mayoría de los casos, el individuo que se aparta de los demás, como bien lo anota el autor en su prólogo a Los hermanos Karamazov. A propósito del primer bicentenario natal, vale la pena rendir un homenaje, a quien, quizá ha sido una de las mejores plumas de la historia. Que las generaciones del presente vuelvan los ojos sobre otros autores rusos como Puhskin, Gógol, Tolstoi, Pasternak, Chéjov, Gorki, Bely y Bulgákov, que han dado lustre y brillo a las letras.

En la monumental novela Los hermanos Karamazov, Dostoievsky, mas allá del parricidio, devela la insatisfacción de una familia poco funcional, liderada por un padre déspota, truhan y vividor junto a tres hijos legítimos y un cuarto no reconocido, cada uno con sus propios dilemas, preocupaciones y rencillas personales. En el Libro Sexto se aprecia la biografía del maestro Zosimo, un starets en un monasterio ortodoxo al cual asiste Alexey Feodorovitch Karamazov; en ese texto se lee la pregunta ¿Podemos ser jueces de nuestros propios semejantes?, pregunta que toma mucho valor viniendo de la tinta de Dostoievsky, como quiera, que por subversivo fue condenado a la pena de fusilamiento por el Zar Nicolas I, y una vez frente al pelotón, le fue conmutado el suplicio capital por trabajos forzados en Siberia, posteriormente, redimido a la muerte del Zar, por su sucesor Alejandro II. Dostoievsky fue un hombre acechado a lo largo de su existencia por esa rueda de fortuna e infortunio, epiléptico y ludópata, con un rasgo de profunda humanidad y compasión, probablemente un incomprendido más de su época.

En tiempos actuales, juzgar al semejante desde los ojos de la superioridad moral es práctica frecuente, donde se es juez demoledor del otro, pero no se puede ser juez de sí mismo y menos aceptar a otro como juez, la respuesta a ¿Podemos ser jueces de nuestros propios semejantes? constituye bálsamo para el alma y confianza en la humanidad: “Recuerda que no puedes ser juez de nadie. Antes de juzgar a un criminal, el Juez debe saber que él mismo es tan criminal como el acusado, y quizá más culpable que nadie de su crimen. Cuando lo haya comprendido podrá ser Juez. Por absurdo que esto parezca, es la verdad. Si yo mismo fuese un justo, no habría criminales que se mantuviesen ante mí. Si puedes cargarte del crimen del acusado que juzgas en tu corazón, hazlo inmediatamente y sufre por él; en cuanto al criminal, déjale ir sin reproches. Y aunque la ley te haya instituido juez suyo, en todo lo que te sea posible, haz justicia con este espíritu; pues una vez que se haya marchado se condenará aún más severamente que tu tribunal. Si se aleja insensible a tus buenos tratos, no te impresiones; es que aún no ha llegado su hora, pero llegará, y en caso contrario, otro en su lugar comprenderá, sufrirá y se acusará a sí mismo, y la verdad se verá cumplida. Cree firmemente en eso, sobre ello reposan la esperanza y la fe de los santos”. La semilla debe morir para que dé fruto, Juan 12:24 ¡Viva Dostoievsky por siempre

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