Igual que Uribe, los días de gloria de César Gaviria están contados, como la de todos los expresidentes. Está surgiendo otro país que estos se resisten a reconocer en medio de las turbulencias de la descomposición que se impuso desde 1971 cuando se acelera el segundo gran ciclo de la violencia de Colombia de la mano del narcotráfico, del clientelismo y de la corrupción, y que el uribismo se resiste ha terminar.
Gaviria no ha sabido leer el país de la protesta y del mundo que cambia. La cuerda le llegó hasta que la maquinaria de congresistas liberales ganó las elecciones del 13 de marzo. Pero una cosa es comprar votos y hacer fraude con plata del Estado, y otra es decirle a las bases ciudadanas de su partido cómo deben actuar y por quien votar para la presidencia, cuando las ha tenido abandonadas. Además, Gaviria no tiene la dimensión de Alberto Lleras, de Carlos Lleras y de López Pumarejo, los últimos grandes liberales.
El Gaviria de estos días nada tiene que ver con el de 1991 año en que ganó la presidencia catapultado por la memoria de Luis Carlos Galán. Impulsó una nueva constitución – hoy maltrecha y deformada por más de cincuenta reformas que han afectado una tercera parte del articulado -, e impuso un nuevo modelo económico con su kínder de fanáticos neoliberales, que destruyeron el cincuenta por ciento de la producción agrícola e industrial y convirtieron a Colombia en una megatienda de importadores por donde las economías ilegales lavan sus ganancias, vía paraísos fiscales, miles de casas de cambio, e instituciones públicas y privadas rendidas a la plata grande del narcotráfico y de la corrupción. Gaviria también apoyó la paz, pero junto a Santos, fue derrotado por Uribe en el plebiscito.
Hace cuatro años le funcionó la estrategia que ahora quiere repetir. Hoy no. Colombia no quiere reproducir la aventura del 2018 cuando Gaviria se rindió a Duque para tener espacio en la mermelada y en la burocracia por lo cual también es culpable de estos cuatro años de mal gobierno.
Petro lo buscó en su afán de ganar en primera vuelta. Parece que fueron conversaciones preliminares que Gaviria las fue llevando al ritmo que quiso con el fin de sacar la mejor tajada programática y burocrática puesto que las elecciones serán en dos meses, entonces los candidatos no tienen tiempo para interminables conversaciones.
Gaviria tenía la estrategia de negociar al mismo tiempo con Petro y con el Fico de Uribe y de Duque. La rabieta de estos días fue el pretexto para no volver a conversar con el Pacto Histórico, y probablemente decirle a su partido que debe apoyar a Fico. No supo leer los tiempos. Calculó mal, entonces Petro eligió a Francia Márquez, una mujer que cada día más colombianos quieren y apoyan.
Ahora una parte grande de la bancada liberal quiere apoyar a Petro, es decir, no parece dispuesta atender el llamado del expresidente. Posiblemente no tenga más opción que dejar en libertad al partido antes de entregar su jefatura. Entonces, el golpe al Pacto Histórico le salió mal, porque sus líneas rojas son imposibles de cumplir tal como él las tiene definidas, excepto la de una reforma constitucional que impida revivir la reelección.
La independencia del Banco de la República se perdió desde el momento en que Duque le dio por definir los nuevos codirectores, incluido Carrasquilla, el culpable del paro del 28 de abril que duró cuarenta días y dejó muchos muertos y desaparecidos, y millonarias perdidas.
No revisar algunos acuerdos internacionales también es imposible porque la economía colombiana no es sostenible como productora de bienes minero energéticos, con la misma agricultura y la industria menguada, agudizando la dependencia tecnológica en detrimento de la inversión en ciencia y tecnología la cual permite aumentar la productividad y la innovación, diversificar las exportaciones, y desarrollar las regiones vía procesos autónomos de desarrollo endógeno sostenibles e inteligentes. Todo esto exige a la educación conformarse como un sistema de alta calidad para todos, lo cual sabemos que tampoco ocurre. La Colombia de un viaje al futuro, que Gaviria se imaginó a imagen y semejanza de su modelo neoliberal, no es posible.
La consecuencia de su equivocación estructural, deliberada y cuyas consecuencias se sabían porque la evidencia de muchos países así lo decía, derivó en un monstruoso déficit comercial donde Colombia intercambia toneladas de productos primarios por libras de bienes de alta tecnología. Gaviria no entendió que en el mismo año en el cual inició la apertura de la economía, los bienes de alta tecnología por primera vez superaron y para siempre las exportaciones de las industrias pesadas y de las manufacturas livianas de consumo, donde Colombia estaba especializada.
Situados en el 2022, el neoliberalismo global está en proceso de desglobalización por un reacomodo de la geopolítica mundial asociada al calentamiento global y al reequilibrio del modelo hegemónico de producción internacional y de control político y militar del mundo. Son factores cruzados de un caótico sistema mundial. Una parte de la guerra de Ucrania es por eso, otra, ligada a la anterior, por los recursos minero energéticos de los cuales dependen los países avanzados de Occidente. Será la última guerra del extractivismo. Las líneas rojas de Gaviria no son las que sirven para los años que vienen.
Será mejor para el Pacto negociar con la bancada del partido rojo, que negociar con la soberbia de su jefe. Petro se equivocó en buscar, vía Gaviria, a los liberales. A diferencia de Fajardo que siempre se ha negado a negociar con él, guardando total consistencia en su discurso contra el clientelismo y la corrupción. Al final, las bases liberales votarán unas por Petro, otras por Fajardo y algunas de la laguna negra por Fico.
¿Quién se lleva más votantes liberales? está por verse. El núcleo central de la Centro Esperanza es de corte liberal, no es conservador, menos de ultraderecha. Los discursos de Fajardo y de Petro no riñen con el de un liberalismo progresista que quiere ganar lo que nunca ganó porque la ultraderecha de entonces asesinó a Gaitán, y luego arropada por el narcotráfico asesinó a Galán y a Rodrigo Lara Bonilla, y la de estos días, dirigida en sus últimos estertores por Uribe, va de derrota en derrota.
Ni los políticos, ni los partidos, ni la realidad presente, tienen que ver con los momentos de los lideres asesinados, excepto la inequidad y el feudalismo. Son otros tiempos. Pero si tienen, en sus diferencias, una visión progresista, una idea y una necesidad de cambio para Colombia.
Nunca en su historia republicana habían existido dos coaliciones, que en sus diferencias son mayoría frente a los partidos tradicionales y los que derivaron de ellos. De ahí la desesperación por robarse las elecciones de marzo, de ahí un registrador perverso presto a torcer los resultados de la voluntad ciudadana, de ahí la desesperación de aquellos por desestabilizar el país justificando bestialidades que no les darán resultado porque todo el sistema institucional está desbaratado pues se dedicaron a asaltarlo, saquearlo y destruirlo. La crisis estructural de Colombia se gestó hace cincuenta años, se aceleró en los últimos treinta, y su final no será en cincuenta años, será en el futuro inmediato.
Lo que sí está claro, es que el escenario del 2018 no es posible repetirlo. Ni el voto en blanco, ni el discurso de la polarización, ni que debe elegirse a Fico por susto a Petro, pues también está Fajardo. Las propuestas programáticas de la Centro Esperanza y del Pacto no son muy diferentes, son complementarias, pueden ser concertadas porque el uribismo jamás debe volver a gobernar a Colombia. Ese es el punto, es el uribismo, no es Petro, estúpidos.