Bueno, por fin hemos salido de otro periodo más de campañas electorales. Al tiempo que hacen parte de ese preciado mundo de la democracia, nos confrontan con sus “lugares comunes” La mezquindad de algunos candidatos, las propuestas vacías e irreales —¡sí! Como la piscina del colegio prometida por el personero—. Sin embargo, y pese a todo lo anterior, estas elecciones locales tuvieron su particularidad, al tratarse de las primeras que se dan en medio de un Gobierno Nacional de izquierda, contextualizadas en el marco del fenómeno de jóvenes y comunidades más activas políticamente desde las protestas sociales de hace dos años.
Ahora, más allá del debate —casi morboso— de ganadores y perdedores del “día después,” queda un mensaje contundente de gran parte del país: hay un creciente electorado cada vez más informado y exigente, que busca un modelo de desarrollo de oportunidades y no meros subsidios desordenados y sin generación de capacidad humana; además, de la distribución inteligente y “visible” de los recursos públicos al servicio de todos. Por otro lado, es evidente que el problema creciente de seguridad, en prácticamente todo el territorio nacional, ha sido un factor determinante en la decisión de las urnas del pasado domingo, pues se percibe como un fracaso del enfoque social de varios gobiernos departamentales y municipales, junto con un ejercicio negligente de la legítima autoridad del Estado. Esto refleja que muchos de los jóvenes que protestaron en 2021 de manera pacífica, en el fondo, no están de acuerdo con generar un statu quo de desorden social, pues “una cosa es una cosa, y otra es otra.”
Dicho todo lo anterior, el país político entrará, entonces, en una dinámica distinta, pero de lenta consolidación, pues durante los primeros meses de los nuevos gobernantes locales, estos necesitan del Gobierno Nacional para contar con preciados recursos para sus nacientes planes territoriales y éste, a su vez, los necesita para mantener cierta gobernabilidad. Podemos anticipar que en el 2024, todos “se hagan pasito,” en una tensa calma, muy al estilo de las costumbres y buenos modales que caracterizan a los cachacos o políticos avezados. Y es precisamente, este panorama el que siga permitiendo que la reforma a la salud avance en el Congreso de la República.
El proyecto de Ley 339 —que tiene más parches que la carrera 7 en Bogotá— con seguridad, será aprobada en plenaria de la Cámara, más aún, considerando que los Representantes de esta Corporación, han tenido ya suficiente tiempo para solidificarse como un puente entre sus regiones y el Ejecutivo, siendo ahora una pieza valiosa de esa relación de co-dependencia de la que hablé arriba. El problema de este juego institucional, que en abstracto pudiera, incluso, dar la sensación de un arreglo funcional, es que está al servicio de agendas personales —pequeños caudillismos— y no de grandes idearios programáticos de Partidos, al haber inconsistencias profundas y frecuentes entre lo que expresan sus direcciones y el quehacer de las bancadas en el Capitolio Nacional, como todos hemos podido ver por los distintos medios de comunicación.
Aprovecho aquí para, no solo reiterar mi posición, sino insistir en ella. La agudización de la crisis del sistema de salud que estamos viendo en los últimos meses, producto de la deliberada acción y omisión del Gobierno sobre las EPS —llegando al problemón de Sanitas y Cruz Verde—, también viene de fallas estructurales acumuladas a lo largo de los años que no han sido corregidas. Por eso, creo que el país sí requiere de una reforma al Sistema General de Seguridad Social en Salud, no obstante, la que está en trámite en el Congreso tiene errores de diseño crasos, fórmulas provenientes de arquetipos ideológicos totalmente fallidos —con abundante evidencia que lo demuestra— y, para rematar, un texto legal tan incoherente, que su reglamentación será más un rompecabezas sin forma que algo realmente ordenado. Por eso, he venido exponiendo mi Tercera Vía, que permite que el Estado asuma un papel protagónico en la gestión del riesgo en salud de las personas y poblaciones y no sea solo un espectador —casi inútil e inoportuno— de la misma, por parte de agentes modulados por las fuerzas de un mercado altamente imperfecto.
Sin embargo, a pesar de que los llamados que muchos han hecho en las tarimas y plazas públicas, redes sociales y en los medios tradicionales sobre los malos planteamientos de esta reforma, y que posiblemente hayan tenido también un efecto en el reciente resultado electoral; por ahora, no parece haber un impacto real en su recorrido legislativo, en medio de la yuxtaposición de intereses políticos, la desfiguración de los Partidos y la persistencia de algunos en refundar nuestra construcción socio-económica reciente. ¿Qué nos espera entonces? Posiblemente la sensatez de la Corte Constitucional, el vació de un sistema implosionado y la deriva de cientos de miles de pacientes, hasta que podamos reconstruir las ruinas que están quedando.
Germán Escobar Morales.