No se puede hablar de microopresiones sin poder hablar de interseccionalidad, que son términos que al día de poco han calado en el vocabulario consciente de los ciudadanos. Son dos palabras que van de la mano de la batalla cultural que se escenifica: El desmonte de los valores tradicionales no pasa necesariamente por refriegas bélicas, si no desde el plano ideológico a través de la permeabilidad de la cultura. Poco a poco la gota da contra la piedra hasta que finalmente la rompe. En ese ejercicio de cambio de valores y percepciones sobre lo correcto e incorrecto se edifican planos morales relativos, donde cada cual, puede ser lo que quiera porque se autopercibe como cree que debe de ser. Por ello hoy es “correcto” afirmar que los hombres también pueden preñarse y parir, y a su vez, es “incorrecto” indicar que, para ser madre humana se requiere ser mujer, como se predica desde diferentes escenarios. En ello la academia tiene grande responsabilidad porque a partir del discurso de académicos se otorga validez a conceptos como interseccionalidad, microopresiones y batalla cultural.
La interseccionalidad la palabra empleada para una herramienta de estudio social muy de moda en grupos de activismo feminista, se le atribuye a la académica feminista estadounidense Kimberlé Crenshaw (1959), para relacionar identidades como la de mujer y de etnia negra con factores de opresión como ser hombre heteropatriarcal de etnia blanca. La interseccionalidad conduce a la homogeneización, es decir que debe haber una forma generalizada para explicar la situación de la mujer en el mundo, y esa forma es la única válida y aceptada. La interseccionalidad así podría llevar a una homogeneización de causas excluyentes, lo que podría dar lugar a que, la homogeneización no pase por aceptar la validez de ciertos aspectos, si no por la generalidad, al aceptar que todo es válido, que todo debe ser lícito y que todo tiene que ser aceptado siempre y cuando no contradiga a ciertas identidades en particular. De tal forma, si alguien decide casarse con una grúa porque se autopercibe como camión debe permitírsele, y se debe aceptar como legítimo el matrimonio entre humanos y máquinas, para ello se deben hacer los ajustes correspondientes y necesarios a la ley, al Estado y al sistema de seguridad social. El sujeto tiene derecho a autopercibirse como a bien plazca, y el que se autopercibe como camión tiene derecho a casarse con la grúa que ama. Por esa línea de pensamiento todo se homogeniza y quien no está de acuerdo con esas autopercepciones es un victimario, y el que se autopercibe camión es una víctima más de un sistema perverso.
De la anterior manera, se explica el contubernio entre la interseccionalidad y la opresión en la batalla cultural; todo aquel que padece factores determinantes de sufrimiento como la pobreza, el heteropatriarcado, la etnia blanca, la estética, los gustos sexuales diferentes es un oprimido que en el fondo es una víctima. Lo que conduce al discurso de las microopresiones porque todo individuo es susceptible de ser oprimido en cualquier momento y circunstancia. Una esposa puede ser oprimida por una publicidad en televisión de artículos de aseo masculino, un estudiante puede ser oprimido por su profesor que le pide que cumpla con sus deberes estudiantiles y realice la tarea, un pasajero puede ser oprimido por un conductor de bus que le pide que no coloque música alta en su dispositivo electrónico, o un delincuente que es sometido por medio de la fuerza policial en plena persecución es víctima de opresión. En suma, cada una de estas formas de opresión son microopresiones.
Los conceptos anteriores encuentran respaldo desde la teoría jurídica con las tesis del célebre jurista italiano Luigi Ferrajoli (1940), expuestas en textos académicos como Derecho y razón, teoría del garantismo penal (1989), Derecho y garantías la ley del más débil (1999), que han dado paso a la escuela del garantismo jurídico, donde en el estado social de derecho todo debe estar bajo la égida de la constitución, los derechos fundamentales deben ser la piedra angular frente al ejercicio punitivo desaforado del Estado. La ley debe estar para garantizar todo tipo de derechos de los ciudadanos, como el de autopercibirse, incluido por supuesto, los infractores de la ley. El garantismo jurídico en furor viene a ser un contenedor magnífico para que la interseccionalidad y las microopresiones encuentren el caldo de cultivo ideal para la batalla cultural en ciernes.
Colombia es campo de esa batalla cultural de interseccionalidad y microopresiones. En el actual proceso electoral para presidente, se puede ejemplificar el caso de una candidata a la vicepresidencia, a quien no se puede controvertir por todo lo que exprese por muy infundado o exagerado que sea. La condición de mujer, de etnia negra, desplazada, madre cabeza de hogar, desposeída, maltratada, estética fuera de los cánones del glamur occidental y exclusión le justifican, y todo lo que de su boca emane es verdadero así carezca de argumentos válidos para ello. Ella es una persona microoprimida, controvertirla constituye un ataque a sus iguales por su condición de género, etnia, estética, o situación socioeconómica. Por esa vía, muchas de las declaraciones infundadas y temerarias de la candidata que incluso rayan con la supina ignorancia, no pueden ser debatidas porque es un ataque contra la persona de la candidata y no un debate sobre sus ideas. Por esa línea de acción, la candidata es intocable, goza de una inmunidad contra cualquier crítica, no obstante, el permanente desacierto en sus expresiones.
Estas herramientas de interseccionalidad y microopresión han sido apropiadas por grupos de interés que desean imponer en las sociedades y Gobiernos su agenda particular, especialmente bajo el halo del llamado progresismo político que hace carrera en América toda. Para convertir la autopercepción en un derecho fundamental, que no sólo debe ser respetado por el colectivo sino amparado por el Estado, el garantismo jurídico de Ferrajoli resulta valioso. Razón por la cual, una mujer, abogada de causas ambientales, feminista, oprimida por el heteropatriarcado blanco podría autopercibirse como perteneciente a la etnia negra, así sus ojos sean azules, su piel como nácar y sus cabellos rubios.
Esta línea de belicismo cultural hace presencia también en instituciones educativas: No tiene sentido distinguir entre niño y niña, no importan las diferencias biológicas, otrosí, una niña puede autopercibirse como niño no porque así se autoperciba naturalmente, sino porque el sistema educativo la condujo a autopercibirse de esa manera. Son tiempos donde se quiere imponer un modelo de pensamiento donde no se es lo uno, ni lo otro, sino que se es todo o se es nada. Por ende, no hay distinción entre correcto e incorrecto, porque todo puede ser correcto o todo puede ser incorrecto. La batalla cultural ha sido declarada y muchos no son conscientes de ello. Hay un derecho natural que debe prevalecer aún sobre las construcciones falaces de la interseccionalidad, la microopresión y el desbordado garantismo jurídico.