La corrupción como el origen de todo (lo malo)


Opinión de Marcial Muñoz Lorente


@Marcial__Munoz
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Hace unos días conversaba de una manera distendida con un destacado político a nivel nacional y me hizo una reflexión que al principio me llenó de satisfacción, pero con el paso de los minutos, me dejó más que desalentado por el tiempo que Bogotá ha perdido en las últimas décadas.

Nuestro querido amigo político, aún en activo, me confesó en relación a la terna de candidatos que están ya cavando las trincheras para la campaña a la Alcaldía de Bogotá, que ésta era la primera vez en la historia que él recordaba en la que “todos los precandidatos son honestos”, es decir, que “pondría la mano en el fuego por cada uno de ellos de que no están en política para beneficiarse personalmente o robar”.

Por un lado, es increíble que esta nueva hornada de políticos jóvenes como los Samuel Hoyos, María Andrea Nieto, Luis Ernesto Gómez, Ángela Garzón o Miguel Uribe… y los no tan jóvenes como Navarro Wolff, Claudia López o Jorge Rojas, estén fuera de toda sospecha sobre sus intenciones en cuanto al servicio público, pero al mismo tiempo uno piensa ¿dónde estaría Bogotá y cuanto se han robado en las últimas décadas si hubiéramos tenido una clase política a la altura de nuestra ciudad?

La corrupción política es el mayor cáncer que amenaza la sociedad. Hay muchos tipos de corrupción. Corrupción es robar en las partidas de los refrigerios de los colegios públicos. Robar es mirar para otro lado cuando bandas de tráfico de drogas hacen los negocios con conocimiento de la autoridad y, por supuesto, robar es inflar el presupuesto de una obra para pagar comisiones, o simplemente robar es llevarse los fajos de billetes a cajas fuertes en apartamentos de lujo. Todo esto ha pasado en Bogotá en las últimas décadas y todos lo hemos visto como meros espectadores más o menos indignados y con un sentimiento de triste resignación hacia la normalización del acto corrupto. Casi como si fuera la esencia propia de la misma actividad política. Pues no, así no es.

Si esta es la primera vez que tenemos conciencia (y yo también lo creo conociendo un poco a todos los candidatos) de que cualquiera que sea elegido alcalde en octubre va a ser limpio, ¿Qué hemos hecho para impedir esto en el pasado? ¿Quiénes sabían o incluso impulsaron a políticos torcidos que fueron partícipes o, al menos, cómplices en el latrocinio del dinero público? Todos ellos son culpables del atraso histórico que vive Bogotá en materia de infraestructura, educación y, por consiguiente, en seguridad y competitividad.

Malditos sean todos ellos y ojalá algún día se haga justicia. De momento muy pocos están detrás de las rejas. Espero que no nos equivoquemos en el vaticinio de honradez y realmente el próximo inquilino del Palacio de Liévano sea una persona íntegra y honesta. Si además es un buen gestor, la sacamos del estadio. Bogotá lo vale, Bogotá se lo merece.

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