Vengo de un fin de semana muy familiar y entrañable, y en el viaje de vuelta, con todos mis vástagos enfadados por haber dejado a la familia en Navarra, España, pensaba en lo dañada que socialmente está la familia.
Me resisto a pensar que la familia es esa que define la Organización Mundial de la Salud (OMS): “conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos con vínculos consanguíneos o no, con un modo de existencia económico y social comunes, con sentimientos afectivos que los unen y aglutinan”. Porque cualquiera cabe en esta definición; desde los estudiantes de un colegio mayor, a los que les une la amistad, hasta los residentes de un psiquiátrico en estado de euforia. Aunque formar una familia tenga un punto de locura.
Me hago esta pregunta porque veo a mi alrededor familias de todo tipo y condición y siento que, en cierta manera, este nuevo paradigma sociocultural, en el que nos toca vivir, la menosprecia. La desprotege. Como prueba les traigo la soberana estupidez del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 español que encabeza Ione Belarra, que en su nueva ley de familias pretendía desnaturalizarla, dinamitándola a base de diferencias (menos mal que queda alguien con cordura y el texto fue duramente criticado por el Consejo de Estado).
Las familias modernas
Los tipos de familias de la ministra Belarra se han quedado en “situaciones familiares”, nada más y nada menos que 16 situaciones distintas, desde las familias biparentales (podríamos decir que son familias de padre + madre + hijos), pasando por todas las que se les han ocurrido; sólo con una madre o padre, con dos madres o dos padres, con padres menores de 29 años, las tradicionales familias numerosas (ahora llamadas familias con mayores necesidades de apoyo a la crianza), las múltiples, las reconstruidas, la inmigrante, la retornada, la trasnacional, la intercultural, en el exterior, en situación vulnerable, los matrimonios, las parejas de hecho y las personas solas. Podrían haber puesto también las familias animalistas, esas que además tienen animales en casa, digo yo que igual rascaría así alguna ayuda… Al menos, el controvertido texto “considera como familia la derivada del matrimonio o de la convivencia estable en pareja, o de la filiación y las formadas por un progenitor solo con sus descendientes”, con mucho más sentido que la propia definición de la OMS, ¿no?
No sé si la ministra de Podemos es de esas cursis que dedican fotos de fin de semana con la rúbrica: “amigos que son familia”, no apostaría nada en contra. Pero déjenme que les diga que por mucho que se quiera y se ame a los amigos, que participen de los éxitos y acompañen en los momentos duros y que uno esté dispuesto a regalarles un riñón, por mucho que estén ahí, a nuestro lado, no son familia. La amistad hay que trabajarla y la familia es algo aún más grande. ¿No creen?
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El otro como regalo
Me gustaría presentarles una familia. No es la que he formado con mi esposo, ni aquella de la que desciendo (de la cual presumo siempre), si no esa familia a la que entré a formar parte el día que me casé. Esa familia.
Dejen que les cuente: Hubo un brigadier que se casó algo ya mayor con su sobrina y nunca tuvieron hijos. La vida quiso que su sobrino y su esposa fallecieran pronto dejando tres huérfanos pequeños (un varón y dos mujeres). El brigadier y su sobrina los adoptaron, criaron y educaron. El varoncito creció y llegó lejos en la vida. Se casó y tuvo cinco hijos. Uno murió en la guerra civil española. Y de los que sobrevivieron, sólo una de las jovencitas de la familia tuvo descendencia, un total de 11 hijos. Todos sanos, listos y bien parecidos. Cada uno se casó. Y tuvieron descendencia. Y llegaron a ser 36 primos hermanos. Y cada uno fue recibido con la alegría natural de los que te quieren sin conocerte.
Cuando vuelvo a mirar a esa familia de 36 primos hermanos, sólo pienso en lo generosos que han sido los padres de cada uno de ellos. Y los padres de los padres. Y hasta el brigadier que adoptó a tres en su ancianidad. Y concluyo pensando en que tal vez el ingrediente más importante para formar una familia sea la generosidad. Pero intuyo que no es suficiente, porque también la generosidad forma parte de la amistad, como el respeto. Y vuelvo a pensar en esos 36 y en las familias que han formado, y concluyo que la clave está en que las que funcionan, las que sorprenden, las que atraen son las que acogen al otro como si de un regalo se tratara. Y como regalo, a uno se le quiere como es, con todo lo bueno y no tan bueno. Y tal vez éste es el quid.
Las familias del norte
No quedan ya muchas grandes familias, aunque a todos encanten, y por eso se pretenda hacer familia con cualquiera, o de cualquiera, al más puro estilo Mr Wonderful. Cuando uno encuentra una de esas grandes, divertidas y acogedoras, la mayoría suele decir; “eran otros tiempos”, pero tal vez, lo que haya cambiado, sea el confort social y el económico, y ese cambio nos haya vuelto menos generosos; lo digo mirando las sociedades del norte de Europa, donde hay más animales que niños en los hogares, donde muchos mayores acaban en residencias solos, sin recibir más que una o dos visitas al mes.
Son precisamente estos países, dónde la seguridad económica, social y servicios de salud gozan de una reputada fama, los que abanderan causas para frenar la superpoblación y aprueban leyes contra la vida en cualquiera de sus estados naturales. Son éstos los que han encumbrado al YO y se han olvidado del valor del otro. Han roto la familia; desde el momento en que el aborto es parte de la salud sexual de una mujer, se ha vaciado al hombre de valores; menospreciando del valor de la vida (desde la concepción hasta la muerte natural) o incluso igualando los derechos de un perrito al de un hijo, y lo han llenado de necesidades; haciéndole creer que su valor reside en saciar su necesidad material. Así, las sociedades se han convertido en meros administradores del dinero público, dictadores de normas en pro de la seguridad, valor supremo de occidente, y de un supuesto bien común, que lejos de proteger la libertad coarta y limita a la persona. Y lo peor, todo ese vacío le hace creer que lo legal es moral.
Son estas sociedades, aparentemente desarrolladas, la antítesis de la familia. Esa primera sociedad en la que vivimos y existimos y que nos da forma, esa que celebra la vida del que llega, le acepta sin discriminación, tal y como es, le da su pleno valor y le acompaña siempre, apoyándole en cada paso y ayudando en cada caída, hasta el final de sus días. Y es esta familia la que hoy está en crisis y hay que proteger. ¡Ojalá, todos tuvieran una familia así!