La falsa percepción de lo justo es uno de los temas más interesantes para abordar en un ejercicio de reflexión sobre la justicia y la exigencia de derechos por parte del ciudadano contemporáneo, particularmente, el ciudadano de la sociedad occidental donde la hiperdemocracia e hiperderechos producto del discurso desbordante de los derechos humanos, que dejó de ser derecho de garantías fundamentales, para convertirse en derecho de aspiraciones humanas, además del exacerbado garantismo jurídico consecuencia de lo anterior, y del exceso de confianza en que los derechos no tienen deberes correlacionados, ha llevado a que la justicia se haya distorsionado en un constructo a partir de percepciones falaces, donde los grupos de interés claman por protección y esa protección muchas veces es injusta a costa de otros que supuestamente son los responsables de ello.
Uno de los problemas podría radicar en la forma como se publicitan hiperderechos, a través de la difusión masiva de ideas por parte de agentes oficiales y no oficiales, cual gota que cae espaciadamente sobre la roca hasta horadarla. La publicidad mediada por todo tipo de exposición, desde los documentos oficiales a partir de sesudos “papers” producidos en las más connotadas universidades occidentales hasta las redes sociales en las que cualquier tipo de mensaje puede ser libremente difundido y lamentablemente, muchos de esos mensajes cargados de valores subjetivizados sobre la justicia.
Un caso de lo anterior, la falsa percepción de lo justo en torno de la crianza actual de los niños. La sobrevaloración constitucional de los derechos de los niños como agentes de una sociedad de consumo, los roles de padre y madre avenidos a proveedores de todo lo que el dinero pueda comprar, y los niños tienen el derecho natural a tener todo lo material, de todo, porque de lo contrario será un adulto traumado y sin futuro.
Hoy es casi impensable que un menor comparta con los otros hijos de la familia las cosas. Es inconcebible que un bluyín tenga las marcas del crecimiento escolar, dado que la bota se va bajando en la medida que la creatura se estira, y que la ropa pase de mano en mano, del mayor al menor. Hoy, este tipo de prácticas pueden resultar insultantes y atentatorias contra la dignidad humana. Cada hijo debe tener lo propio y lo exclusivo.
Lo justo no puede basarse exclusivamente en el sentido de lo material, pese a que el receptor de la justicia sea una sociedad canalizada por bienes y servicios, que parte de un fundamento aspiracional, nunca lo material será suficiente porque siempre faltará algo, por ello lo espiritual es un camino válido en la búsqueda de lo justo.
Como fuego se extienden percepciones falsas de justicia, no hay un sentido adecuado de lo justo. Los principios y valores están en subasta, se manipulan y adaptan según las circunstancias. Verbo y gracia, se educa para consumir, y en el consumo el papel del padre se transforma en el del amigo que consume, en aras de su aprobación: Los hijos terminan siendo padres de sus padres.
Para que los niños sean capaces de desenvolverse en esta sociedad de consumo, en tiempos de percepciones falaces de lo justo, es indispensable y necesario establecer límites desde el amor, desde el respeto, desde los valores y desde el sentido material y no material de las cosas, no hacerlo, podría desembocar en consecuencias importantes como baja autoestima, frustración y falta de disciplina que se reflejaría en su vida adulta. Es allí donde se hace necesario una percepción real de lo justo, donde los adultos de manera responsable deben construir canales de diálogo, corregir y educar desde el respeto para potenciar la autoestima de los niños, que serán los encargados de la justicia del futuro.