En los 90´s, Medellín fue la ciudad más peligrosa del mundo, la describían en titulares como “Metrallín”, donde “nacían muchos y se criaban pocos”. Dominada por la mafia, la ciudad se sumergió en una violencia alimentada por ajustes de cuentas, actos de terrorismo y una cultura en la que se normalizaba cometer un asesinato por motivos tan pendejos como robarse una gorra o unos tenis, o simplemente por una mirada que no le gustó a otro, o peor aún por “probar finura”( matar a otro porque si). Medellín había tocado fondo.
30 años después, la ciudad se ha transformado, la violencia ha disminuido significativamente; sólo bajo el mandato del alcalde Daniel Quintero, se logró una reducción del 38% en los homicidios, ubicándola como una de las ciudades con menos violencia en Colombia, además hoy cuenta con el índice de desempleo más bajo entre las principales ciudades colombianas, situándose en un 8.6% en 2023, Medellín se enorgullece de una economía envidiable en Latinoamérica. La ciudad experimenta un auge en sectores como turismo, transporte masivo, educación superior e inversiones, así como el epicentro del género urbano y los grandes conciertos del continente, una Medellín de restaurantes y bares espectaculares, así como edificios con arquitectura espléndida.
Sin embargo, esta evolución no ha erradicado los viejos problemas. En años recientes, Medellín ha cambiado de “patrones”. La corrupción de las élites en proyectos como Hidroituango y la cartelización del cemento, generaron capitales que les permitieron comprar medios de comunicación y periodistas, así como las conciencias de políticos antes considerados alternativos. A esto se suma la segregación de las clases populares, afectando a quienes estudiaron en universidades públicas, viven en comunas pobres o no están alineados con el Grupo Empresarial Antioqueño( GEA). Con la llegada de Federico Gutiérrez al poder, se observa un regreso a prácticas pasadas, como el nombramiento de secretarios de despacho mayoritariamente de universidades privadas o vinculados al GEA, mientras los medios de comunicación callan por temor a represalias de quienes pautan. Esta división entre ricos y pobres fue el caldo de cultivo para el auge mafioso en los 70’s y empujó a los pelados de los barrios hacia la ilegalidad en búsqueda de emular la riqueza de los más privilegiados.
El desafío actual para Medellín es superar esta segregación y construir una sociedad más inclusiva y justa. La tarea es tanto económica como social y ética. Se necesitan líderes y lideresas en Medellín que comprendan la importancia de cerrar estas brechas, y una ciudadanía comprometida en forjar un futuro donde cada habitante tenga igualdad de oportunidades. El progreso de la Medellín que amamos no debe medirse sólo por sus logros económicos, sino también por su capacidad para ofrecer igualdad y justicia a todos sus ciudadanos. Solo entonces, la ciudad podrá realmente superar su pasado y avanzar hacia un futuro más próspero y equitativo.