“Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado”, escribió proféticamente Ortega y Gasset en su obra cumbre ‘La rebelión de las masas’. El gran pensador ya preveía, hace casi 100 años y con buen ojo, la deriva totalitaria que se avecinaba.
Hoy en día, y para que las generaciones Z y Alpha lo entendieran mejor en sus términos, a la frase de Ortega deberíamos cambiar la palabra ‘eliminado’ por ‘cancelado’, que es en lo que estamos: en la época de la cancelación. Los años de la autocensura y linchamiento de quienes promuevan ideas distintas o incómodas; las ideas desalineadas del discurso único predominante de los que manejan las grandes empresas dueñas del tráfico en Internet.
Lo que ha cambiado en este siglo respecto a la época de Ortega, o antes, es que las guerras de hoy no son necesariamente con armas. El concepto de guerra ha evolucionado con la tecnología y ahora no todas las armas tienen pólvora. Ni todas las guerras dejan víctimas mortales por bombas. La guerra moderna tampoco necesariamente es por territorios, sino más bien es por el control, el control mental: la voluntad de la masa. El algoritmo de Internet sustituyó a la bala.
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TikTok, de propiedad china, es un arma poderosa, por eso quieren ‘cancelarla’ en Estados Unidos (democracia), así como en China (dictadura) están prohibidos desarrollos estadounidenses como Facebook o Twitter. La guerra cultural no es cualquier cosa y si tenemos que recortar libertades para adaptarnos, pues se hace. Otro ejemplo de guerras sin víctimas aparentes fue la llamada ‘guerra fría’ entre Estados Unidos y la extinta URSS, que durante décadas, puso al mundo en alerta y con el miedo de que en cualquier momento la vida en el planeta podía acabarse con pulsar un botón rojo. El pánico social.
Los políticos se dieron cuenta de que el miedo es el mayor arma de control posible. Si controlas el miedo del pueblo controlas su voluntad, lo controlas todo al debilitar la sociedad civil.
Dependencia del poder
Me cuestiono constantemente si vivimos en una democracia real o si es solo el nombre. Un sistema que te juzga y te prejuzga por todo lo que haces. Que te quita el fruto de tu trabajo con impuestos abusivos para hacerte más pobre y dependiente del gobernante. Un sistema político manejado por castas que tienen como eje de gobierno la regulación (prohibición) en lugar de la construcción.
Te prohíben fumar. Te prohíben comer carne roja. Te prohíben hacer publicidad o chistes con sesgos para no ofender. Te prohíben usar tu coche. Te prohíben cruzar a tu perro con quien quieras. Te prohíben pagar en efectivo, Te prohíben decir lo que te dé la gana en redes sociales a riesgo de linchamiento y ser expulsado por la política de la cancelación de las RRSS y en la vida real. ¿De verdad nos creemos que esto es democracia?
El declive del sistema actual está en la pérdida de los valores morales y en la escasa capacidad y formación de sus dirigentes. Cuando nuestros líderes anteponen el aferrarse al sillón y sus privilegios al bien general. Cuando pierden de vista el servir a todos los ciudadanos y no sólo a unos pocos de su entorno. Cuando prefieren acobardado en lugar de libre. Cuando dividen más que unen. Cuando fomentan la cultura de la subvención en lugar de la del esfuerzo y el trabajo. Cuando destrozan a propósito la educación pública para así proyectar una sociedad de borregos que no les cuestione. Cuando el que dirige nuestras vidas no está capacitado ni para dirigir la panadería de la esquina. Ahí, en ese punto, te das cuenta que el sistema lo han pervertido y que un cambio es necesario.