Desde hace semanas estaba tentado a escribir sobre las protestas en varios países contra las restricciones de algunos gobiernos por Covid-19. He seguido con curiosidad lo sucedido en Bélgica, Holanda, Australia y, sobre todo Francia y Canadá. El país norteamericano ha sido el epicentro de los ‘nuevos indignados’. Ahora que las aguas volvieron a su cauce después de un mes, al menos de momento, es hora de analizar las movilizaciones para tener una foto más clara en este histórico momento que estamos viviendo.
Este movimiento, más o menos transnacional en lo poético, pero independiente y desordenado en cada país, lo iniciaron los camioneros. Y no sé si estén de acuerdo o no, pero para mí hay pocas cosas ‘más del pueblo’ que los camioneros. Los camioneros son de los profesionales que mejor conocen sus países. Recorren día y noche sus carreteras, comercian, pulsan la calle, saben de primera mano como se mueve la economía e interactúan con todo tipo de personas, clase baja, media y alta. Tampoco es que sean millonarios, ni siquiera ganan mucho dinero para la dureza de su trabajo. Aun así, desde gobiernos y medios de comunicación amigos de esos gobiernos les han tildado de peligrosos ultraderechistas, negacionistas y ‘neofascistas del siglo XXI’… ¡¡hay que tener valor o ser muy sinvergüenza para ir soltando semejante mensaje a la opinión pública!! nuevamente inmensa mayoría de los medios de comunicación tienen que hacer análisis de conciencia en lo que se han convertido.
Camioneros con y sin vacuna
Todo esto comenzó a principios de enero, cuando los gobiernos de Canadá y EE.UU. impusieron limitaciones severas al movimiento en la frontera por ‘culpa’ del Covid. Básicamente, desencadenó en que los camioneros no vacunados no podían trabajar, lo que significó un gigantesco movimiento de protesta y solidaridad en el gremio. A pesar de que el 80% de los canadienses están vacunados con dosis completa y la mayoría de los manifestantes afirmaban estar vacunados afirmaban ir contra el atropello totalitario de impedir hacer su labor a un honrado trabajador.
Con el paso de los días, los manifestantes se convirtieron en un movimiento más transversal y amplio en sus protestas. El foco de la ira era el primer ministro Justin Trudeau y sus medidas poco explicadas e impuestas a la fuerza, y ni siquiera solo las relacionadas con las vacunas. Las concentraciones de apoyo a los ‘truckers’ (camioneros en inglés) ya eran en todo el país. Y se extendieron a otros muchos países, aunque no con tanta fuerza.
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Al tiempo que la variante Omicron se mostraba cada vez más inofensiva y la gente empieza a hacer vida normal, la ‘variante truck’ hacía estragos en la credibilidad del primer ministro canadiense. Que no tuvo mejor ocurrencia que esconderse. Trudeau es el típico dirigente posmoderno mediocre, que sin su séquito de legiones de asesores en marketing y sus medios de comunicación apesebrados, apenas sabría esbozar alguna idea. Y debió ser que a sus asesores se les fue la musa porque desapareció, literalmente, del panorama durante más de una semana. Tal fue la cosa que no se sabía donde estaba ‘por seguridad’, mientras decenas de miles de personas colapsaban la capital, Otawa.
Coincidió por esos días que en Francia también se organizaron los camioneros y otros colectivos de indignados, también para protestar contra el presidente Emmanuel Macron. Aunque en París los problemas no duraron sino un par de asaltos. Le president sacó rápido la artillería antidisturbios a las calles y las concentraciones se disolvieron. Algo parecido sucedió en Australia y Bélgica.
Resistían solamente los aguerridos canadienses, que no solo tuvieron que soportar la violencia policial, sino temperaturas de hasta -25 grados. Y lo que es peor: las amenazas de un primer ministro con tics más totalitarios que otra cosa en estos tiempos de lo ‘light’ cuando me interesa ser ‘light’.
Uso de la fuerza para desalojar
A Trudeau no le bastaba con el control de la mayoría de los medios de comunicación y con la fuerza legítima del Estado. Tuvo que amenazar a los manifestantes con prohibirles echar gasolina, congelarles las cuentas bancarias, el acceso al crédito y las tarjetas… y no sólo a ellos, sino a cualquiera que les colaboraran. Desconozco las leyes canadienses (incluso las vigentes durante un Estado de excepción, pero muy democrático no suena). Y mucho menos no puedes ser tan sinvergüenza de después de intimidar, amenazar y golpear a los camioneros, encima llamarles “fascistas”.
Dicho todo lo anterior. No es justo tampoco que unas decenas de miles de personas colapsen una ciudad por tiempo indefinido (pasó en Madrid hace años, pasó en Cali en 2021, y la ciudadanía no debe ser la que pague con las incomodidades). ¿Donde está el derecho de la mayoría sobre la minoría? (aunque sea amplia). Un colectivo, por grande que sea, no puede chantajear a un gobierno democráticamente elegido, pero no es menos cierto que en esos momentos, los políticos se vuelven líderes o simples tiranos. El líder transforma el problema en una oportunidad. Se crece, empatiza con el ciudadano, se reúne con los colectivos, busca soluciones… los tiranos hacen lo que hicieron Trudeau o Macron, usar la fuerza y no cambiar nada. No escuchar las señales que les envía la gente.
Lo más sorprendente es que tanto Emmanuel Macron en Francia, como Justin Trudeau en Canadá o el propio Scott Morrison en Australia se denominan políticos de corte ‘liberal’. Lo cual no sólo es un chiste, sino una manipulación del concepto de la ideología política. No insulten nuestra inteligencia. Nos tomen por idiotas e intenten hacernos creer que los nuevos fascistas son los camioneros. Si así son los políticos liberales de ahora no me quiero imaginar como serán los totalitarios de verdad… salvo que los únicos totalitarios y fascistas en realidad sean ellos. Pero camuflados con piel de cordero y muchos asesores de imagen.