España y Portugal ya celebraron el día de las madres hace 8 días y como no podía ser de otra forma, felicité a la mía, que como todas, es la mejor del mundo. Ayer domingo, prácticamente en el resto del planeta, las casas se volvieron a llenar de flores, agradecimientos, canciones y fotografías dedicadas a las madres.
¡Feliz día! No porque sea usted madre, que también, sino porque seguro tiene una. Si no aquí en este mundo de locos tal vez la tenga usted en el otro, o tal vez haya tenido en su vida, hermosas madres (las de sus amistades) que han ejercido, sin saberlo, un efecto bondadoso en usted.
Sirva mi humilde columna de la semana como homenaje a esas otras madres que estuvieron en mi vida, de otro modo presentes, y de las que aprendí valiosas lecciones.
Qué figura más completa, me asombran, siento que son el culmen de la naturaleza, que digo, de la Creación.
Una poderosa influencia
El cuerpo femenino está, normalmente, biológicamente preparado para engendrar hijos, ese cuerpo maravilloso mantiene funciones en pausa durante los nueve meses de embarazo; desde la concepción el cuerpo de la madre está más centrado en favorecer el desarrollo de la vida ajena que en mantener el ciclo natural del cabello de la madre, por citarles un pequeño ejemplo.
Además, los estados de ánimo por los que va pasando la madre en cada una de las etapas del embarazo conforman también la psique de la criatura. Estudios de la Universidad de Cambridge han demostrado que la relación de la madre con el bebé es crucial para la salud mental del mismo, ya que las diversas hormonas que se liberan al experimentar ciertas emociones llegan al bebé a través de la placenta: el estrés libera cortisol; la ira, adrenalina; la euforia, endorfinas, y el miedo, las catecolaminas. Podríamos decir que somos el fruto de sus propias alegrías y sus penas. ¡Ahí es nada!
Puede leer más opiniones de Almudena González Barreda en Confidencial Colombia
Maestras de vida
Pero es que, además, la madre, la propia, y la ajena ejerce en nosotros una poderosa influencia. La propia, la de cada uno, es evidente: nos educa (y no hay labor más pesada y satisfactoria, trabajosa y hasta frustrante, en ocasiones, que educar a un hijo), nos inculca valores, nos guía en el mundo y nos llena de amor, muchas veces en forma de paciencia. Además, las madres, suelen ser un oráculo en el que mirar el futuro que nos espera a cada una de nosotras; ¿quién no se ha sorprendido diciendo lo que ella decía, manejando su escala de dichos y sus manías de orden?, ¿quién no se ha convertido en una experta en pizcas de sal y chorritos de aceite y maneja las recetas de familia y acaba guisando como ella?, ¿quién no ha detestado la mermelada de naranja amarga de su madre y hoy, si no fuera por esa línea estética que hay que mantener, se la comería a cucharadas? Son la ley y el orden. El amor y el perdón. ¿De quién si no aprendemos todo esto? Sí, también están los padres, pero hoy hablamos de las madres. ¡Ay las madres! Ellas, y no los poderosos, son los que manejan el mundo.
Y las madres ajenas, esas que nos han tratado mejor que a sus hijos, que nos han recibido en su casa, a su mesa y nos han sonsacado con arte el plan de la noche de juerga, ese que su hija no quería contarle…
De cada amiga una madre
Tengo tantas madres ajenas como amigas: De Ana aprendí que se pueden tener hijas pequeñas y acudir a la puerta del colegio arreglada y maquillada y recibirlas siempre con una sonrisa enorme y que, a veces, la elegancia también está en una cajita de plata llena de cigarrillos rubios. Mercedes me enseñó a elegir sábanas y que las limitaciones físicas no limitan ni la bondad y ni la belleza de uno mismo. Amparo me enseñó a nadar y a cuidarme el rostro con jabón neutro, tónico y una hidratante de tubito de metal. De Esperanza comprendí que el tiempo es oro, cada tarde mientras mi amiga hacía la extraescolar de ballet, yo me la encontraba dos o tres veces por el barrio, siempre aprovechando el tiempo. También sé que en sus ratos de espera, como hoy hago yo, hacía pandilla con las otras madres porque la amabilidad es parte de la cortesía y la educación es lo primero. De Belén aprendí a que maquillarse los ojos a cierta edad es un ‘must’; de Clara a disfrutar de las sobremesas y a desconfiar de los políticos de boca grande. Elvira me enseñó que los detalles cuentan; de la madre de mi amiga Piedad, que donde comen tres hay hueco hasta para 40; de Tinita que la pérdida duele, aunque se mantenga la sonrisa. De Luisa que la pausa es elegante y bienvenida. Podría seguir con muchas más, pero me detendré en Aurora… de ella aprendí que se puede vivir con una terrible cruz y no perder ni el humor ni la sonrisa.
Sonrisa desde la adversidad
Ella estuvo los últimos 10 años sin poder comer ni beber con normalidad (lo hacía con una sonda), su aspecto físico era tan magnífico que si uno no se fijaba, no pareciera que tuviera problema alguno. ¿Se imaginan semejante desgracia? Cumpleaños, Primeras Comuniones, reuniones familiares, fiestas, terraceos, cualquier plan va acompañado de al menos un trago y ella… Ni agua. Y siempre su sonrisa, un chiste, una alegría. Aurora se ganó el cielo y a mí me dejó un gran ejemplo.
Ellas, mis influencers, me parecen los seres más maravillosos de la tierra. Unas ya no están, otras han perdido su memoria, otras siguen la vida tranquila, cuidando de los suyos. La mía y las de mis amigas, siempre tendrán ese hueco especial, aunque cada una piense “la mía es la mejor.”