Hay un personaje dentro de mí que corretea por el mundo conduciendo un Mazda descapotable en los días de tormenta intermitente. Ella, alocada y curiosa, conduce por carreteras secundarias, caminos pecuarios y levanta polvaredas a su paso, pero no presta atención, porque sin pensarlo mucho se sabe dichosa, disfrutona y sonríe a viandantes y paseadores de perros con los que se cruza.
A veces me asalta y me quita el mando, el volante, y me hace girar en una esquina y sube a todo volumen la música, y canta al ritmo de Héroes del Silencio y después tararea Hotel California.
A mi me molesta porque me quiero quedar con ella más de lo que puedo y así dejar de pensar en lo siguiente; la colada de lo blanco, el cambio de cortinas, el veterinario, acordar la cita del ortodoncista, esa que demoro porque no me sé el vocabulario de la conversación.
Cuando me deja, me entran las prisas, y acelero y sigo prestando atención al tráfico, pero voy pensando en lo siguiente; menú del día, recoger al mediano a las tres, llevar al pequeño al tenis, llamar a esta amiga que está enferma, enviar un currículo… Tareas, tareas, más tareas…
En ese momento ya no conduzco un Mazda sino mi Clase B de Mercedes, mi cochecito de abuela en esta tierra.
Dicen que las conexiones neuronales femeninas son inmensamente productivas, las mías a veces me aturullan. Y sé que no debo de ser la única, porque todas mis amigas van a mil por la vida y logran hacer de todo, con más o menos paz mental.
A mi este personaje me ayuda a centrarme en lo importante, aunque pueda parecer que no. A través de ella revivo situaciones, disfruto de lo mejor que tengo y lleno de alegría los días. Esa sana locura de mi personaje es una dicha. Ayer, sin ir más lejos, cuando me crucé con el caballo oscuro y alto de la granja de al lado, ese tan elegante, nada trotón, de salto más bien, me invadieron ganas de montarlo y salir al galope, y recordé los días de granja escuela, de ese verano que pasé en Gerona. Y doy gracias, por volver a vivir aquello aunque siga pensando en lo siguiente: cenas, tutorías, comprar leche y una bombilla de vela…
Me gusta ese personaje porque alimenta mi fantasía y me trae recuerdos a la memoria y aunque yo siga pensando en lo siguiente alimento ese personaje porque en unos años, tal vez ella quiera seguir conduciendo por caminos pecuarios y yo ya no tenga que pensar en lo siguiente y entonces no me traiga recuerdos de hoy, esos que se alimentan con lo siguiente. La vida es eso, lo siguiente, lo común, lo ordinario. La realidad es que vivirlo con entusiasmo a veces no es fácil, pero si tenemos dicha, siempre acabará en el corazón, como un buen recuerdo y aunque sean cosas comunes, serán nuestros buenos recuerdos los que alimenten ese personaje que nos saca de lo común y nos lleva a los momentos felices, en forma de caballo, o de tutoría escolar. Yo lo aprovecho porque me gusta que de vez en cuando ese personaje de mi vida tome las riendas y me saque de lo rutinario, aunque sepa que tengo pendiente lo siguiente.