Los discursos populistas

Por: Alfonso Castro Cid


La corta memoria es un mal general en la humanidad, la mayoría de las personas leemos poco, desconocemos los hechos que marcaron a nuestros países, vivimos concentrados en los problemas del día a día y conservamos pequeños fragmentos de decisiones que dieron forma al mundo en el que nos movemos. El libro ‘Progreso, 10 razones para mirar al futuro con optimismo’ de Johan Norberg, deja claro que desconocer la historia es un error.

También es cierto que no debemos vivir en el pasado porque al fin y al cabo el futuro lo estamos construyendo ahora, pero no podemos olvidar de dónde venimos. Es importante revisar los lugares comunes que hace 100 o 50 años ocupaban las discusiones en nuestras sociedades, nuestros abuelos o bisabuelos, hombres y mujeres, se encontraban en discusiones que proporcionalmente son tan complejas como las de hoy, en un mundo incipientemente conectado, comunicado por la velocidad de las cartas y los telégrafos. Muchos de ellos criticaban con vehemencia sus gobiernos y sus clases dirigentes, la mayoría luchaba por ganar algún espacio en una estructura social bastante diferente a la de hoy, pero no estoy seguro de que seamos colectivamente consientes de esto.

Claramente nuestro presente no es perfecto y en algunos indicadores está lejos de serlo, pero indudablemente es muchísimo mejor de lo que teníamos. Los esfuerzos por mejorar deben continuar y estoy seguro de que se harían más fuertes, más rápidos y contundentes, si tuviéramos presente el trabajo que ha costado llegar a donde hemos llegado. Si fuera así, si nuestra memoria colectiva funcionara mejor, evitaríamos tanto discurso disparatado y basado en humo, disonante de todo lo que no sea propio, contradictorio hasta de si mismo y construido para envolver a los incautos en retóricas populistas, aprovechando su ignorancia y evitando que avancen, para manipularlos en beneficio propio, con la famosa premisa de confunde y reinarás.

La falta de interés común es el cáncer de nuestros sistemas. Cada día parece cobrar mejores frutos, sobre todo en nuestra convulsa América Latina. Se abren paso en el poder estos discursos populistas con ideas descabelladas, pero con metodologías similares. Su capacidad de persistencia, de discusión sin tregua, su habilidad para desinformar a diestra y siniestra, de arremeter contra todo desde lo visceral. Destreza que desgasta y hace que la contraparte se retire de la contienda. Los argumentos no existen, se fabrican para la ocasión y se adaptan de acuerdo con la conveniencia.

Colombia no es la excepción, tenemos tal vez a una de las mejores ametralladoras de juicios y valoraciones de todo tipo, en la figura de Gustavo Petro, cuya habilidad discursiva para contradecir todo lo que no venga de su propio discurso es impresionante. Envuelto en cifras que se adaptan a la ocasión y mediciones que parecen ser un todo pero no son exactamente reales, logra que muchos lo sigan porque siempre es bonito creer en las buenas intenciones, pero dónde dejamos el valor de la historia y los hechos que demuestran esas irrefutables evidencias y tendencias.

Si estuviéramos menos ocupados en ir por ahí destruyendo, y más dispuestos a la construcción colectiva, se reconocerían los errores y se asumirían con una disposición para presentar alternativas viables y propuestas realizables. Nos falta aún construir esa confianza colectiva que une a las comunidades. Nuestros países avanzarían más rápido, las inversiones llegarían con una visión a largo plazo en educación, salud, infraestructuras y buenos en servicios básicos, por nombrar algunos sectores. Deberíamos cambiar tanto discurso destructivo por acciones colectivas que respondan a lo que hemos logrado y nos empujen a estar mejor.

@AlfonsoCastrCid


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