Los idiotas de las estatuas

Marcial Muñoz

Hace unos meses, y en plena fiebre de violencia descontrolada auspiciada por Black Live Matters, se extendió por el mundo la moda iconoclasta de tumbar estatuas. Cristóbal Colón, varios religiosos y hasta el mismísimo Winston Churchill, héroe del mundo libre contra el nazismo, fueron víctimas de la muchedumbre en California, La Florida o Londres.

El primer día del Paro Nacional, hace ya tres semanas, pasando por delante del monumento a los Reyes Católicos en la Avenida del Dorado me sorprendió el despliegue policial, no menos de 30 policías ‘vigilando’ a la Reina Isabel y a su querido consorte Fernando. “Nos hemos vuelto locos o bobos, definitivamente”, pensé. No entendía muy bien que estaba pasando.

La moda, que traspasa fronteras anglosajonas en este mundo globalizado e idiota, llegó, por supuesto, a Colombia. En un primer momento, el foco de la ira irracional recayó en Sebastián de Belalcázar o Gonzalo Jiménez de Quesada, que terminaron en el piso. Y con ellos, también cayó un poco de la dignidad de Cali, Bogotá y sus padres fundadores.

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Y cuando se les acabaron los presuntos ‘genocidas ibéricos’ tuvieron que saciar su apetito violento con los próceres de la independencia. Nariño o Santander también acabaron tumbados. (Sí, repito. Alto y claro: NARIÑO y SANTANDER). ¿Por qué? Nadie sabe, seguramente ni ellos mismos sepan. Simplemente estos actos son la manifestación más primitiva, ramplona y mediocre de estos idiotas con exceso de testosterona y escasas neuronas.

No importa el quién

Ayer Belalcázar, hoy Santander o Nariño ¿y mañana? Pues mañana será la estatua del Pibe Valderrama. Da igual. A estos les da exactamente lo mismo. El hecho es tumbar los símbolos. Porque detrás de un símbolo hay un reconocimiento a la historia, y la historia es la que une y da identidad a los pueblos. Esa historia común crea una nación en torno a los valores comunes que construyen un estado, en el caso de Colombia, durante cinco siglos. Y eso lo que hay que exterminar para construir un nuevo relato. El relato del nuevo estado populista, intransigente, antidemocrático y totalitario que quieren implantar a la fuerza estos analfabetos-disfuncionales.

Porque evidentemente solo los débiles saben imponerse a la fuerza, con violencia, con bloqueos. No saben usar la razón, ni las palabras, ni por supuesto las ideas. Saben que de esa manera nadie les seguiría. Porque sus ideas son antiguas y fracasadas.

Lo más desalentador de todo este show cavernícola es que la mayoría de los vándalos son gente joven o de media edad. Personas en edad productiva. De construir, no de destruir. Si le dedicaran el mismo esfuerzo a buscar trabajo que el que emplean en tumbar esos pedazos de bronce, seguro les iría mejor. Y de paso la gente corriente también.

Detrás de estos vándalos se esconden montañas de irracionalidad y mucha política subversiva de profundo calado social. Se empieza derribando una estatua, se sigue intentando asaltar el Congreso, se queman alcaldías y se termina asesinando a la institucionalidad.

La institucionalidad, en cuestión

Porque no perdamos el foco, el objetivo de estos antisistema, perfectamente dirigidos por políticos inescrupulosos (no sólo en Colombia, esto es un fenómeno planetario) es, primero desprestigiar las instituciones, para después tener no solo la legitimidad, sino la necesidad, de acosar a sus representantes; y finalmente, tumbar el Estado. Esto es más viejo que el sol y la luna, y lo hemos visto en muchos países antes que aquí.

El Estado, esté en manos de quien esté, debe resistir. Insisto en que las personas son lo de menos. En la defensa de la libertad toda la ciudadanía debe ser un muro. Primero educando en los valores del respeto a nuestros hijos, y luego denunciando sin duda a la chusma totalitaria que intenta poner de rodillas al estado de derecho.

A estos idiotas les pido, sobre todo, que lean un poco, un poquito solamente. Pero lean algo interesante, los clásicos griegos, por ejemplo. O novela contemporánea norteamericana. O el teatro español o británico del siglo de Oro. No vayan a leer cualquier cosa que vean en TikTok, que me los conozco. La ignorancia se cura leyendo. Y trabajando. Trabajen y dejen de vandalizar el patrimonio cultural. Entiendan una vez más que su frustración no la tienen que pagar los personajes que construyeron este país, ni por supuesto, los que lo siguen construyendo con sus impuestos. Porque nada de esto es gratis. Estas fiestas las pagamos todos con nuestros impuestos. Idiota, el problema no son las estatuas, el problema eres tú y tu estupidez humana.

Ñapa: estimado lector, como usted es inteligente, no tendré que aclarar mucho más que estas líneas están dedicadas a los vándalos y no a los manifestantes pacíficos que salen a protestar legítimamente sin joderle la vida al resto. Al que no lo entienda, que siga derribando estatuas.

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Marcial Muñoz es periodista, consultor político y director de Confidencial Colombia