Manual para entender la política colombiana

Nada define mejor nuestro sistema político bidimensional que la indignación selectiva contra quienes rompen las reglas y la negativa a revisarlas. Competimos ferozmente por ver quién hace trampa mejor, pero cuando alguien menciona obviedades como la compra de votos o el clientelismo, corremos a exigir pruebas. Esto quedó claro en el reciente escándalo de la campaña presidencial en Casanare, donde Sonia Bernal, una líder política tradicional, anteriormente afiliada al partido de la U, hizo lo que hacen todos los líderes políticos regionales: conseguir dinero y apoyo a toda costa para luego obtener beneficios.

Mi sorpresa ante los escándalos políticos suele ser mínima. Sin embargo, entre mis colegas analistas, es común preguntarse por qué cada reforma política que realizamos y cada conjunto de leyes complicadas nos devuelven al mismo punto. Mi respuesta es que quizás consideramos que el sistema político en la sombra es la excepción, cuando en realidad es la norma. Por eso, terminamos legislando sobre lo excepcional sin aceptar que es lo común. Por eso, propongo algunas nuevas premisas.

Primero, el sistema político se basa en operadores políticos, no en partidos. Estos operadores pueden ser individuos acompañados por grupos de clientela, apoyos, amigos, familias o clanes políticos profesionales, tendencias o grupos dentro de partidos, y, por último, estructuras partidistas. Estos grupos pueden o no tener una ideología definida, pero su función principal es sobrevivir y mantenerse relevantes. Lo logran mediante el respaldo de patrocinadores políticos nacionales, como César Gaviria u otros líderes, o posicionando estratégicamente a sus representantes en el Congreso de la República, preferiblemente en el Senado.

Esto no implica que nuestros Partidos Políticos carezcan de relevancia. Por el contrario, desempeñan un papel crucial en la organización y gestión de estos operadores políticos. No puede haber un clan exitoso sin el respaldo de partidos que lo respalden, aunque algunos operadores políticos recientemente han optado por crear sus propios partidos. El resultado de sus intentos en las elecciones nacionales aún está por verse, pero sin duda necesitarán formar alianzas.

En segundo lugar, la financiación de las campañas recae principalmente en los candidatos en las elecciones locales y en el Congreso, con raras excepciones. En las presidenciales, la financiación es una combinación de fondos proporcionados por las candidaturas y los recursos gestionados por los aspirantes presidenciales. Esto dificulta enormemente su control. Por lo tanto, los partidos tienden a otorgar avales a quienes puedan garantizar el financiamiento de costosas campañas y que también tengan el capital político y humano para asegurar una eficiente burocracia o contratación pública para cubrir lo que no se logra con la reposición de votos. Esto lleva a los candidatos a buscar desesperadamente apoyo financiero o en especie antes de las elecciones. Además, es importante recordar que los candidatos son responsables de los gastos de transporte y alimentación el día de las elecciones, lo que puede ser una carga significativa, especialmente en las regiones más marginadas.

En tercer lugar, estos operadores políticos dedican los períodos entre elecciones a administrar y expandir su capital político y burocrático. Sus acciones varían según su proximidad al gobierno nacional. Si un grupo o un operador logra controlar la triada Senador + Representante + alcaldes, es probable que su influencia en el gobierno nacional se traduzca en burocracia y que esta burocracia se convierta en favores que gradualmente retribuyan los votos.

Si las lectoras consideran estas tres premisas, comprenderán por qué el clientelismo es la relación más importante en este sistema y por qué es propenso a la corrupción, al mismo tiempo que es resistente a la formación de líderes políticos que puedan desempeñar un papel más positivo en el país. Los avales rara vez se otorgan a líderes regionales comprometidos, y las decisiones en los partidos políticos a menudo son centralizadas. Además, ingresar a la política sin el respaldo de un operador es extremadamente difícil, si no imposible.

En política, todos buscamos ganar y creemos que nuestra victoria traerá mejoras y correcciones. Sin embargo, esto no es necesariamente cierto y depende de múltiples variables. Por ejemplo, el Pacto Histórico amalgamó liderazgos sociales, políticos profesionales y algunos líderes políticos seleccionados por su capacidad para atraer votos o representar sectores importantes de la izquierda. Esto, en principio, no difiere de las coaliciones en otros lugares del mundo. Sin embargo, al atraer a operadores políticos profesionales, en este específico sistema en las sombras, los puso a trabajar de la única manera que conocen, siguiendo el mismo patrón de conducta de siempre. No se podía esperar un resultado diferente.

Laura Bonilla

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