Maryna y Vadim, las otras guerras de Ucrania

Pensaba hablarles del día de las madres. Me gusta mayo porque todo el mundo celebra que son ellas y no los poderosos los que mueven el mundo, brindan futuro, educan generaciones -lo que dice una madre permanece eternamente – y son la esperanza para un mundo mejor, pues ellas son las guías de sus hijos. Las madres crían y junto a los padres co-crean, es decir, colaboran en la creación del mundo, que no es estática, sino que continua gracias a los dos.

Maryna necesita a Vadim

Conozco a una madre que se llama Maryna. Es grandota, tiene una cara redonda y una mirada de soles. Disfruta del paso doble cuando lo bailan otros y mueve un pie al son de la música. Ella es lista y atrevida. Valiente y cariñosa. Amante de los animales y mujer de ciencia. Tiene dos hijas pequeñas que viven desconectadas a ratos de una realidad terrible: su país está en guerra y su padre se quedó allí.

Maryna y sus hijas son parte de ese millón y pico de ucranianos que vinieron a Alemania.

No conozco a muchos desplazados de esta guerra. Conozco a Maryna. Está enferma. De esas enfermedades que a uno le dejan sin fuerza de la cantidad de veneno que hay que meter al cuerpo. Ya ha comenzado el tratamiento. Ella es de las que se sabe en manos de Dios y confía, pero sus amigas también sabemos que a Dios hay que pedirle trabajando, porque a Dios rogando y con el mazo dando. Así que estamos dando la tabarra a las autoridades, a las fundaciones, a la Cruz Roja, a las ONGes, al personal de fronteras para que Vadim, su marido, venga.

El cáncer en guerra

Imagino que la quiniela del cáncer no sólo le ha tocado a Maryna. La estadística de la prevalencia e incidencia del cáncer de mama en Ucrania dice que algo más de 100.000 mujeres al año lo padecen. Habrá otras muchas, imagino. Hay una edad en la que las células se vuelven locas; del estrés, de las mismas hormonas, de la pena tal vez.

La guerra ha dejado a muchas mujeres solas, criando a sus hijos. Ellas, generosas con su patria, ponen a salvo a los hijos y donan a sus maridos para la lucha. En cambio Ucrania no puede permitirse el lujo de agradecer el esfuerzo. Se pasan los días negando el permiso a sus hombres, ese que necesitan para ganar guerras mayores. El cáncer, esa guerra que se batalla en los cuerpos y puede que deje solos a los hijos, esos pobres niños que tendrán un doble drama que superar: la guerra de papá y la guerra contra la enfermedad de mamá.

Me duele Ucrania. Su guerra y también su propaganda sucia y mentirosa. Hace poco prometía permisos para la reunificación familiar en caso de enfermedad y ahora no deja a los esposos socorrer a sus mujeres. ¿Es ese marketing sólo de cara a la galería? ¿Es una estrategia para quedar bien frente a Europa?  De ahí no sale ni un hombre  sin haber entrado en la guerra de las mordidas al señor de la garita. Si la realidad siempre supera la ficción. ¡Almudena, niña despierta!

El tipo de la frontera

Me dice una amiga en Londres, que tiene contactos en la zona,  que las cosas se han puesto muy feas últimamente en Ucrania. Que todo depende del que está en la frontera. El corazón de un hombre se hiela en tiempos de guerra. Ven al igual como efectivo y desaparece el amigo, el vecino, el padre y el esposo. Nadie puede entrar, ni mucho menos salir sin ese permiso del tipo de la frontera.

No importan los documentos de ruego, esos que piden que se de un permiso a un hombre cuya mujer enferma y sus hijas quedan desatendidas por ello. Tampoco los informes del hospital, repletos de sellos alemanes – qué poco les importa a estos ucranianos un sello oficial -, tampoco los informes de biopsias de tumores malignos extendidos en cuerpos femeninos.

La guerra es la locura extrema del hombre. Entiendo que Ucrania lucha por su independencia, hace de frente hostil para evitar que Putin llegue a Europa, invada  Polonia y el mundo entero arda de nuevo. ¿Pero de qué sirve luchar por la libertad y la independencia si uno mismo no es libre para hacerlo? ¿No es acaso el hombre libre de escoger sus guerras?

Puede que Vadim sea imprescindible en este sin sentido, puede que sea ese hombre que marque la diferencia en la batalla, que cambie el rumbo de la guerra, pero donde no hay dudas de la necesidad de Vadim es aquí, con Maryna y eso se lo tendremos que imputar a Putin, que es el que nos ha metido en esto.

A Europa le duele tu sufrimiento, en cierto modo te agradece con armas que pares ese golpe infernal y cuida de tus mujeres lo mejor que puede. Tú, Ucrania, lucha, y logra esa libertad, pero mientras, si puedes, deja salir a los Vadim, de a poquito, para que puedan socorrer a sus mujeres enfermas, sin pagar el peaje de una injusta mordida. 

Almudena González