El gran escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) en su cuento de 1942, Funes, el memorioso, narra la historia de Ireneo Funes un joven campechano habitante de la localidad de Fray Bento ubicado en la frontera entre Argentina y Uruguay. La principal destreza de Funes era la de tener siempre la hora exacta sin tener reloj, extraña rareza para un joven sencillo, hijo de una planchadora y un padre incierto. Funes acostumbrado a las faenas de la caballada que, un día sufre un accidente al caer de un corcel, queda inconsciente y al volver en sí además de estar tullido, desarrolló una extraña habilidad, una memoria asombrosa que le permitía recordar cientos de datos y palabras, al punto que puede recordar todos los detalles de un día, como si permaneciese en el presente congelado en el pasado. Con esa habilidad Funes aprende idiomas, detalles, formas, contexturas y datos que jamás hubiese logrado retener. Era una especie de algoritmo charrúa. Funes no escribía nada de lo que memorizaba porque tenía la certeza de que nada podría olvidar, por lo tanto, no tenía sentido escribirlo. No obstante, su memoria elefantina, Funes no era capaz de pensar.
Los seres humanos son y existen gracias a su memoria. La memoria en gran medida nos hace ser quienes somos. Una persona que pierde la memoria se despersonaliza, al abandonar su pasado se va el quién fue y olvida de paso quién es. No es posible ser sin memoria. Existe una profusa relación entre la memoria y los sentimientos. Se recuerdan como impronta en los seres humanos los hechos más catastróficos y los hechos más dulces; la memoria, el amor y el odio son relación azarosa. Quien odia no pierde la memoria, por que dejar de odiar implica perder la memoria. Con el amor sucede algo diferente, quien ama conserva la memoria vívida de los hechos que el amor el llevaron a protagonizar. Lamentablemente, cuando el amor se va, se va también con él la memoria. Quien no ama pierde la memoria, o mejor aún, quien pierde la memoria deja de amar. No se sabe cuál es exactamente el orden, si lo primero o lo segundo.
Cuando el amor marcha, la memoria de lo que hubo se esfuma como el humo que se desvanece en el aire. No importan los hechos, el sacrificio del padre por su hijo infante, el esfuerzo de la madre para llevar el pan a sus hijos, la entrega de la amante tras su amado. Nada importa ya. Es como si el pasado jamás hubiese sido presente, porque al irse el amor, la memoria también se va: Sólo queda la Nada acompañada de la impotencia de quien sufre el desamor. Su existencia quedo fulminada porque el amor desapareció y ya no tiene sentido ser, se es y se será Olvido. El Olvido es la ausencia de Todo y, la presencia de la Nada.
El mismo Borges, el argentino universal, en un soneto titulado “Aquí.Hoy” escribió: “Ya somos el olvido que seremos/El polvo elemental que nos ignora (…) /Ya somos en la tumba las dos fechas (…)”.
El ser humano vive en cuanto es memoria y recuerdo en sus semejantes. Se puede morir muchas veces, en este sentido el desamor es una ellas, la otra, al desencarnar.
Así la carne y los huesos desciendan a la tumba más profunda, mientras haya un humano que en su memoria aún albergue recuerdo, habrá existencia. La Inteligencia Artificial servirá para llevar a la eternidad a quien inició su viaje al Oriente Eterno. Ireneo Funes, memorizó todo, pero era incapaz de pensar, porque pensar es olvidar, generalizar, abstraer como lo escribiera Borges. Funes sólo tenía un umundo de detalles, fue la única excepción que dejó de amar y aún conservó la memoria. Funes moriría de congestión pulmonar.