Esta semana la capital del país volvió a ser epicentro de protestas por parte de la comunidad indígena que llegó desde diferentes lugares de Colombia. Más de 1.800 personas se trasladaron hasta Bogotá, recorriendo cientos de kilómetros, con el fin de visibilizar sus problemáticas y ser escuchados por el gobierno nacional.
Sin embargo, todo se tornó tenso cuando con vías de hecho generaron caos en el centro de la ciudad, bloquearon el transporte público y hasta desprendieron adoquines de las calles que fueron lanzados a la fuerza pública que evitaba los desmanes.
Y aunque lo sucedido no es justificable desde ningún punto de vista, y las comunidades indígenas luego ofrecieron disculpas, hay que decir que todo esto es consecuencia de la traición del presidente de la República.
Los indígenas buscaban ser escuchados, pero ¡oh sorpresa! Gustavo Petro no les dio ni la cara y se negó a recibirlos, pese a que acampaban bajo la lluvia y el frio en la Plaza de Bolívar, a pocos metros de la Casa de Nariño.
Es decir, los “nadies” que Petro tanto defendió en campaña fueron ignorados de forma vil y humillante. El mandatario no tuvo tiempo, ni voluntad y mucho menos decencia para oírlos.
No quiso atender a quienes lo ayudaron a elegirse, a quienes les prometió mejorar sus condiciones y a quienes durante años él ha movilizado por el país en su defensa. Con justa razón representantes de los Misak, los Nasa y los Quillasinga señalaron que no puede tener el bastón de mando en representación de las comunidades indígenas una persona que los dejó tirados y a la intemperie.
De hecho, el petrismo prácticamente dejó la situación en manos del Distrito, que tuvo que salir a sortear lo que estaba ocurriendo. Aunque finalmente se instaló una mesa de diálogo permanente con el gobierno, estas comunidades partieron con el sinsabor del desplante recibido.
Es lamentable que, por mucho tiempo, el presidente Petro haya posado como el adalid de los excluidos y el defensor de los menos favorecidos, cuando todos sabemos que no es así. Lo sucedido esta semana puso en evidencia quién es realmente, porque una cosa es el discurso y otra muy distinta es el ejercicio del poder.
Lo que hizo Petro es un acto de desprecio que le duele a estas comunidades, especialmente viniendo de un gobierno que se autodenominó “del cambio” y que prometió construir desde los territorios.
Además del desplante, también es grave la contradicción. Petro ha hablado incansablemente de justicia social, de reparación, de una “potencia mundial de la vida”. Al negarse a recibir a los pueblos indígenas, sentenció su propia narrativa, que pasó a ser cháchara. Petro marginó a quienes han sido actores fundamentales en sus banderas.



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