Poner el corazón, la opinión de Almudena González Barreda

Leo, en una de las redes sociales profesionales que uso, la queja de una colega en la que pone de manifiesto que hacer turismo en algunas zonas de España, ella habla de una isla y yo extiendo su queja a todas las islas paradisíacas de España, es igual que ir a extranjero. Salir de casa, llegar a un lugar extraño, porque todo está preparado para recibir al de afuera. Me hizo cierta gracia el comentario y le señalé que; si bien en España sabemos recibir y servir al extranjero, al otro lado de la frontera (sobre todo en Europa) no sólo no saben, sino que te tratan fatal. Ella dejó caer que sí, que había parte de razón, pero que actitudes así podían hacernos caer en el servilismo.

Y ahí estaba dándole vueltas al tema del servilismo (ese que sirve, ayuda y pelotea hasta el extremo a fin de quedar bien o por el interés en una situación o persona concreta) y terminé concluyendo que si se cae en ello es porque en parte hemos perdido la vocación de servicio, esa mirada al otro en su humanidad más profunda. Esa que mucho resumen en haz lo que te gustaría que te hicieran. Esa que es fácil de ver aún en los niños cuando siendo pequeños ayudan por ayudar y no por conseguir algo más.

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La suerte quiso que, días más tarde, cayera en mis manos el artículo “De la vocación y el sufrimiento”, de Manuel González Barón, publicado en la Tercera de ABC (diario español de referencia) el 28 de agosto. En él, el que fuera jefe del servicio de Oncología Médica del Hospital Universitario de La Paz en Madrid, habla de la vocación médica como aliviadora, con amor y opiáceos, del sufrimiento de los pacientes. Se puede resumir su artículo como; la medicina no debe ser sólo la ciencia (entendida como el procedimiento, la dosis, el tiempo, la química…) también ha de ir acompañada de un mirar y adentrarse en la humanidad del otro, del paciente, para hacerle llevadera su situación, su dolor, su padecimiento. Respetando sus ganas de saber, hablándole con franqueza, entendiendo sus miedos y angustias, a veces más dolorosas que la propia enfermedad…

Servir, ser útil, dejar huella

Ahí lo tenía, un doctor hacía mención a ese ingrediente clave en el ejercicio profesional: el servir uno mismo para aliviar a otro en su sufrimiento.

Tal vez la medicina, en su faceta más clínica, por su ciencia y humanidad, puede reconocerse de un modo más inmediato la vocación, pues uno no se decide a estudiar medicina si detrás no hay unas ganas especiales.

En el sector del turismo, tan enfocado a cuidar del extraño en casa propia, la vocación de servicio tal vez esté en acoger con ganas, ser útil con una sonrisa, estar atento a los detalles para que el extranjero se sienta bien acogido… En el periodismo, la vocación no sólo radica en informar a la sociedad, sino que debe hacerlo protegiendo la verdad de los hechos, ajustándose con veracidad, alejado de políticos, ideologías y servilismos…

No es ñoño

Cada profesión tiene su propia vocación y la escogemos atendiendo a los gustos, habilidades, curiosidad, destrezas, intereses propios… Pero la diferencia entre ser un buen profesional y un profesional con vocación es que éste último además deja huella a su alrededor; como el maestro que descubre un camino de conocimiento y prende una llama en su alumno, como la enfermera que saluda alegre mientras ajusta la dosis y se interesa por cómo ha pasado la noche el paciente enfermo, o el plomero que se hace cargo del desavío de un hogar y corre veloz a arreglar un baño…

Tal vez sea fruto del individualismo, o de la rapidez con la que vivimos, o la automatización de hacer las cosas sin pensar, o del ensimismamiento de niño malcriado, lo que nos lleva a olvidar que estamos hechos para servir.  No es ser útil para quedar bien por este u otro motivo, porque voy a conseguir algo o lo otro. ¡Qué va! Eso produce satisfacción pasajera y vacío después. Ese servilismo, tan de hoy, de ahora, tan en todos lados y estamentos sociales pareciera que deja en ñoñez a la vocación. Esa que implica poner el corazón en lo que se hace. Si tiráramos más del corazón estoy convencida de que la sociedad sería mejor.

Que no se pierda

Fíjense en cualquier madre o padre del mundo, ese que día tras día realiza el mismo trabajo para su familia: levantarse, alistar niños, preparar desayunos, organizar almuerzos, trabajar, recoger niños, organizar horarios, preparar cenas… Y todo lo hace para estar a la orden de los suyos. No por sentirse bien, aunque sentirse bien sea una consecuencia, lo hace por ser útil y forjar ese surco en el corazón de los suyos por el que más tarde, puedan arar su vida.

Un hotel, una tienda concreta, un servicio de lo que quieran… ¿A quién recurren ustedes? Al que le atiende con profesionalidad, al que además de buen profesional es amable y le ayuda en lo que precisa, o al que le hace la pelota para hacerle sentir bien.

Podríamos decir que la vocación es ese plus, son las ganas, es el compromiso por trabajar con entrega a nuestra tarea y hacerla más humana, es esa capacidad precisamente la que nos distingue de los demás seres vivos. A veces parece que está ausente, silenciada o adormecida, saquémosla de dentro para hacer al menos nuestro entorno mejor.

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