Que no nos sorprenda la honestidad

En un video que rodó hace unas semanas en las redes aparece un personaje, afable más bien, caminando al lado de una tracto-mula (o tracto camión) y prometiendo mostrar algo que ya no se ve. Es un camionero español (click para ver el video) que está en Holanda y describe cómo puede comprar en la carretera productos caseros (producidos en el mismo lugar en el campo: huevos, patatas y cebollas) tomando los productos en una caseta al frente del lugar, y para pagar uno mismo abre una cajita, mete el dinero y toma el cambio del dinero que se encuentra allí. Y se entiende que pregunta al dueño que, si está loco dejar dinero en la cajita, porque le pueden robar y no tiene ningún control, ante lo cual el hombre le responde como sorprendido, pero ¿quién te va a robar? El camionero no deja de estar más sorprendido aún y hace exclamaciones emocionado como “esto ya no se ve”, “¡te vuela la cabeza!”.

Aparece sorprendido con la honestidad.

El comentario más repetido del video en la red donde se publicó da cuenta de que es más “frecuente de lo impensable” en España (la mayoría de los comentaristas deben ser españoles) y uno que otro latinoamericano diciendo lo propio. Pero mencionan también a otros países que como en Holanda, sucede lo mismo, principalmente los escandinavos.

Conocíamos de todo esto por los relatos del colombo-japones Kenji Yokoi, (también en videos en la red) especialmente el de la diferencia entre honestidad e integridad, en donde nos ilustró que en la tierra de su padre (japones) se compraban productos de la misma manera.

Esto es más importante aún de lo que parece en una primera vista. La no necesidad de control representa cero costo en estas transacciones, por lo que el control no llega a ser parte de la formación del precio; al repetir la práctica de no control en todas las transacciones de un producto, porque no se requiere, ese producto tendrá una mayor productividad que otra cadena de suministro que sí lo requiera y por lo tanto, al final, en los mercados en los cuales se transan tendrán la posibilidad de una mayor competitividad frente a los competidores que si requieran control y por ende, sus costos.

Si se piensa en un país basado en la integridad de sus nacionales, en todas las actividades de su sociedad, no solo las productivas sino en las sociales cotidianas, se comprende cómo todo se confabula en una espiral positiva para crear mayor bienestar permanentemente. Imagine una Colombia libre de falta de honestidad: sería una potencia, no solo en aspectos económicos, sino, sobre todo, una tierra magnífica de bienestar.

¿Una utopía? Desde la realidad en que vivimos cotidianamente, claro que sí. Sin embargo, al visitar los países europeos se constata que se trata de una mentalidad generalizada, bien diferente a la nuestra sí, pero mentalidad al fin y al cabo (un asunto “blando”), y se embriaga uno con la posibilidad de cambiar la tendencia en las generaciones que vienen en nuestro país.

Pero transformar un país con mucha corrupción y una cultura generalizada de deshonestidad en uno de personas honestas e íntegras es un desafío complejo que requiere un esfuerzo enorme, sostenido y en todos los campos de la sociedad. No hay una receta precisa. Sin embargo, nuestro caso pasaría por luchar contra la impunidad, lo cual llevaría a tener que hacer una transformación estructural del sistema de justicia; también habría que cambiar la educación en valores y ética, y rescatar la situación desde la niñez, con el escollo de no poder contar con el ejemplo de los mayores en una importante mayoría de la población; la política tendría que cambiar, desde la desconexión de la financiación de las campañas por parte de aquellos que reciben los favores posteriormente, el fomento de la cultura de denuncia y el fortalecimiento de los entes anticorrupción y de control; además de aumentar la participación ciudadana y el mejoramiento de los derechos humanos; nada de esto sería completo ni sostenible si la prosperidad de la gente no mejorara, pero el desarrollo económico se vería mejorado por la competitividad que vendría con esa transformada mentalidad de gente trabajando justamente por la prosperidad individual y colectiva, simultáneamente.

Este tipo de cosas las sabemos todos los colombianos, pero probablemente no tendríamos idea por donde arrancar, qué hacer, ni cómo lograr algún avance, así tuviésemos la convicción de hacerlo. Se nos olvida que sí podemos dar buen ejemplo y cautivar a muchos a nuestro alrededor para que ellos también lo den, sobre todo a los niños; se nos olvida que podemos votar bien, que podemos denunciar la deshonestidad y que podemos hacer las cosas bien, sin que nadie nos esté controlando o siquiera mirando. Podemos ser el gen de esa transformación para que algún día nos sorprendamos de lo positiva que es la honestidad.

Rafael Fonseca Zarate