Las campañas que han tenido más éxito no manifiestan un rigor absoluto para actuar conforme a la ética, específicamente en la lucha contra la corrupción. En contraposición, las que han manifestado más rigor han resultado menos exitosas. Una realidad dolorosa pensando en el país, pero que conocen y aprovechan los más avezados en política.
Las campañas de Petro, Fico e incluso Rodolfo dicen tener en la lucha contra la corrupción uno de sus ejes fuertes; en el último candidato es su única bandera, argumento, programa y tema. Sin embargo, los tres han afirmado “que venga el que quiera” en el sentido de que aceptan adeptos a su candidatura “vengan de donde vengan” incluyendo los políticos corruptos. Uno dice que hay que dar segundas oportunidades y los otros que ellos no pueden impedir que quieran apoyarlos.
Hay matices, claro. Rodolfo dice que pueden venir pero que no lo pueden condicionar; ojalá así fuera. En los casos de Petro y Fico desde el inicio de sus coaliciones han hecho la advertencia que se trata de unir fuerzas. Petro ha hecho todo tipo de coqueteos hasta con Luis Pérez y su partido Liberal, encabezado por el expresidente Gaviria, que aún está esperando quién le hace la mejor oferta. Ellos saben qué significa tener poder político y lo usan. El de Fico sí nace desde el principio y de la base de los partidos de su coalición, llenos de politiqueros que saben hacer todo tipo de jugaditas y actos de corrupción como se conoce todos los días con nuevos casos. Y ahora que el Centro Democrático ha aceptado darse un trato de moza, – nos amamos desde siempre pero en público no me reconoce -, termina de reforzar el grupo de políticos que han tenido procesos por corrupción o que tienen fuertes cuestionamientos vigentes. Eso sí, los tres sostienen que van a luchar contra la corrupción.
Fajardo, y en general el Centro Esperanza con algunas excepciones por el lado de Gaviria que se mostró dispuesto a recibir gente con dudas de trasparencia, e Ingrid, que quiere posicionarse como la adalid de esa lucha, como Rodolfo pero con un idioma más sofisticado que el plano y pendenciero del de aquel, por coincidencia o por efecto son candidatos que tienen menos posibilidades de ganar las elecciones.
Tal vez más por efecto. En Colombia llevamos toda la historia perfeccionando la corrupción desde que nos colonizaron. A una gran parte de los colombianos les gusta la gente “aviona”, “abeja”, que “hacen jugaditas”, que se vuelve rica aprovechando la oportunidad “haciendo lo que toque hacer”, y se oye permanentemente que “de todas maneras otro se lo va a robar” hablando de robar los dineros públicos, y que son el botín por el cual los politiqueros hacen todo tipo de esfuerzo y maromas para llegar a tener el poder. Claramente no es una población con ética. En este grupo están los que venden el voto encabezando la lista, pero no son los únicos.
Pero también está una masa de gente que es susceptible a la lucha contra la corrupción pero que es más susceptible aún a la polarización. Se dejan vender una consigna que solo tiene el pseudo argumento de por quien no votar, o por quien votar para que el otro no gane, así al país se lo vayan a robar y también lo sepan. Es decir, para ellos la ética es marginal.
En ambos casos perdemos todos, pierde el país con todos ahí metidos, porque seguiremos con los niveles de corrupción asfixiantes y con tendencia al alza, que impedirán avanzar contra la pobreza y alcanzar un nivel de bienestar suficiente. Los únicos que ganan, claro, son los corruptos. Por eso ganar las elecciones es para ellos esencial y hacen lo que sea para lograrlo, directamente o por interpuestas personas. Los votantes son los peones en este tablero en donde los que mueven las fichas lo hacen priorizando sus intereses particulares. El bien general y el país no importan, pero acomodan sus mensajes para que los peones piensen que todo se hace por ellos.