Una expresión muy usada últimamente por varios economistas es que “sin crecimiento económico no se puede reducir la pobreza” dando como absolutamente cierta la teoría neoclásica y para defender a ultranza la teoría neoliberal ante el polémico asunto del decrecimiento económico y olvidando una debida concepción holística del mundo. La experiencia indica que ahora esa teoría es solo parcialmente cierta. Mucho más importante que esa discusión ideológica es encontrar estrategias en las que al mismo tiempo aumentemos el bienestar de nuestros conciudadanos y al mismo tiempo no contribuir a la degradación ambiental del mundo. La racionalización es una de ellas.
En el transporte de pasajeros en una ciudad como Bogotá se encuentra un magnífico ejemplo para explicar el concepto. Todos los ciudadanos estamos preocupados y sufrimos la muy mala movilidad que se vive. Y se le exige a las autoridades que actúen. Las actuaciones apuntan a que crezcan la oferta: más vías, más buses, más estaciones, metro y más metro, más oferta, más crecimiento. Todas son actuaciones de mediano y largo plazo y sus resultados en el largo plazo son inciertos por el crecimiento que pueda seguir teniendo la demanda. Pero si se actúa sobre la demanda los resultados serían de corto y mediano plazo, con vigencia en el largo plazo: alternar los horarios de entrada en las fábricas, oficinas, colegios y universidades “diluiría” el pico de una o dos horas en tres o cuatro, y como todos los sistemas de movilidad son dimensionados para ese pico horario, el resultado sería un decrecimiento real en la demanda horaria en el pico, y por ende un decrecimiento en la necesidad de hacer vías, de comprar y operar nuevos buses, de construir y operar más metro, construir más estaciones, etc. Habría decrecimiento económico neto en estos frentes pero aumento del bienestar, disminución de la contaminación y uso de energía. Una verdadera racionalización que apunta positivamente a todo lo que sí debe ser.
Así hay que pensar en todos los frentes y no perder tiempo en las discusiones sesgadas que solo llevan a más polarización política de origen ideológico que no le sirven sino a los que quieren preservar el statu quo o a quienes solo visualizan soluciones tipo “patear el tablero”. Y hay frentes más profundos que todos los demás.
La desigualdad es una racionalización pendiente. Cuando crece el producto pero la desigualdad es enorme, como en Colombia, la capacidad que tiene el crecimiento económico para sacar ciudadanos de la pobreza es limitado en su misma proporción. Por este detalle, no es totalmente cierto que el crecimiento asegure la superación de la pobreza y menos con una tendencia consistente hacia más concentración de la riqueza. Es necesario racionalizar estos dos fenómenos que se producen en forma inercial dentro del capitalismo, y sobre todo, que se ven muy favorecidos en la ideología neoliberal que no tiene en cuenta la degradación ambiental.
La corrupción es otra racionalización pendiente. Y este caso es incluso más emblemático: no aporta nada en bienestar para la gente, suma a la desigualdad, pero si contabiliza como crecimiento económico. Ahí es donde los economistas (que actúan dogmáticamente en este tema) se equivocan.
Corresponde a las naciones del sur (el llamado tercer mundo) hacer una racionalización en el uso de sus consumos antes de emprender un decrecimiento económico, de tal forma que pueda seguir actuando sobre la pobreza, acompañado de programas para bajar la desigualdad y sobre todo la reducción de la corrupción. Pero esto no se debe entender como no hacer nada y privilegiar el statu quo como quieren algunos que ya tienen riqueza. Mientras que a los países del norte les corresponde reducir el exceso de sus consumos y acabar con el desperdicio, y encontrar sus propias estrategias para mantener el bienestar de sus nacionales bajando el impacto sobre la degradación de la tierra. Una urgente y respetada corresponsabilidad mundial.