¿Seremos -o somos- mejores?

En este maldito mes empezó todo, al menos el confinamiento y los primeros brotes de un miedo más cercano, desde hace semanas sabíamos que las cosa en temas de salud estaba empeorando, pero no imaginábamos cuán mal estarían. Aprendimos por necesidad y por el ruido de las noticias sobre virus, pandemias, vacunación y otros tantos temas que casi de forma natural se han integrado en las conversaciones.

Vimos como casi toda la sociedad se silenciaba al entrar en “el gran cierre”, mientras que de forma surrealista la vida silvestre parecía re-tomar las ciudades: venados, delfines y otras especies recorrían las calles antes raramente visitadas.

Ha pasado un año desde que supimos del primer caso en suelo colombiano y desde que estamos en esto del confinamiento selectivo obligatorio responsable

Recuerdo mucho como se intercalaban las noticias, récords de nuevos casos y muertes registradas daban paso a entrevistas a líderes de opinión, políticos y académicos que hablaban sobre las implicaciones sociales, científicas y tecnológicas en la humanidad.

De todo eso lo que más recuerdo es una frase, una idea, “la ´pandemia hará surgir lo mejor de la humanidad”, una promesa o apuesta que sonaba inspiradora, pero que se ha diluido con el paso del tiempo, tiempo en el que se ha sabido sobre sistemas de vacunación clandestina, estafas en los subsidios gubernamentales, aumento de fraudes electrónicos, movimientos antivacunación, y explosión de fake news.

En el otro lado de la balanza se ha sabido de casos de solidaridad, inspiración y emprendimiento, de la entrega del personal médico y de historias en los que los protagonistas invitan a mejorar, amar y no dejar de esforzarse.

No puedo dejar de preguntarme qué hemos aprendido con todo esto o si al menos hemos aprendido algo, que la base de la sociedad ahora debe ser la ciencia, el acceso a servicios y la empatía, que el cambio climático es una guerra proclamada en la que el enemigo somos nosotros mismo y la estamos perdiendo, que mientras alimentamos nuestros sueños de conquista y exploración de nuestro universo seguimos descuidando “nuestro” planeta, el acceso a una educación digna e incluyente y señales de un sistema ridículamente desigual.

Estás son los dilemas actuales, pero cuáles serían en 1346 hasta 1353, años en los que se propagó la peste negra, solo en Europa se estima que la población paso de 80 a 30 millones de personas; en marzo de 1918 cuando se empezaron a conocer los primeros casos de la mal llamada gripe española, se habrían perdido entre 20 a 50 millones de personas; en 1957 con el virus de la gripe A (H2N2), dicha pandemia originaría de China registró un millón de muertos en todo el planeta.

Posiblemente a pesar de las décadas o siglos de diferencia, la base de las preocupaciones eran las mismas, oportunidades y garantías para todas.

Quizás en tiempos de una emergencia con una marcada incertidumbre, la humanidad da a relucir lo que es, las personas mostramos lo que somos o a que lado de la balanza nos inclinamos más, y por eso, aunque todos tratamos de alzarnos ante la adversidad, unos lo hacen estafando y otros ayudando, o al menos no perjudicando a los demás.

Al final lo que deja la pandemia no es tanto una humanidad con mayor consciencia, si no a individuos que en este tiempo han aprendido a emprender, lidiar con sus emociones, actuar frente a la incertidumbre y ser más empáticos, al menos en algunos. Y como individuos, marcados por este prologando recuerdo en nuestras vidas y diminuto en perspectiva histórica, nos queda el objetivo tras del que siempre estamos y a veces no nos damos cuenta, ser nuestra mejor versión.

El consumo de carne no bajará mucho, tampoco la deforestación, a su propio ritmo se seguirán dando fuentes de energía más limpias o al menos no tan caóticas, las guerras y conflictos seguirán sus cursos y la desigualdad continuará devorando al mundo, pero quizás, lo único que importa y que se puede ver como una forma de resistencia es intentar no dejarse llevar por este mundo interesado y frío, luchar contra la indiferencia con la que nos vamos contaminando, abrazar, luchar, soñar y amar.

Quizás el mundo y la humanidad no mejoren mucho por qué no nos sentimos realmente -o suficientemente- amenazados, o no somos lo suficientemente consientes del abismo que nos espera de seguir así, pero no podemos darle el regalo de la indiferencia y la degradación a ese abismo.

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