Es deber reconocer que históricamente las mujeres han estado en situación de desventaja frente al hombre en los diferentes ámbitos de la sociedad, como bien lo argumentó el Consejo de Estado en una reciente providencia por medio de la cual negó una acción de tutela que pretendía que en la terna de candidatas a la Fiscalía General de la Nación se incluyese un hombre, entre otras razones la alta corte expresó que, se trata de una afirmación positiva por parte del legislador a favor de las mujeres, en el sentido que, en toda terna con único origen a un cargo público debe haber por lo menos una mujer.
El Siglo XXI ha sido el tiempo de la necesaria y justa reivindicación de los derechos de las mujeres, pero simultáneamente se constituye en uno de los momentos más difíciles de la historia de la humanidad para ser varón. Ser hombre es visto como una distorsión y sinónimo de maldad por parte de algunos grupos de interés. La virilidad como condición del sexo masculino que representa per se la fortaleza, la energía, la protección, la seguridad, el instinto cazador y la supervivencia, es vista como aspecto indebido bajo la luz de la nueva construcción que se erige sobre el concepto de varón. El empleo de discursos ideológicos que, cada vez toman más fuerza desde los centros de pensamiento y las redes sociales, han llevado a que, si antaño nacer varón era un hado gratificante de los dioses, hoy nacer varón es casi una desgracia. La construcción social del nuevo concepto de varón tiene un altísimo componente ideológico que redefine el concepto de virilidad para arrebatarlo al varón y asignarlo a la mujer por vía del argumento central de la reivindicación de los derechos de ésta en atención de su marginación histórica.
Los varones de este tiempo son juzgados y hallados responsables, sin fórmula de juicio, de los vejámenes y abusos que cometieron los hombres del pasado y que aún algunos miserables delincuentes cometen contra las mujeres. Es indiscutible y reprochable la atávica discriminación hacia la mujer por su condición de mujer, aspecto que por fortuna la ley y la sociedad enmiendan. Sin lugar a dudas, hombres y mujeres, varón y varona, son iguales frente a la ley, tiene los mismos derechos, y es obligación de los hombres reconocer a las mujeres como sus semejantes en igualdad de derechos políticos, civiles, económicos, sociales, reproductivos y en general en toda la esfera de libertades, derechos y garantías ciudadanas. Las mujeres tienen el derecho y el deber de gobernar y regir destinos de sociedades, pero no tienen derecho a pretender que por la vía del odio y del resentimiento, la ley y los fallos de los jueces sean usados para erradicar la masculinidad como un atributo masculino y anular al hombre de su condición, como si la masculinidad fuese la causa de la segregación femenina.
Llega a tal punto el discurso ideológico de odio que, por vía legal y jurisprudencial, ha pretendido en algunas latitudes, equiparar biológicamente a mujeres y hombres. Cada día se defenestra más y más de la condición del hombre para exaltar la condición de la mujer, bajo el riesgo de ordenar por vía legal que las mujeres son superiores a los hombres. Es de tal tamaño el nivel de desespero que algunos colectivos de ideología de género abogan para que los hombres se comporten de manera afeminada, asuman ambigüedad sexual e incluso orinen sentados, cuando está comprobado que el hombre al orinar sentado no vacía completamente la vejiga.
La vindicación de los derechos de las mujeres, sin lugar a dudas es necesaria pero no puede convertirse en acto de odio contra los varones, como si los varones de este tiempo fuesen los responsables de la exclusión histórica de las mujeres. Se empieza a acuñar términos como “vulvandalismo” para referirse a los actos violentos y de odio cometidos por grupos de mujeres contra el mobiliario público e incluso contra mujeres policías que en cumplimiento de su deber son agredidas por otras mujeres. La anulación del varón se volvió una práctica habitual; bajo el argumento de la discriminación positiva se sacralizan formas que lo que hacen es relativizar el concepto de lo justo e injusto según las condiciones del individuo y no según la naturaleza del hecho. La discriminación positiva se ha convertido en una forma velada e inmoral de discriminación.
Es innegable que desde campos como la biología, la naturaleza sensorial, la química hormonal y la espiritualidad hay marcadas diferencias entre hombres y mujeres, diferencias que jamás podrán ser redimidas por la ley, la jurisprudencia o por ideologías radicales de odio. Los jueces, aún los más sabios de las altas cortes, también se equivocan, no obstante, es deber acatar y obedecer sus fallos. Al final puede haber muchos géneros o sentires sexuales, pero el dictamen diferenciador desde la fisiología se reducirá al diagnóstico citológico y prostático. Que el sentimiento de odio de algunos grupos de interés, no hagan de las mujeres, vengadoras de su género, llevándolas a cometer los abusos de las que fueron o son víctimas. Nada justifica la violencia, ni la discriminación contra las mujeres o contra cualquier otro ser vivo.
Las nuevas tendencias tienen mucha calle, mucha teoría y poco o nada de sentido común. Las mujeres son inteligentes, capaces, maravillosas, sanadoras, victoriosas, poderosas, hacendosas, bellas, facturadoras, mágicas y cien mil y un adjetivos positivos más. En lugar de pretender que los varones se vuelvan féminas y las mujeres, varones, por qué no valorar la diferencia para que cada quien en su naturaleza continúe en el ejercicio respetuoso de sus derechos y deberes. Se trata de complementos, no de competencias. Son tiempos difíciles para ser varón.