Este fin de semana hemos vivido la gran noche del cine español, los Goya. Algo así como los Oscar, pero con tufo a progresismo patrio: guapas, bellezones, elegantes, horteras, algún patinazo estilístico… se han paseado por la alfombra roja de la ciudad de Granada. No voy a comentar los estilismos de las VIP, porque me aburre que me mata, pero sí me gustaría señar que después de no sé cuántos años, esta gala en la que siempre se reivindican causas progresistas, nada originales, ni necesarias, muy pro gobierno que me alimenta, alguien por fin ha alzado la voz en el estrado y ha dicho algo que merecía la pena escuchar.
“La memoria histórica también está para la historia reciente de este país”, así hablaba María Luisa Gutiérrez, una de los cuatro productores de la película La infiltrada (2024), que narra la historia de Aranzazu Berradre Marín, pseudónimo con el que se infiltró una policía nacional en ETA, con tan solo 20 años, siendo la única mujer que convivió con la organización terrorista, logrando la desarticulación del comando Donosti. Y ella ha sido la infiltrada en la gala, la disidente de la industria, la del sentido común, la verdad y la valentía. Me consta que son más, pero este fin de semana se ha escuchado su voz y sus palabras valientes han quedado filmadas y se reproducen sin descanso en las redes de internet.
Si. Tal cual. Como suenan. Esas palabras se pronunciaron el sábado por la noche delante del presidente del gobierno, ese que se sienta a negociar con terroristas, con independentistas, con comunistas. Proyectadas con una dicción perfecta delante de la ministra de trabajo, la comunista española con peor cabeza y mejor walking closet a este lado de los Pirineos- no es magia, son tus impuestos-, y de otros tantos miembros del gobierno español. Pronunciadas después dedicar el premio a la infiltrada real, a todos aquellos que arriesgan su vida por defender la democracia, a la familia Ordoñez, a todas las víctimas del terrorismo.
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Pero esas no han sido las únicas perlas de un discurso audaz de María Luisa; “la libertad de expresión se basa en que cada uno piense lo que quiera, y que estando en las antípodas del pensamiento, cada uno pueda decir lo que quiera y se respete, pero que se tenga el derecho a decir lo que se piensa”, y lo soltó así, sin anestesia, ante un público que se cree en posesión de la verdad absoluta, fanes del relato woke, de lo políticamente correcto, poseedores de cultura per sé, perseguidores de la mentira, el fango… Vividores de un sistema podrido, porque ni genera la suficiente, ni gusta, ni es cultura, ni aporta tanto.
Libertad con sabor a taquillazo
Seguro que Pedro le susurró a Urtasun que anotara su nombre, que esa rubia bien plantada se iba a quedar sin paga. Lo que no sabe Sánchez es que ella es más libre que la mayoría de los que ayer se sentaban en la sala. Tal vez sea discutible tener una industria del cine… alguien debería abrir y repensar ese melón. Seguro que sólo lo defenderán quienes creen en ella porque sirve de propaganda o quienes viven de ella porque reciben subvenciones. Quienes no dependen del estado para vivir son libres para hacer y decir lo que quieran y ahí está la paradoja de la libertad de expresión. Algunos no lo son porque el gobierno subvenciona y otros lo son porque no dependen de las arcas del estado, pero es que además son valientes para soltar las verdades del barquero delante del capo de la mafia. Y es que el dinero permite hacer cosas, pero la valentía te da alas para defender la verdad de lo que narras.
Y Gutiérrez tuvo el detalle con Santiago Segura, con el que empezó y ha trabajado mano a mano desde Torrente. Este sí es taquillero, productor, actor, director de películas familiares amables, divertidas y que guardan en su fórmula grandes lecciones de vida. Algo que escuece a los progres que no se comen un colín y que miran con desdén los éxitos que cosecha el primero. De los pocos hombres de cine y espectáculo que ha sabido ver que a la gente le gusta ir al cine a soñar, a reír, a pasar un buen rato en familia, en pareja y con amigos y que, para ver un drama mejor sintonizamos un noticiero que ahí los tenemos todos.
Quiso acordarse del campo, de los agricultores y ganaderos, de sus orígenes y del medio que le pagó los estudios: “nadie habla de ellos, son invisibles y lo están pasando mal, sin el campo aquí no tenemos nada.”
Yo, que de correcta tengo poco, hubiera añadido; gracias a las políticas de la religión del clima que asfixian a los productores y los llenan de burocracia, medidas que todos aplaudís mientras desayunáis un mango de Brasil cuya huella de CO2 es inmensa, pero como no la veis aplaudís con las orejas.
Total, después de todo lo que dijo, las caras seguirían desencajadas.
Almudena González Barreda
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