Recuerdo que cuando era adolescente me pasaba el día queriendo ser distinta, siendo en el fondo igual a todas los demás. En mi vocabulario de madrileña estaban el ‘tía’ o el ‘tronca’. Y lo máximo que trasgredía mi cuerpo era poniéndome un pendiente más largo o llevando el pelo color caoba (qué terrible es ese color). Claro que intentaba estar siempre fuera de casa, con mis amigas, que me enamoraba a distancia (era tímida para eso) de algún que otro amigo o conocido y que intentaba saltarme las normas, aunque sin que se notara mucho. Lo normal.
Por la estética, pocas veces me han hecho cambiarme de ropa, pero por la ética, alguna vez sí me he llevado alguna más que reprimenda. No guardo rencores y sí tengo buenas enseñanzas a base, casi todas, de haber metido la pata.
Hoy, algo más estable y conociéndome un poco más, reconozco que me cuesta lidiar con los adolescentes de casa y que, si me divierte estar con ellos, también me agota ese discurso que creen inteligente; “tus tiempos eran otros”. Si supieran mis hijos, y los adolescentes del mundo, que los tiempos siguen siendo los mismos… se viene spolier de vida, serán como sus padres han sido.
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Ser y parecer
La moda es la principal preocupación de la mayoría de los adolescentes y también fue la nuestra. Qué importante es sentirse parte de un grupo. Parecerse a ellos, los nuestros. Y alejarse de los otros, los padres. La moda es lo primero que une. Lo que llevas te define, o eso se piensa a esa edad. Ese parecerse entre sí y distinguirse de los demás, los que no llevan tu flow. También la música, los hobbies, los gustos… pero tal vez esa distinción venga más tarde.
A los míos, los de casa, suelo darles la matraca con eso de ser y parecer. Y para parecer lo que se es. Lo primero para parecer, es lo que llevamos, luego lo que decimos y cómo hablamos, aunque para ser, dice más el cómo nos comportamos.
Las kardashians
No sé, amigos de Colombia, cómo está el asunto de la moda en las calles de sus ciudades. Imagino a ellas, como las de aquí, como copias low cost de Kardashians, esto es, enfundadas en vestidos ceñidos, bien pegaditos o relajadas en chándales – buzos- oscuros y brillantes, que conjuntan con camisetas crop, que dejan el ombligo al aire, y cubren sus pies con sandalias toscas de colores bebé, recubiertas de una pelusa la mar de suave. A veces varían de outfit y en lugar de ceñidos, llevan vestidos vaporosos que no sujetan nada de sus carnes prietas. De locos.
A ellos por su parte me los imagino en pantalón de gamuza, ancho, dejando al descubierto la marca pintona de sus calzones y sobre el pecho, una camiseta, si es con mensaje mejor, to cool, y cadenas doradas (que el oro está a precio de aceite de oliva). Si llevan tatuajes, son lo más y a los pies, chanclas Adidas. Bro.
Estos jóvenes de hoy añoran los años 90 y no lo saben.
What’s up, bro?…
Qué palo da volver de vacaciones a esta edad; dejan su primer crush, han vivido esos momentos de salseo que les da cierta vidilla interior, dejan de estar de chill para entrar en una rutina que no mola. Lo único que lo peta es revisar el flow y adaptarse al nuevo orden; lo que hay en el armario ya no renta y a los viejos les toca palmar pasta.
Qué difícil debe ser adolescente en un mundo que lo deja todo guardado en imágenes, que te valora en clicks con forma de corazón, love U, y que te observa todo el rato. ¡Menuda presión, bro! Nadie quiere coleccionar haters en los primeros días de vuelta al colegio o al instituto, todos buscan a los de su pana, hay que mantener el drip, que nunca sabes quien te va a stalkear en redes y siempre hay alguien que te saca de refilón en una foto, porque la vida, ya lo hemos dicho, se radia en redes como si se tratara de un reality. El gran hermano ya está aquí. Saluden y sonrían.
No moda
Una vez escuché a Cristian Conen, autor americano de numerosos libros sobre familia, decir que para tener hijos felices una de las cosas más importantes era darles criterio. Generándoles circunstancias y dándoles herramientas para que pudieran responder a las preguntas vitales. En el día a día esto debía concretarse en dar razones y explicarles el porqué queremos que hagan una cosa y no otra. Y ahí estoy yo, dándoles explicaciones.
En esta edad de cambio vital, de la tristeza repentina o el pavo insufrible, en la que tengo a todos mis hijos, toca explicarles que es mejor practicar la no moda, esa tendencia que se aleja de todo lo impuesto, en la que prima el gusto por lo clásico y llevar lo que sienta bien al cuerpo de uno, o reiterar que hablar bien, sin modismos, palabrotas, insultos… en todas las circunstancias del día es tan importante como sentarse con las piernas cerradas, levantarse cuando entra un adulto al aula, ceder el asiento a un mayor o a una embarazada… Es educación.
Si insisto es porque quiero que parezcan lo que son (que haya una coherencia interna y externa) y que se alejen de las modas espantosas que les hace parecer lo que no son. Y por supuesto evitarles la vergüenza del mañana cuando se enfrenten a su yo de hoy. ¡Qué pintas!
Old Money
Aunque pueda oler a naftalina, el decoro y el pudor a la hora de vestir y al hablar, también, deberían ser valores en alza.
De primero de primero es saber vestirse para cada ocasión y eso, eso no está reñido con la moda. A los adolescentes les cuesta seguir la idea si no hay un referente detrás, o una madre que insiste y le dice “así no se sale de casa”. Yo además mantengo una pequeña esperanza, hay una tendencia que viene pisando fuerte, ya hay más de seis millones de videos en contenido en TikTok, me refiero a la Old Money.
Para hacerles el vocablo más fácil les diré que es una vuelta a lo clásico, al saber vestirse; a llevar la corbata con el traje, a los zapatos de cuero, a los trajes de chaqueta, a las perlas, a las faldas a los vestidos, a los polos. Es un adiós y un hasta nunca a las camisetas interiores a la vista, a los tirantes finos de los sujetadores, o de brillos (esos son aún peor), a los chándals o sudaderas de rapero y al calcetín con chanclas.
Es la apuesta por la calidad, por los tejidos naturales, con cortes que sientan bien, tallas acordes con los cuerpos, ni grandes ni pequeñas. Es simplicidad del no logo. A mí me encanta. Lo único que no me encaja son los precios, pero confío en que TikTok la haga grande y mis adolescentes llenen sus armarios de camisas y zapatos y quieran retornar a lo clásico y yo pierda de vista la chancla Adidas de verano.